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viernes, 14 de octubre de 2016

En ropa interior

   Cuando las luces se apagaron y alguien me pasó una bata para que no sintiera frío, me di cuenta que nunca hubiese esperado estar en un lugar como ese y menos haciendo lo que estaba haciendo. Mientras la gente recogía cosas frenéticamente a mi lado, yo caminaba por entre los equipos mirando el techo y las paredes del majestuoso salón. Seguramente lo habían usado hacía muchos años como salón de fiestas o como lugar de reunión de la familia. Era un habitación con techo muy alto, paredes finamente decoradas y varias ventanas rectangulares, hasta el techo.

 Se me acercó la asistente del director y me dijo que las tomas de exterior ya se habían descartado por completo. Era lo obvio con la cantidad de lluvia que caía. Dentro del edificio parecía una cueva pues habían apagado las luces y de afuera casi no entraba nada. La magia se rompió el momento que alguien prendió la luz y todo quedó como aplastado contra las paredes. Así la habitación ya no estaba tan hermosa, no se veía ni tan grande, ni tan majestuosa ni nada. Se veía casi como cualquier otra habitación de casa antigua.

 La asistente me dijo que podía ir a la habitación que me había asignado para cambiarme al siguiente atuendo. Serían las últimas fotos y terminaríamos por completo. Eso me hacía feliz y a la vez no porque quería decir que ya se acababa esta increíble aventura que todavía me costaba entender. Estaba cansado de mantener poses y de tratar de no reír o de no hacer nada inapropiado pero la verdad era que había sido una oportunidad tan única que lo que podía sentir de verdad era mucho agradecimiento por la manera en que habían confiado en mi.

 Todo empezó porque yo estaba desesperado. Llevaba más de un año buscando trabajo y no encontraba donde meterme. Al comienzo, por mis experiencias pasadas y mi educación, me limité a buscar trabajos que casi estuviesen hechos a mi medida. Fui a varias entrevistas y en todas, al parecer, siempre había alguien más impactante, que hablaba más basura de una manera u otra. Eso los convencía y elegían siempre al de la personalidad explosiva y nunca a alguien con la experiencia y el conocimiento que yo tengo.

 Siempre pensé que ser modesto con los conocimientos adquiridos es una estupidez. Si uno sabe algo que los demás no o conoce el mundo un poco mejor, no tiene nada de malo hacerlo ver. Eso sí, tampoco se trata de usar eso para ser malo con la gente o algo así. El caso es que por mucho que supiese de la vida y del mundo, nadie quería contratarme y estaba muy desesperado porque no tenía dinero para nada. Vivía con mi familia pero esa era otra situación que podía ponerse mal cualquier día porque ellos pensaban lo mismo que él: ¿Cuándo se irá a hacer su vida?

 Pero el mundo no quería ofrecerme ninguna de las oportunidades disponibles. Tuve que bajar la cabeza y buscar trabajos pequeños, haciendo cualquier cosa. Hubo un tiempo que trabajé medio tiempo en una tienda de helados y el resto del día doblaba ropa en una gran tienda por departamentos. También limpié los pisos de una oficina en las noches y trabajé en uno de esos centros de llamadas donde se reciben pedidos de domicilio del otro lado del mundo. Cada uno de esos trabajos era temporal, por pocos meses. Y la paga era miserable.

 Con lo poco que tenía no me alcanzaba para vivir solo. De hecho, escasamente me alcanzaba para comprar las cosas necesarias para la vida diaria como desodorante, cargar el celular y cosas por el estilo. Era muy triste y hubo un momento en que seriamente consideré que mi suerte siempre había sido la misma y que más valdría muerto que vivo. Afortunadamente, ese fue un pensamiento de pocos segundos y nunca se hizo fuerte ni real.

 Fue mucho después cuando, tomando algo en un bar, escuché a dos personas hablando de cómo pagaban muy bien por desnudarse frente a una cámara. Los que hablaban del tema obviamente jamás lo habían hecho y lo decían más como para hablar de algo curioso e interesante. Pero a mi me interesó de verdad pues era una de esas opciones que no había contemplado. Busqué en internet hasta que di con el nombre de una agencia que proveía ese servicio. Los contacté e hicimos una cita para el día siguiente. Se supone que solo hablaríamos.

 Mi sorpresa fue que me pidieran desnudarme a los cinco minutos de haber llegado. Según el encargado, tenían que ver que si pudiese registrar bien en cámara. Yo, como un tonto, accedí. Hice lo que ellos llaman una audición y por ese día terminó todo. Yo me sentía muy extraño al haberme quitado la ropa frente a unos tres desconocidos que lo único que hacían era decirme que hacer pero de la forma más seca y desinteresada. Creo que notaron mi incomodidad porque nunca me llamaron ni me contactaron de vuelta. Sin embargo, eso me llevó al presente.

 Un hombre me contactó de otra agencia y básicamente me decía que sabía la “audición” que había hecho para otra compañía pero que quería que hiciese una para la suya. Yo me puse nervioso y le confesé que yo no era modelo ni actor ni nada por el estilo. Yo solo estaba desesperado por buscar trabajo, algo estable para poder tener una vida propia y digna. El hombre insistió y le dije que sí porque, al fin y al cabo, nadie más me estaba brindando ningún tipo de oportunidades así que no tenía nada que perder.

 El lugar al que fui al otro día era muy distinto al de la primera vez. Ese sitio era básicamente una casa con ciertas habitaciones adecuadas para funcionar como oficina. En cambio la de Carlos, mi actual jefe, es en un edificio renovado que funciona exclusivamente para su empresa. El primer día que fui estaba muy nervioso porque no sabía que esperar. No sabía para qué estaba allí, solo que la persona que me había llamado sabía de las fotos que me habían tomado el día anterior. ¿Habría visto esas fotos o solo le habrían comentado mi experiencia?

 Cuando por fin me hicieron pasar a su oficina, Carlos me explicó que ellos tomaban todo tipo de fotos para varios tipos de publicaciones. Aunque sí hacían desnudos, trataban de que no fueran grotescos y más que todo artísticos. Pero no me había llamado a mi para eso sino porque le estaba urgiendo una persona que modelara una nueva línea de ropa interior. El problema que tenían era que necesitaban modelos variados y no el típico hombre muy alto y lleno de músculos. El cliente quería hacer énfasis en que todo el mundo puede usar su producto.

 En el momento no supe si sentirme bien o mal al respecto de lo que me dijo. Pero la necesidad tiene cara de perro y de uno muy maltratado, así que acepté hacer una prueba ahí mismo. Me tomaron muchas fotos y de nuevo alegaron que me contactarían si pasaba cualquier cosa. Casi me caigo de la cama cuando, al otro día muy temprano, me llamó el mismo Carlos para decirme que mis fotos le habían gustado mucho al cliente y que me quería para más fotos. Y así fue como resulté en este hermoso edificio vestido con solo ropa interior de varios colores.

 Nunca he sido modelo y la verdad siempre había tenido una relación un poco extraña con mi cuerpo. Mejor dicho, siempre pensé que podía ser mejor. Durante mucho tiempo hice ejercicio para mantenerme distraído y no enloquecerme por la búsqueda de un trabajo que parecía no existir para mi. Nunca hubiese pensado que ese cuerpo que muchas veces me había dado pena mostrar en una playa o en un piscina, iba a ser el que tendría la clave para que yo pudiese empezar a salir de mi casa a vivir mi propia vida. Es que se me olvidaba decir que pagan muy bien.


 Las últimas fotos fueron al lado de un ventanal hermoso en una escalera de caracol muy amplia y lujosa. Era un lugar fantástico. Cuando terminamos, Carlos me agradeció y me dijo que teníamos que hablar sobre otros proyectos. Yo asentí feliz pues él se había ganado mi confianza. De la nada también salió un hombre rubio alto de barba que me abrazó y me dijo muchas cosas bonitas, lo que me hizo sentir algo incómodo. Resultó ser el diseñador de la ropa interior que me prometía un lugar en su nueva línea de ropa para el verano y la playa. Acepté sin dudarlo.

lunes, 25 de julio de 2016

El desierto de los aparecidos

   Decían que las piedras del desierto tenían la capacidad de moverse por si mismas, que se desplazaban varios kilómetros, sin ayuda de nadie. Mucha gente aseguraba haberlo visto y decían que podía pasar tanto con piedras pequeñas como con rocas enormes. El desierto no era lugar para personas que no saben en que se está metiendo, jamás fue un lugar la cual ir para relajarse o admirar la naturaleza. Lo único que había allí para admirar era una extensión enorme de terreno que parecía vidrio, superficie en la que varios se habían perdido antes y lo harían de nuevo.

 El lugar no tenía ningún signo de vida excepto las aves perdidas que morían por el calor abrazador y caían del cielo como golpeada por una fuerza invisible. Eso y escorpiones, de todos los tamaños y colores. Eran las únicas criaturas que vivían en el desierto pero siempre pasaban cosas extrañas pues, como cualquiera podría constatarlo, no era el lugar más común y corriente del mundo.

 Ya varios hombres y mujeres habían sido sacados de allí, vistos desde el borde del desierto por los habitantes del pequeño caserío de Tintown. No pasaba por allí ninguna carretera grande ni estaban conectados de manera permanente a las líneas de teléfono. La gente confiaba solo en sus celulares que, prácticamente nunca servían para nada pues el desierto creaba una interferencia. Pensaban que algo tenía que ver con las ondas electromagnéticas pero eran solo conjeturas.

 Los perdidos que rescataban siempre decían que no sabían cómo habían llegado allí. Juraban que se habían perdido y que sus recuerdos eran tan borrosos que no podían recordar prácticamente nada. Siempre que pasaba algo así, el individuo afectado se quedada en la casa de Flo, la única enfermera certificada de la zona. Era una mujer mayor, ya jubilada y tratando de vivir tranquila pero se di cuenta pronto que no había vivido en paz por mucho tiempo.

 Esto era por esas apariciones que aumentaban siempre bajo la luna llena. Era como si los locos consideraran que perderse en el desierto en noches claras era lo mejor del mundo. En más de una ocasión, Flo estaba segura de que la persona que atendía estaba borracha o drogada. No decía nada y los enviaba siempre al pueblo más cercano donde tenían dinero para mantener un puesto de salud.

 En Tintown apenas había dinero para la estación de policía y no había escuelas ni nada parecido. Tal vez era porque estaban en la mitad de la nada pero también podría ser porque no había ni un solo niño el caserío. El último se había ido hacía ya décadas y nunca más huno uno. Cosas así parecían sacarle la poca vida al lugar.

 Un verano, el problema se puso peor que siempre. Al comienzo, una persona por noche aparecía en el desierto, del lado donde podían rescatar a la persona. Cuando aparecían muy adentro del desierto, todo se ponía más difícil pues ellos usaban una vieja camioneta para ayudar. No había ambulancia ni vehículos realmente grandes o rápidos. Tenían que arreglárselas con lo que podían y lo mismo iba para los tontos que aparecían en el desierto.

 Pero los pocos habitantes del lugar empezaron a extrañarse aún más cuando el ritmo de las apariciones empezó a aumentar. A mediados de julio, parecía que cada día aparecía uno nuevo y la verdad era que el pequeño lugar no daba abasto. Tuvieron que comprar camas en el pueblo más cercano e instalarlas en un campamento improvisado fuera de la casa de Flo. Siendo la única que podía ayudarlos de verdad, era la mejor opción. A ella no le gustaba nada la idea.

 Sus noches ahora eran insoportables pues no podía dormir normalmente. Debía estar pendiente de los hombres y mujeres que tenían en el patio. Para finales de mes decidió que era mejor instalar su cama allí afuera también y dormir con ellos como si fuera un día de campamento con desconocidos. Nunca eran más de tres pues los enviaba al centro de salud el día siguiente al que aparecían.

 Otro suceso que dejó a la centena de habitantes de Tintown bastante asustados, fue el hecho de que el desierto parecía brillar siempre que la luna llena lo iluminaba. El primer en notarlo fue el viejo Malcom, la persona que vivía más cerca al desierto salado. Cuando empezaron a aumentar las apariciones, Malcolm condujo en su viejo coche hasta la ciudad y regresó con un telescopio de alta capacidad que venían en una tienda por frecuentada.

 El telescopio le reveló una noche que el desierto se encendía cuando había luna llena y ni una sola nube bloqueaba la luz. A veces era todo el terreno que parecía brillar, con un ligero tono azul. El hombre, que ya había dejado la esperanza de experimentar algo especial en su vida, se emocionó de poder ser el primero en vez que el desierto parecía tener vida propia. Era hermoso y luego se puso mejor.

 Algunas noches, cuando aparecían los perdidos, brillaban solo partes del desierto. Aunque vivía en el borde, no era posible ni con el telescopio ver que era lo que hacía que solo ciertos puntos del lugar se iluminaran débilmente. ¿Serían insectos o el movimiento de las piedras por el desierto? No sabía. Pero los colores que había visto eran hermosos, siempre.

 Un pequeño grupo de personas, los más jóvenes, propusieron adentrarse en el desierto y ver que era lo que sucedía allí. Irían por solo una noche y regresarían con la primera luz. No dormirían allí porque necesitarían cada momento de luz que pudiesen tener. De repente, ese viejo vecino que era el desierto se convirtió en una especie de monstruo que los miraba desde lejos, que no se atrevía a atacar a menos que ellos se acercaran demasiado.

 El grupo no encontró nada significativo. Ni las razones para las luces que Malcom decía ver, ni aparecidos salidos de alguna parte. Esa noche, el que apareció lo hizo lejos de donde ellos estuvieron caminando y no los vio o simplemente no quiso verlos. La gente que salía del desierto siempre era muy rara, con ropa graciosa casi siempre y con todo el cuerpo temblándolos como si estuvieran con mucho frio, incluso allí con más de cuarenta grados a la sombra.

 Cuando el equipo de búsqueda regresó, se mostraron frustrados con lo que habían tratado de hacer. No solo no habían resuelto el problema, además no habían ayudada a la mujer que había aparecido esa noche. No se sientía bien ser de aquellas personas que son más parte del problema de que de la solución. Pero no se dieron por vencidos y decidieron hacer un recuento rápido de lo que sí habían encontrado en el desierto.

 Resultaba que no habían visto personas ni luces ni nada demasiado extraños, pero sí habían encontrado varios objetos tirados por el sueño del desierto. Una de las mujeres que había ido al desierto tenía todo en su bolso que vació en la mesa del comedor de Flo. Separaron cada cosa y pronto se dieron cuenta de que había algo que unía los objetos: todos estaban corroídos y parecían piezas de museo.

 Sin embargo, la mujer aparecida los miraba mientras revisaban los objetos y de pronto corrió hacia la mesa cuando uno de los hombres tomó de ella un viejo reloj de bolsillo. No funcionaba y de hecho parecía estar quemado por dentro. Pero la mujer se acercó pronto y lo tomó de las manos del hombre que se asustó por su presencia. La mujer los ignoró y solo besó el reloj y lo apoyó contra su mejilla.


 Flo le preguntó lo obvio, si el reloj era suyo. La mujer, con un acento muy extraño, dijo que sí. Que su padre se lo había dado de regalo de cumpleaños. La mujer salió y entonces en hombre dijo que algo raro pasaba. Todos empezaron a hablar pero él los calló. No lo habían visto pero él había visto una frase grabada en la parte trasera del reloj. Decía: “Para mi princesa en su cumpleaños, 27 de julio de 1843”. Todos se miraron y no dijeron nada. De afuera venía un sonido: la mujer tarareaba una canción, en otro idioma.

lunes, 11 de julio de 2016

Aquello en el museo

   A esas horas, ya no había nadie en el museo. Las salas que hasta hace algunos minutos habían estado llenas de turistas y entusiastas del arte, ahora estaban en silencio extremo. El equipo de trabajo del museo estaba reunido en las oficinas del primer piso, por lo que el resto del lugar estaba completamente solo. O eso parecía porque en el tercer piso, del lado oriental, una extraña sombra se formaba en frente de uno de los cuadros más representativos del expresionismo. La sombra era como una imagen distorsionada, como si la realidad tuviese una arruga.

 Pasados cinco minutos, la “arruga” en el aire se hizo mucho más notoria, hasta que tomó forma humana y se solidificó allí mismo, delante de incontables obras de arte que tenían un valor incalculable. En las cámaras de seguridad no aparecía nada porque todo había sido pensado con cuidado, incluso la ropa que vestía el hombre, porque parecía hombre, que apareció de la nada en la mitad del corredor.

 La luz artificial que iluminaba el museo en las últimas horas de apertura todavía estaban encendidas y no se apagarían hasta que la reunión en las oficinas terminara. Por lo que el hombre que había aparecido tenía la mejor visión de todos los cuadros. Pero, por alguna razón, no parecía interesado en ninguno de ellos. Casi sin moverse, como si flotara sobre el suelo, se desplazó por la hermosa galería hasta un ventanal enorme lleno de colores y formas. Con cuidado, miró a través del vidrio.

 El “hombre” tenía los ojos rojos, como si estuvieran siendo consumidos por un fuego increíble. El hecho de que no caminara como la gente normal lo hacía todavía más raro y había algo más: no parecía respirar. Es decir, su pecho no bajaba y subía como el del resto de las personas normales. Estaba quieto todo el rato. Ni siquiera parecía ser capaz de hablar pues no movía la boca para nada. Parecía que la tenía sellada, apretada por alguna razón que nadie entendería.

 Estuvo mirando por entre los vidrios de colores un buen rato hasta que, por fin, las luces del museo se apagaron. Justo después se sintió un zumbido en el aire y la criatura, fuese lo que fuese, supo que los protocolos de seguridad estaban en marcha, por lo que debía apurarse. Incluso si las cámaras no lo detectaban y pudiese evitar los puntos de presión y detectores de movimiento, todavía existían los vigilantes de carne y hueso quienes seguramente lo verían sin problema.

 Todo había sido previsto. La criatura, que parecía tanto un ser humano pero era obvio que no lo era, se desplazó como una pieza de ajedrez hasta el otro lado del corredor, quedando en el nodo donde la gente bajaba o seguía subiendo escaleras. Allí, hizo algo impresionante: atravesó el suelo.

 Su cuerpo apareció en el piso de abajo como si nada. Lo volvió a hacer y entonces estuvo en el primer piso, también sumido en la oscuridad. Flotó con agilidad hasta la recepción del edificio, donde la gente compraba sus entradas y recibían información, y se quedó allí mirando el suelo y todo lo que había a su alrededor. Era obvio que veía algo que los seres humanos comunes y corrientes no podían ver, pues parecía absorto, como procesando una cantidad de información increíble.

 Lo que pasaba era que podía ver las huellas, el rastro biológico dejado por los miles de turistas que habían visitado el museo ese día. Y con solo eso, podía ver sus rostros, reconstruir sus cuerpos y saber quienes eran y en que estaban pensando cuando habían entrado al lugar. Era algo que requería mucha concentración y fortaleza, pues recibir tanto información podía hacer colapsar a cualquiera. Pero la criatura aguantó con facilidad y se alejó de allí de golpe, flotando hacia las oficinas.

 Estas estaban ubicadas en un pasillo restringido a un costado de la tienda de recuerdos. La criatura se desplazó más lentamente por allí, pues parecía sentir algo, como si estuviese recibiendo información mientras caminaba. Pasó de largo una, dos y tres puertas hasta que llegó a una escalera y se quedó quieto. Miró el suelo por unos minutos y entonces, de nuevo, se deshizo en el suelo y atravesó dos pisos como si fuera lo más normal del mundo.

 Ya abajo, en el segundo sótano, se desplazó hacia la puerta marcada: LABORATORIO. Al atravesar la puerta, sintió de golpe algo extraño en su espalda y entonces la expresión de su rostro cambió dramáticamente. Ya no era una expresión calmada y en paz sino más bien una mueca horrible de miedo que parecía no poder controlar. Miró a un lado y a otro y de pronto se lanzó sobre una nevera, al mismo tiempo que se abría la puerta y un vigilante entraba con la pistola en alto.

 El hombre gritó: “¿Quien anda ahí?”, pues estaba seguro que había visto algo, que incluso lo había sentido mientras hacia su ronda por el pasillo. Como estaba oscuro no sabía lo que había sido, pero años de experiencia le decían que no era su imaginación y que no había nada sólido por esos lados que se sintiera como lo que había tocado hacía un rato.

 Apuntó su pistola a cada uno de los objetos del laboratorio, pero no había nada fuera de lo normal. Encendió una pequeña linterna y revisó las mesas, los archiveros, las neveras con especímenes en pruebas e incluso el inmaculado suelo blanco. No había nada. De pronto se lo había imaginado todo pero había sido tan real…

 Apenas salió del lugar, la criatura atravesó de nuevo la nevera para posarse en el centro de la habitación. Volvía a tener su expresión de tranquilidad y se quedó allí, probablemente pensando en su siguiente movimiento. Pero no era pensar lo que hacía, era más analizar sus opciones pues había llegado al lugar que había estado buscando. Volteó a mirar la pantalla de una computadora de mesa apagada y de golpe esta se encendió y pareció operar a máxima velocidad.

 Se abrieron archivos de todo tipo de golpe y parecía que la criatura controlaba todo con su mente, abriendo y cerrando archivos fotográficos, lo que parecían ser reportes de campo, descripciones de objetos y cuadras y demás detalles que debían hacer parte del enorme catalogo del museo. Lo revisó todo en unos minutos y, cuando terminó, supo donde estaba lo que buscaba.

 De un salto, atravesó el techo varias veces hasta llegar al segundo piso. Allí flotó a toda velocidad, pasando por el lado de otro agente de seguridad que estuvo seguro de haber visto una sombra pasar frente a él pero como después no vio nada, lo atribuyó a su nueva dieta que no le permitía comer tanto como antes. La criatura llegó a una sala pequeña, donde habían en exhibición varios objetos de una antigua cultura, cosas como platos, vasijas, armas y utensilios de belleza.

 Los miró con sus ojos rojos fascinado. Estaba cerca de lo que buscaba pero era difícil no distraerse con siglos, tal vez milenios de culturas que no conocía y que hacían de su viaje algo mucho más interesante. Fijó su atención en una abertura muy bien disimulada en uno de los muros de la habitación y, una vez más, cruzó la pared hacia el otro lado. Llegó entonces a un cuarto pequeño y frío, una bodega, donde había dos armarios metálicos y tres cajas de seguridad.

 Las miró con atención y eligió la caja de seguridad que estaba más al a izquierda. No necesitaba combinaciones ni nada por el estilo. Con solo pensarlo era suficiente. Metió la mano en la caja y la sacó con lo que había estado buscando por todo ese rato, con aquello que tanto necesitaban él y su gente para poder sobrevivir en su tiempo.

 Era una moneda maya, de un tamaño más grande del de una moneda normal. Tallado encima estaba el famoso calendario que, para la criatura, develaba todos los misterios que necesitaba responder. Era de suma importancia que llevara ese objeto de vuelta pues era, al parecer, el único que podía ayudarlos para evitar una catástrofe de proporciones apocalípticas.


 De repente, se oyó un disparo y la criatura se sintió de pronto débil. Dejó caer la moneda al suelo, la cual se partió en tres pedazos. Su última visión fue la de un hombre aterrorizado, con una pistola en alto, mirándolo como si fuera alguna clase de monstruo.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Probabilidad de cuento

   Fue entonces que el hombre, vestido de chaqueta color verde oliva, se levantó de su trono hecho de ladrillo y me preguntó que probabilidad había para un cuento. Lamentablemente no tuve tiempo de responder porque justo en ese momento mis ojos se abrieron y lo único que tenía enfrente era mi mesa de noche con las mil y una cosas que le ponía encima. Por un momento quise volver a soñar pero, como todos sabemos, no es tan fácil volver a entrar en un sueño particular. Así que me incorporé, anoté esa última frase en mi celular y me puse a escribir sobre otra cosa.

 Ahora que lo pienso, sé que el sueño era mucho más largo, había sido incluso extenuante porque cuando abrí los ojos mi cuerpo y mi mente estaban cansados. Había sido uno de esos sueños en los que corres y saltas y hablas y pasan demasiadas cosas que nunca dudas pero que sabes que en la realidad jamás harías o porque son imposibles o porque la cobardía suele ganar la partida cuando todo es verdad.

 Camino de un lado a otro de mi pequeña habitación, tratando de entender esa última frase. Mis pies descalzos barren el piso, que limpio de polvo a diario y a diario se ensucia, un ciclo eterno. Por mucho que doy vueltas, que me siento en la cama y trato de pensar en otra cosa, que me distraigo con videojuegos o con películas, me persigue esa misteriosa frase: “Que probabilidad hay para un cuento?”.

 Nunca entenderé que era exactamente lo que ese hombre, que no recuerdo quién era, quiso decir con eso. Bueno, debo decir que seguramente el tipo tenía la cara de alguien que yo he visto antes, pues así funciona el cerebro. Pero podría no tener nada que ver con nada. Podía haber tenido la cara de un profesor de la infancia, de un hombre que miré alguna vez en un bus o incluso ser la mía con modificaciones hechas por mi cerebro. Es un una herramienta de mucho poder pero a veces me frustra que no funcione muy bien como cámara de vídeo.

 Quisiera poder sacar el archivo y ver toda la película, todo lo que pasó en el sueño para ver si se podría explicar esa pregunta tan rara y tan adecuadamente preguntada al final del sueño, como si ese hombre… O, mejor dicho, como si yo supiese que me iba a despertar en unos minutos y debía saber eso antes de que fuera demasiado tarde. Todo eso hace pensar que, al menos esta vez, estuve plenamente consciente de que estaba dormido. De hecho, creo que en la mayoría de los sueños que tengo estoy completamente consciente de ello. Incluso en el pasado he sido capaz de salir de un sueño, de una pesadilla, por voluntad propia.

 No es algo fácil de hacer pues te sientes como en una prisión, como amarrado por una camisa de fuerza. Te das cuenta entonces que los sueños, que pueden llegar a ser muy bellos, también se comportan como trampas letales que tu mismo te pones en tu cerebro. La vez que más recuerdo, era una pesadilla horrible y quería salir. Quise gritar pero no podía y entonces fui consciente de verdad de mi cuerpo y del sueño y me forcé a controlar mis brazos y piernas para liberarme del cautiverio. Casi no puedo romper el velo entre ambos mundos pero por fin mi mano logró atravesar y desperté, sudando y cansado, pero aliviado de haber logrado lo que había querido hacer.

 Otras veces no hay tanta suerte. No estoy tan consciente de las cosas, y debo dejarme llevar hasta donde el sueño quiera llevarme. Sea el lugar que sea, sea lo que sienta en eso momentos, muchas veces solo hago de espectador. Es gracioso, pero en varios sueños que he tenido (de los que me acuerdo) he sido más espectador que protagonista y eso que es mi mente! Suena ridículo pero mi cerebro al parecer muchas veces prefiere que me quede quieto y aprenda de otros, de personajes que yo estoy poniendo en escena para hacer quién sabe que cosas. Suena muy raro pero ese es el mundo de los sueños.

 En la ducha también pienso en el hombre del trono de ladrillo. Es una figura misteriosa. Apenas recuerdo la habitación pero estoy seguro que estaba hecha también de ladrillos y sé que él estaba vestido con esa chaqueta oliva y creo que llevaba jeans. Mejor dicho, era un tipo de lo más normal pero estaba sentado ahí como si fuese el rey de algo, como si tuviera algún poder especial sobre alguien o algo. Y sin embargo, lucía como cualquiera y me hablaba a mi con una curiosidad que estoy seguro era verdadera.

Tal vez, y el agua podía estar ayudando, quería que escribiera el sueño al completo en un cuento, que lo convirtiera en una ficción escrita para que otros pudieran identificarse o incluso reconocer lugares y personajes. No era tan increíble pensar que otras personas soñaran lo mismo y tal vez reconocieran ese mundo que yo no recordaba pero que estaba seguro de haber visitado.

 Eso sí, él no me había preguntado por una “posibilidad”. No me había preguntado si era probable, es decir, si era casi seguro que lo fuese a resumir en palabras. Me preguntó sobre la “probabilidad” como si fuera algo exacto y matemático. Y también, y esto lo pensé solo con medias puestas, creo que se refería a que tan probable era que yo decidiera contar lo que tenía dentro de mi mente. Que tan probable era que quisiera compartir algo tan intimo con mucha gente.

 En ese momento sonreí pues me estaba halagando a mi mismo. Lo que escribo no lo leen cientos de personas sino muchos menos, así que no tendría porque tener miedo de haberle respondido al hombre en el trono de ladrillo que las probabilidades eran bastante altas. Creo que estaba cuestionando mi voluntad de hacerlo, de desnudar un parte de mi que no puede estar tan expuesta como el cuerpo. Para que alguien vea lo que yo veo y entienda lo que yo entiendo, tengo que darle un pase gratis al interior de mi cerebro y eso solo se puede hacer escribiendo acerca de lo que sea que me haya pasado o que yo haya reflexionado respecto de algo.

 Sacudí la cabeza y terminé de vestirme. De nuevo traté de distraerme con algunos videos graciosos y funcionó por un buen rato, por lo menos hasta que la preocupación volvió a invadirme y me pregunté a mi mismo si la probabilidad a la que se refería el hombre del trono de ladrillo era otra. Que tal si no se refería a ese sueño sino a ciertos pensamientos, a ciertas reflexiones que yo tenía a veces? Que tal si ese hombre no era un hombre (no lo era en todo caso) sino que era la representación de mi subconsciente queriéndome empujar a hacer algo  que conscientemente jamás haría?

 No, todo esto ya estaba sonando demasiado loco y simplemente no podía ser tan así. Hacía tempo que yo me había dado cuenta que no era un persona interesante y lo digo sin pena ni gloria. Me ofenden las personas que no pueden asumir lo negativo como asumen lo positivo. No soy interesante y no tengo porqué serlo. De pronto el mensaje era más sobre eso, sobre escribir sobre mi experiencia de ser yo y mostrar qué se siente, sea o no de interés alguno.

 Pero no, eso no podía ser puesto que ya lo había hecho. Es más, lo hago con tanta frecuencia que es probable que la gente ya esté hasta el copete del maldito tema. Como dije antes, no soy tan interesante como para escribir cuarenta libros y hacer mil entrevistas y perfiles y esas cosas que llaman crónicas, que cualquier hombre del sur las reclama como propias. No, no era sobre mi, era sobre mi sueño que quería ese hombre que escribiera y por eso ahora lo hago.

 Bueno, no escribo del sueño como tal porque ese ya está perdido en los pliegues internos de mi mente. Es esa burbuja que explota cuando te despiertas y que solo en ocasiones muy particulares sigue flotando momentos después de despertar, como para darte la oportunidad de cogerla o de sentir una parte de su simple complejidad.

 Decidí entonces escribir alrededor del sueño y esto es lo que leen (los que leen lo que escribo) en este momento. Eso sí, la búsqueda por el significado de la frase sigue puesto que todavía no estoy seguro de que quiso decir y, tal vez, jamás pueda estarlo a menos que me lo encuentre en otro sueño y recuerde preguntarle.


 Mientras tanto, creo que iré a comer algo pues tanto pensar da hambre y la comida ayuda esclarecer la mente. Es entonces que recuerdo una cosa más del sueño, un detalle ínfimo pero que parece tener la importancia de este y otros mundos: justo cuando terminó de preguntar, el hombre de la chaqueta verde oliva, que ahora lo veía yo con una barba de tres días, me sonrió. Y no era yo y no recordé conocerlo. Quién y porqué?