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viernes, 29 de julio de 2016

Los héroes se enamoran

   Cuando pude moverme, lancé a uno de los atacantes por el borde del edificio. Ya estaba harto de la pelea y no tenía tiempo para desperdiciar más tiempo. A algunos metros, Tomás estaba apresado contra el suelo por el Señor Siniestro y, un poco más allá, la pobre de Helena estaba a punto de ser arrojada por el borde del rascacielos. Tuve que actuar pronto y lo hice: ataqué primero a Siniestro, lanzándome sobre él y tocándole la cabeza con fuerza. Pude darle una descarga a su mente y dejarlo frito en el suelo.

 Apenas Tomás estuvo liberado, le dije que ayudara a Helena. En un segundo, congeló al tipo que estaba a punto de arrojarla y yo la bajé de sus brazos con mi mente. Para cuando llegó la policía, el hielo de Tomás apenas se estaba descongelando y Siniestro daba pequeñas sacudidas, indicando que estaba vivo a pesar de mi mejor esfuerzo. Nos agradecieron y nos fuimos por uno de los portales de Helena. No era mi modo de transporte favorito, pero al menos era rápido.

 Ella debió ir a su casa, nosotros a la nuestra. Tomás estaba un poco aturdido y lo tuve que llevar a la habitación de la mano. Allí, le quité su máscara y la dejé y la tiré en el suelo. Le pasé la mano por el cabello y le di un beso, ese que había estado esperando para darle por varias horas. Esos idiotas habían interrumpido el inicio de nuestras vacaciones y por su culpa habíamos perdido el vuelo para irnos de crucero por dos semanas. Podríamos alcanzar el barco pero ya no tenía sentido.

 Mientras llenaba a bañera de agua caliente, Tomás se sentó en la cama mirando al vacío. Parecía más aturdido de lo que lo había visto pero traté de no preocuparme. Al fin y al cabo, habíamos vivido cosas igual de duras antes y él siempre había salido bien librado. Cuando la bañera estuvo llena, fui a la habitación y lo encontré mirando exactamente el mismo punto que había estado mirando antes.

 Lo tomé de la mano y me miró. Una débil sonrisa se dibujó en su rostro y supe que tenía a mi Tomás en la habitación. Se levantó de la cama y me siguió al baño donde nos quitamos los uniformes y los dejamos encima del retrete. Tenían cortes y quemaduras, por lo que debíamos arreglarlos pronto o hacer unos nuevos. No dije nada en voz alta para no arruinar el momento pero sabía que eso era algo importante.

 Entramos juntos en la bañera. El agua caliente se sentía muy bien en nuestros cuerpos adoloridos. Le pregunté a Tomás si tenía alguna herida abierta y él solo movió la cabeza en gesto negativo. Tomé entonces una botellita de aceites para baño y la mezclé en el agua. Me habían dicho que eso relajaba la piel a través de las sustancias y del olor. Y la verdad es que parecía funcionar bastante bien.

 Por un momento cerramos los ojos y creo que nos dormimos un momento. Estábamos exhaustos pues la batalla había sido corta pero intensa. Helena se había aparecido en el momento adecuado para ayudarnos y le estuve agradecido pues Siniestro es de esos que no se las anda con rodeos. Durante mi breve siesta en la bañera, soñé que él se nos aparecía allí en el baño con una toalla alrededor de la cintura, un gorro de baño en la cabeza y un patito de hule amarillo. La imagen me hizo reír en el sueño y creo que me despertó en la realidad.

 Por lo visto Tomás tenía mucho más que soñar. Estaba profundo, respirando despacio con el agua apenas abajo del cuello. Traté de no mover mucho el agua al salir y secarme fuera de la bañera. Lo miré un rato, pues me encantaba verlo dormir desde siempre. Recordé las muchas horas de vigilancia conjunta que habíamos hecho en el pasado y como ese compañerismo había sido esencial para que se desarrollara la relación que teníamos ahora.

 La verdad es que, en el edificio, debí salvar primero a Helena. Era claro que estaba en más peligro que Tomás y podía haber muerto en los segundos que él se demoró en reaccionar para salvarla. Pero no lo hice por mi amor por él, porque sin él el que hubiese muerto era yo. Es muy cursi como suena pero esa es la verdad. No me comporté de una buena manera y creo que lo mejor era disculparme con Helena cuando la viera de nuevo.

 Salí del baño con la toalla por la cintura y me eché en la cama cansado. Lo mío no era dormir en la bañera sino en una superficie más suave, más blandita. Un par de minutos después de dejarme caer en la cama, estaba durmiendo tan profundo como Tomás. Ya no vi a Siniestro en toalla sino que vi a Helena reclamandome por no salvarla. Era algo muy incomodo porque ella insistía en que yo quería que muriera y eso no era cierto. Quería hacerle entender pero ella no dejaba

 Ese sueño dio paso a otro, en el que Tomás estaba con su uniforme y no me veía a su lado. Lo seguía a través de lo que parecían ruinas y al final llegábamos a un sitio hermoso a través de las vigas retorcidas y los pedazos de vidrio y metal. Era muy extraño ver el prado verde y el cielo azul allí, a pocos metros del lodazal y un cielo turbio.

 Fue entonces cuando solté un gemido bastante audible y me desperté a mi mismo. No sabía que eso podía pasar. Estaba todavía en la cama pero Tomás estaba detrás mío. Era evidente que ya se sentía mejor o al menos ya se sentía dispuesto a hacer otras cosas. No era poco común que después de una batalla le diese por hacer el amor.

 Cuando se dio cuenta que yo estaba despierto, siguió haciendo lo que había empezado pero con más intensidad. Yo me sentía en la novena nube y estaba seguro de no haberme sentido así en un buen tiempo. Al rato, Tomás se detuvo para acercarse más a mi. Nos miramos por un momento muy breve antes de besarnos y cuando empezamos parecía que no podíamos despegarnos. Su cuerpo todavía estaba húmedo y pude suponer que no se había secado al salir de la bañera. Definitivamente estaba algo raro.

 Empezó a besarme el cuello y yo sentía cosas que no había sentido en mucho tiempo. No era que no hiciéramos el amor, claro que lo hacíamos. Pero no con ese nivel de intensidad. Parecía que para él era algo de vida o muerte, casi ni respiraba y no decía nada. Solo era su respiración sobre mi piel y eso era más que suficiente para mí. No sé cuánto tiempo estuvimos así allí, solo supe que en algún momento mi toalla había ido al suelo y ahora estaba gimiendo de placer, sin vergüenza ni restricción.

 Hicimos el amor como nunca antes. Sentí una conexión especial con él, algo que no habíamos tenido nunca. Me pregunté, en ese breve instante máximo, si eso era el verdadero amor. Si esa era la prueba reina de que lo adoraba y él a mí y de que estábamos hechos el uno para el otro. Es una duda que todas las relaciones tienen y creo que estaba siendo respondida a través de nuestros cuerpos, que necesitaron de una ducha después para despejar el calor excesivo.

 Cuando terminó, me puse sobre su cuerpo con mis manos sobre su pecho y lo miré por lo que me parecieron varios minutos. Él hizo lo mismo, sin decir nada. Entonces bajé la cabeza y lo besé y sentí todo de nuevo, como si fuera la primera vez. Esa vez en la que, mientras yo sangraba de un labio y de mi brazo, él se me había acercado jurando que me iba a salvar y me dio un beso. Fue el primero de tantos y lo adoré por hacerlo entonces porque lo necesitaba.

 Mi cuerpo se fue amoldando al suyo y me terminó rodeando con sus brazos y yo me dejé porque no había mejor lugar en el mundo para mi en ese momento. Todo era perfecto.  Fue entonces cuando su respiración cambió y me dijo algo al oído: “Te amo”.


 Sentí como si un líquido desconocido recorriera todo mi cuerpo, como un elixir de vida que regeneraba cada una de mis células. Lo apreté contra mi y le dije que lo amaba también. Era un privilegio sentirme así, protegido y querido, después de años de lucha contra enemigos letales y estar a punto de morir tantas veces. Había empezado a ser un héroe porque no tenía a nadie y ahora lo tenía todo. Se sentía muy bien.