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miércoles, 21 de noviembre de 2018

La misión de los desconocidos


   Tuve que tomar su mano para no caer en el barro. La colina, tan llena de árboles y hermosas flores, terminaba en un pantanal pestilente que parecía salido de la nada. Nos tomamos fuerte de la mano para no caer en el lodo, en el agua turbulenta que parecía haberse estancado allí hacía milenios. Había algunas flores, pero estaban tan separadas las una de la otra y eran de colores tan tristes, que no daba ninguna felicidad verlas en ese lugar. No lo hacían mejor o más bonito. El sitio como que las absorbía.

 Aparte de las flores, éramos los únicos seres vivos en el lugar. Nada hacía ruido por allí, solo el viento que barría la zona con ocasionales soplos que movían las pocas plantas y nos hacían detenernos en nuestros pasos. Entre más nos adentrábamos en el corazón del pantano, más tenebroso parecía ser. Una neblina gruesa se había ido formando y ahora nos rodeaba por completo, imposibilitando ver más allá de nuestras narices. Teníamos que estar muy cerca el uno del otro para vernos las caras.

 Era raro caminar así, de manera lenta por el fondo fangoso de la zona pero también yendo de la mano sin poder ver a la persona. Era casi como ser llevado por allí por un fantasma. Por un momento, tengo que confesarlo, me asusté y casi suelto su mano. Su respuesta fue algo violenta pero me dijo mucho de él que ya sabía pero pude comprobar: me haló hacia si mismo y me abrazó de una forma en la que nadie jamás me había abrazado. Supe que se preocupaba por mi y me sentí mal por tener miedo.

 Estábamos allí porque buscábamos algo perdido, un objeto que nos habían enviado a buscar. Solo que cuando habíamos aceptado la misión, jamás nos habían advertido de los riesgos y de la situación especifica del objeto. Sabíamos que se trataba de un artefacto lleno de información clasificada, que había sido lanzado de un lugar remoto hacía mucho tiempo. Según los mejores análisis hechos por varios expertos, el objeto había aterrizado en esa región pantanosa o un poco más allá, en los confines de este mundo.

 El viaje había sido largo pero no era nada comparado con esas horas que llevábamos en el pantano. Un viaje de catorce horas en avión, la travesía en barco de dos días y la caminata de treinta horas palidecían frente a ese recorrido que en teoría era corto pero que se sabía más peligroso, en más de una manera. No tengo ni idea cuánto tiempo estuvimos caminando hacia delante, siempre hacia delante. El sol no se podía ver y nos había animales que nos pudieran indicar algo que no supiésemos ya. El miedo ya era parte de nosotros y tal vez por eso caminar se hacía menos pesado.

 De repente, en una zona nada particular del pantano, él se detuvo. Yo casi choco con él por sacar el pie del barro, pero de nuevo me tomó con cuidado. Estuve casi seguro de que me había sonreído, pero la neblina ya no dejaba ver nada. Era como si crema espesa hubiese caído encima de todo y nos estuvieran cubriendo lentamente. Por supuesto, no nos untaba de nada, pero casi podía jurar que tenía masa, que era más espesa de lo que parecía ser. Cuando la toqué, pude comprobar que era tal como me lo imaginaba.

 Oí entonces el sonido de un aparato. No era el que veníamos a buscar sino uno que nos habían dado antes de partir. Se trataba de un increíble aparatito que servía para detectar metales particulares en zonas determinadas. Como lo que buscábamos estaba hecho de titanio, solo había que calibrar nuestro aparato para que buscara ese material. Era una fortuna que el agente hubiese elegido un metal tan raro para esconder su información, uno que era muy difícil de encontrar en la superficie terrestre.

 Había posibilidades de que el pantano tuviese otros secretos pero al menos ese material nos daba una pequeña ventaja, o al menos esa era la idea. Al rato, guardó el aparato y me apretó la mano para indicarme que debíamos seguir. Yo estaba cansado pero sabía que la misión debía ser terminada lo más pronto posible. De hecho, entre más pronto lo hiciésemos más rápido estaríamos en casa, arropados y comiendo algo delicioso. Pensar en comida no era la mejor idea, pero al menos no era pensar en el miedo.

 Fue más tarde, cuando la luz pareció cambiar un poco, que por fin nuestros pies tocaron algo distinto al suelo de lodo del pantano. Era algo mucho más duro y algo resbaladizo. Miré al suelo y no pude ver nada por la neblina, pero estaba seguro de que se trataba de suelo rocoso, tal vez incluso de una sola piedra enorme en la mitad del pantano. Era difícil de saber. Caminamos incluso más despacio sobre esa superficie hasta que él se detuvo y yo hice lo mismo. De nuevo, revisó el aparato mientras yo esperaba.

 Fue entonces cuando lo sentí, algo que se movía en alguna parte a nuestro alrededor. Fue un ligero cambio en la atmosfera, una ráfaga de viento que no correspondía a los soplos recurrentes del clima. Era otra cosa, que me hizo dar unos pasos hacia atrás, quedando casi completamente contra mi compañero. Él guardó el aparato, supuse que había sentido lo mismo que yo. Apretó mi mano ligeramente y entonces me soltó, casi empujándome. Por un momento me asusté y quise gritar, pero recordé las instrucciones y solo di un par de pasos hacia atrás, suficientes para sentir algo nuevo.

 Mis pies habían tocado algo. Traté de tantear el objeto con ellos pero no fue suficiente para saber qué era. Lo pisé entonces, sosteniéndolo contra el suelo lo más firme que pude, y me agaché lentamente. Cuando bajé la mano, lo primero que toqué fue el suelo rocoso. Estaba cubierto de musgo, lo que explicaba porqué se sentía tan resbaloso. Luego pasé mis manos al objeto que pisaba. Lo tomé con fuerza y levanté, para poderlo ver justo enfrente de mi rostro. Casi pego un grito, que ahogué tapándome la boca con la otra mano.

 No sé como no pude identificar antes que se trataba de un pedazo de cráneo. Por lo que se veía, no era de un muerto fresco sino de uno que había pasado a mejor vida hacía bastante tiempo, meses o años. Me dio asco tener eso en mi mano, pero lo acerqué más a mi cara y traté de pensar que se trataba de un ser humano, de alguien que tal vez no esperaba morir en ese lugar perdido del mundo. Esa persona merecía respeto, incluso después de muerta. Así que inhalé un poco de aire y traté de analizar el hueso.

 La calavera estaba casi partida en dos, de manera limpia. Era como si a la persona le hubiesen cortado la cabeza en dos mitades casi iguales, con algún tipo de cuchillo o machete. Era imposible que existiera un objeto que partiera un cráneo de manera tan limpia, pero la verdad era que no tenía mucha idea de restos humanos, pues no era ni es mi especialidad. Con cuidado, tomé mi mochila, la abrí y metí el cráneo en una bolsa plástica que tenía adentro. Tal vez en un laboratorio podríamos saber quién era y cómo había muerto.

 Casi muero yo mismo cuando sentí una mano en mi hombro, pero pronto supe que era mi compañero. Nos abrazamos de nuevo. Le quise contar de la calavera pero sabía que no era buena idea. Estando tan cerca, pude ver su rostro. Tenía los ojos inyectados en sangre pero con una expresión muy particular, como de alegría contenida. Se puso un dedo sobre los labios y me señaló su mochila. Me acerqué y pude ver que había encontrado el objeto que habíamos estado buscando. Le sonreí, como para decirle “bien hecho”.

 Hicimos una pequeña pausa, y luego nos tomamos de la mano para empezar a caminar de nuevo. No sé cuantas horas pasaron hasta que volvimos a la colina que habíamos penetrado para llegar al pantano. Por fin se escuchaban pájaros de nuevo, se escuchaba la vida. Podíamos hablarnos el uno al otro.

 Iba a gritar de felicidad cuando nos dimos cuenta que no estábamos solos. Era obvio que más personas sabían del tubo de titanio con información clasificada. Y allí estaban, listos para quitarnos lo que habíamos conseguido con tanto esfuerzo. Pero ellos no sabían quienes éramos en verdad.

viernes, 26 de enero de 2018

Es lo que hay

   Apenas entró en la habitación, empujó la puerta con uno de sus pies y se dejó caer en la cama. Estaba muy cansado. No supo como hizo para incorporarse, quitarse toda la ropa y acostarse debajo de las mullidas sabanas. Durmió por casi ocho horas, sin soñar nada o al menos sin recordarlo. La luz del sol se filtraba por entre la persiana pero ni eso fue capaz de despertarlo. Lo bueno era que era sábado y no habría nada que hacer excepto relajarse y descansar de una semana de estudio.

 Cuando por fin se despertó eran casi las tres de la tarde. Aunque en un principio se sobresaltó por ello, se calmó rápidamente al recordar que no tenía nada que hacer y que el tiempo en verdad no había sido perdido, pues en verdad necesitaba dormir varias horas y por fin lo había hecho. El proyecto de su posgrado lo había mantenido despierto casi todas las noches de la semana anterior, por lo que era apenas justo recibir un poco de descanso y diversión a cambio del esfuerzo.

 Apenas abrió los ojos, lo único que hizo fue darse cuenta de que no sabía muy bien como había llegado a su casa. Por supuesto sabía muy bien donde había estado toda la noche. El sitio era más o menos cerca, así que caminar no debería haber supuesto un gran peligro. Fuera de eso, esa ciudad era mucho más tranquila y segura que su ciudad natal, que no veía hacía varios meses. Había venido a estudiar por un año y ya se había amoldado a la vida local, sin mayores inconvenientes.

 Nadie lo iba a oír decir nada de esto, pero la verdad era que sentía que podría llegar a vivir en un sitio así. Tenía rincones apacible como parques y plazas pero también avenidas llenas de comercio y con gente por todos lados. Tenía callejones que explorar y grandes estructuras que atraían a miles de turistas cada día. El mar y la montaña estaban a la misma distancia desde su casa y el calor del verano era intenso y con brisa y el invierno era suave pero se hacía sentir con cierto carácter.

 Además, estaba el hecho de que allí no sentía cuatro mil ojos encima viendo todo lo que él hacía a cada momento. Podía ir a los sitios que quisiera, comprar lo que se le apeteciera (considerando el precio) y simplemente vivir la vida que él eligiera. El único inconveniente era que todo eso lo estaba haciendo con dinero de sus padres puesto que él jamás había ganado una sola moneda por nada que hubiese hecho. Se había concentrado en ser un adolescente en el colegio y en la universidad se esforzó por aprender y obtener buenas calificaciones.

 Sin embargo, cuando todo lo que tiene que ver con estudios terminó, se dio cuenta de que no tenía experiencia alguna en el mundo laboral. Por unos meses buscó empleo pero no hubo nadie que se interesara en alguien que solo había estudiado una carrera universitaria y sabía hablar en tres idiomas. Esa fue la razón para que saliera de su casa por primera vez e hiciera lo mismo que estaba haciendo ahora: estudiar en otro país. Quiso hacer más que eso pero al parecer allí tampoco necesitaban a uno como él.

 Ahora estaban en la segunda ronda de sus estudios de posgrado. Había elegido una ciudad diferente a la suya y diferente a la otra en la que había vivido. Y sí, se sentía bien y le gustaba lo que estaba estudiando. Pero, de nuevo, nadie parecía interesado en contratarlo para nada. Todos los días enviaba entre diez y veinte hojas de vida a diferentes empresas. Lo hacía en la mañana, antes de salir para clase. Si acaso recibía un par de respuestas diciendo que por ahora no estaban buscando personal.

 La búsqueda se había intensificado en días recientes, pues cada vez más se acercaba la fecha del final de sus estudios y, por consecuente, el regreso a casa. Eso lo tenía pensando mucho puesto que una parte de él ansiaba volver a su ciudad natal y ver a sus padres, amigos y demás. Quería hablar con ellos y escuchar lo que no le contaban por video llamada.  Los quería cerca de nuevo porque aquello le brindaba algo así como una protección especial, un lugar seguro en el mundo.

 Pero otra parte de su ser pensaba que lo mejor era quedarse allí, en una ciudad que había sido amable con él y le había mostrado que su vida podría ser algo mucho mejor de lo que siempre había imaginado. Había aprendido mucho de si mismo allí, y quedarse podría significar el descubrimiento de muchas cosas más y la realización personal que tanto buscan todos los seres humanos. Era una opción que no podía dejar de lado y que consideraba con cada currículo enviado por correo electrónico.

 Sin embargo, todo dependía de ese maldito puesto de trabajo que parecía evitarlo a toda costa. Había estudiado y bastante durante su vida. Pero pronto se dio cuenta que eso en el mundo laboral no vale nada, a menos que ya se haya empezado a escalar la escalera que llaman del éxito. Con cada día que pasaba, con cada momento en el que pensaba en sus opciones, se iba dando cuenta de que esa escalera se alejaba más y más de él. Incluso un día se aseguró a si mismo que jamás sería nadie más de lo que ya era: un simple tonto sin nada que ofrecer a nadie.

 Las cosas pasaron más o menos como él lo había imaginado: llegó el día de la presentación del proyecto de posgrado y fue mucho más sencillo de lo que pensaba. No le importaban las calificaciones ni nada por el estilo, solamente pasar ese obstáculo y por fin estar del otro lado. Ese día fueron todos los alumnos a beber algo y tuvo una sensación que ya había tenido varias veces cuando estaba con un grupo de personas: la sensación de estar solo en el mundo, de no tener nada en que sostenerse.

 Poco después, compró el billete de avión para volver a su ciudad. Eso sellaba su destino inmediato. Había fracasado en sus intentos por hacer algo y por ser alguien. Sabía muy bien que la gente lo juzgaría, por no haber hecho suficiente, por haber sido un flojo que en verdad no quería nada más sino quedarse sentado frente a un computador todos los días. Al volver a casa, descubriría que todo esto no solo estaba en su cabeza, sino que de hecho pasaría a ser algo clave en el siguiente año de su vida.

 Cuando llegó, no hizo nada. Estaba abatido y por primera vez en su vida no veía un camino claro a seguir. Ya se le habían acabado los caminos y solo podía seguir adelante, así lo que tuviera enfrente fuesen solo sombras y una oscuridad horrible. Sus padres no decía nada y nunca supo si eso era bueno o malo. Al menos no hasta que su padre empezó diciendo cosas, indirectas, pero que eran más claras que el agua. ¿Y que podía hacer? Nada más sino empezar a buscar empleo de nuevo.

 Así pasó más de un año, buscando y buscando, enviando sus datos personales a miles de lugares, hablando con personas que pudiesen saber de alguien que pudiera ayudarlo. Pero nada de eso surtió efecto. Nadie ayuda a nadie en este mundo, al menos no en el mundo laboral, sin esperar algo a cambio. Ya con casi treinta años y sin experiencia laboral, las personas empezaban a verlo como un flojo, un bueno para nada que había perdido su tiempo y que no tenía nada para probar que servía de algo.

 No lo decían pero estaba claro que era lo que pensaban. El rechazo casi diario se volvió en una costumbre. También el hecho de que sus amigos dejaron de serlo, apoyados en los cambios que todos habían vivido, excusas flojas que no escondían bien las razones reales.


 Él siguió haciendo lo mismo. Día tras día, con una sombra sobre su cuello que le susurraba ideas al oído, cada una más peligrosa y sórdida que la anterior. Lo ignoraba pero podría llegar un momento en el que eso sería imposible. Pero esa es la historia que hay. La mía.

lunes, 18 de diciembre de 2017

El final es un comienzo

   Las explosiones se sucedieron una a la otra. Desde el otro lado de la bahía se escucharon potentes explosiones pero no se sintieron de la manera violenta como sí lo sintieron algunas de las personas que no habían querido dejar el centro de la ciudad. Los edificios altos, del color del marfil, se desmoronaron de golpe, cayendo pesadamente sobre la playa y dentro del agua. Las personas que quedaban vieron que ya no tenía sentido quedarse allí, si es que lo había tenido antes.

 Se formó una nube enorme de cemento y hormigón, que nubló la vista hacia la ciudad por varias horas. Todos los que estaban en el centro de comando dejaron de mirar hacia la ciudad y se dedicaron entonces a calcular otra variables que tal vez no habían tenido en cuenta. Pero la verdad era que ya todo lo sabían. Estaba más que claro que la armada del General Pico se acercaba a toda máquina hacia la bahía y que embestirían la ciudad con la mayor fuerza posible.

 De hecho, esa había sido la razón parcial para tumbar los edificios. El arquitecto Rogelio Kyel había sido el creador de esas hermosas torres y también había sido él quién había propuesto el colapso de las estructuras para formar una especie de barrera que frenara el ataque del enemigo. Por supuesto, todo el asunto era solo una trampa para distraer al general mientras la población y el comando central escapan hacia algún otro lugar del mundo. El tiempo era el problema principal.

Habían tenido el tiempo justo para tumbar las torres e incluso habían podido evacuar a la mitad de la población en botes especiales, muy difíciles de detectar. Sin embargo, mucha gente quedaba todavía en las islas y era casi imposible sacarlos a todos. Como se dijo antes, la ciudad misma seguía poblada por algunos que se había rehusado a dejar todo lo que era su pasado detrás de ellos. Simplemente se negaban a dejar que algún loco tomara su casa y, a pesar de todo, tenía razón.

 Pero la vida iba primero y, cuando se rehusaron a salir, el comando central decidió que la mayoría tenía prioridad y que si había gente terca que prefería morir, era cosa de ellos y no del gobierno. Muchos de esos tercos se reunieron como pudieron tras ver las torres caer, en parte porque pensaban que el enemigo había sido el causante de los derrumbes. Otros se quedaron en sus hogares sin importar la violencia de las explosiones. Ellos fueron los primeros que murieron cuando Pico embistió con fuerza contra la pobre isla, que se resistió pero al final cayó.

 Tras el derrumbe de las torres, el general solo demoró media hora en llegar a la bahía, con la nube de escombros todavía flotando sobre toda la zona. Dudó un momento pero luego dio un golpe con extrema fuerza contra la ciudad. Lo poco que había quedado de los edificios blancos desapareció bajo las bombas y las pisadas del ejercito del general. Tomaron cada casa y mataron a cada una de las personas que encontraron. Afortunadamente no fueron tantos como pudieron ser, pero igual murieron de la peor manera.

 La distracción fue todo un éxito puesto que la mayoría de las naves pudieron escapar lejos sin que el enemigo se diera cuenta. Solo cuando se fijaron en lo vacía que estaba la ciudad, fue cuando el pequeño general ordenó un bombardeo con naves pesadas sobre todas las islas. Según su decisión, ni un solo rincón de todo el archipiélago podía quedar sin arder bajo las llamas que crecían a causa de los poderosos químicos de los que estaban hechas las bombas.

 Los árboles ardieron en segundos. El comando central y su gente vieron desde lejos como una gran nube negra se cernía sobre lo que había sido su hogar por mucho tiempo. Algunos lloraron y otros prefirieron clavar sus ideas y su mente a lo que tenían por delante y no a lo que había detrás. Esto ayudó a que las naves pudieran alejarse de una manera más precisa, que pudiese evitar una hecatombe global de ser detectados por el ejercito enemigo, que de pronto parecía volcarse en un solo propósito.

 Al otro día, las islas eran solo una sombra de lo que habían sido desde tiempos inmemoriales. Ya no eran de agua clara y playas prístinas, de deliciosa comida y gente alegre, de palmeras enormes que parecían edificios y animales que solo se podían encontrar allí. Todo eso terminó después de varias horas de bombardeos. A la mañana siguiente, no había nada vivo en ese lugar del mundo, a excepción de los soldados que se comportaban más como androides, dando pasos al mismo tiempo, sin razón alguna.

 El general Pico, del que tanto se burlaban sus enemigos por ser un hombre de corta estatura, de bigote espeso y de tener tan poco pelo como una bola de billar, fue el único que soltó una carcajada mientras pisaba las cenizas de lo que había sido uno de los lugares más felices que nadie hubiese conocido. Mientras caminaba, viendo lo que había hecho, pateo cráneos carbonizados y animales retorcidos por el calor de las bombas. Después solo sonrió y al final subió a su nave y se alejó de allí, sin decir nada más. Retomaría pronto su caza del comando central.

 Este grupo se refugió en una pequeña isla remota pero todos sabían bien que no podían quedarse allí mucho tiempo. Seguramente el general decidiría también destruir todas las islas aledañas, por ser un escondite general para gente que nunca se había alejado mucho del mar. Esa, al fin de cuentas, era la verdadera clave. Debían ir a un lugar lejano, en el que nadie esperaría ver gente que se había dedicado toda su vida a pescar y a vivir vidas tranquilas y sin preocupaciones.

 Las naves enfilaron al continente y cuando tocaron la playa se reunieron todos y decidieron dividirse. La mejor manera de escapar era no concentrarse todos en lo mismo sino perderse en la inmensidad del mundo. Formalmente dejarían de ser el comando central y pasarían a ser grupos aislados de personas que, con el tiempo, podrían integrarse a otras comunidades alrededor del planeta sin que nadie se diese cuenta. El general Pico podría perseguir por donde fuera, pero nunca los encontraría, al menos no como los había conocido.

 Algunos se dirigieron a las montañas, un lugar completamente desconocido para ellos, escasamente poblado y con un clima difícil de manejar. Pero como buenos seres humanos, se terminaron acostumbrando después de un corto tiempo. Aprendieron a cazar los animales propios de la región, inventaron aparatos y máquinas para hacer de subida algo más fácil e incluso crearon obras de arquitectura amoldadas a las grandes alturas, todo gracias al arquitecto Rogelio Kyel que había llegado hasta allí.

 Otros, muy al contrario, decidieron que jamás podrían alejarse demasiado del mar. Se adentraron solo algunos kilómetros dentro del continente y se asentaron en el delta de un gran río que regaba con sus agua una vasta región donde pronto pudieron cultivar varios alimentos. Estaban cerca de la selva y sus ventajas pero tuvieron que aprender a vivir también con los animales salvajes que destruían constantemente sus esfuerzos para crear algo así como una nueva civilización.

 El general Pico buscó por todas partes pero lo único que pudo encontrar fueron culturas indígenas que creía inferiores a si mismo y a animales que disparaba por el puro placer de verlos estallar. Murió muy viejo, todavía obsesionado con acabar con todos sus enemigos.


 El arquitecto Kyel murió antes, habiendo dejado su última creación en planos ya listos, que la comunidad decidió construir en la frontera con la región del río. Sería algo así como un puente, construido exclusivamente para unir a los hombres de nuevo, después de tanta devastación.

lunes, 6 de noviembre de 2017

No engañas a nadie

   El pequeño pueblo se veía a la perfección desde la parte más alta de la montaña. Desde allí, parecía ser el lugar perfecto para conseguir algo de comida y tal vez un transporte seguro hacia una ubicación algo más grande, alguna de esas urbes enormes de las que el mundo estaba hecho. Quedarse en semejante lugar tan pequeño no podía ser una opción pues eso pondría en peligro a los habitantes. Era algo que simplemente Él no quería hacer, sabiendo lo poco que sabía.

 Mientras bajaba por la ladera de la montaña, hacia el pueblito, se alegró un poco porque podría tal vez quitarse esas ropas untadas de sangre para ponerse algo que le quedara mejor. Las botas eran para pies más grandes y ya tenía varias llagas que habían sido insensibilizadas por el frío del suelo. Toda la región era un congelador gigante y eso era bueno y malo, muy incomodo pero también un refugio siempre y cuando Él se quedase quieto lo suficiente para que no lo vieran.

 Y es que desde su escape de la base destruida, varios helicópteros habían pasado por encima de su cabeza, sondeando cada metro del bosque, en búsqueda de sobrevivientes. Lo más probable es que buscaran el dueño de la voz que Él había oído antes de emprender su caminata, al menos eso se decía a si mismo. Pero la verdad era que todo podía ser solo una ilusión bien elaborada por  su mente para sobrevivir semejante experiencia. Tal vez todo estaba en su trastornada cabeza.

 Era probable que los helicópteros lo buscaran a Él, el único sobreviviente de la destrucción de ese horrible lugar. No sabía si llamarlo prisión u hospital o laboratorio. Era un poco de todas esas cosas. El caso era que ya estaba en el pasado y no quería volver a él. Sin embargo, estaba claro que no podría comenzar una vida común y corriente así como así. Sabía que la gente que lo buscaba, si sabían más de él que él mismo, no descansarían hasta tenerlo encerrado en una nueva celda.

 Llegó a la base de la montaña tratando de alejar los malos pensamientos de su mente y obligándose a sonreír un poco. Mientras caminaba hacia las casas más próximas, ideó en su mente la historia que diría por los días que le quedaran en la tierra. A nadie le podría decir la verdad y como no recordaba su pasado, lo más obvio era construir una realidad nueva, a su gusto. Diría que era un cazador que había sido atacado en el bosque por un oso. El golpe lo había dejado mal y ahora necesitaba comida, ropa y una manera de volver a su hogar lo más pronto posible.

 Llegó al centro de la población y pudo ver la oficina estatal que siempre existe en esos lugares. Estuvo a punto de encaminarse hacia allá cuando escuchó el grito de una niña. No era un grito de alarma sino una exclamación de sorpresa: “¡Mamá, mira!”. Y la niña señalaba con su dedo al hombre que acababa de entrar en el pueblo. “¿Quién es, mamá?”. La mujer salió corriendo de detrás de una casa. Cargaba dos bolsas llenas y, como pudo, tomó a la niña de la mano y la reprendió en voz baja.

 Él se acercó, con cuidado para no alarmar a las únicas personas que había en el lugar. La mujer levantó la mirada y no dijo nada. Se veía muy asustada, como si hubiese visto algún fantasma. Viendo su reacción, Él se presentó, con la historia que había ideado caminando hacia el lugar. La mujer lo escuchó, apretando la mano de su hija que seguía haciendo preguntas pero en voz baja. Cuando el hombre terminó de hablar, la mujer lo miró fijamente, cosa que casi dolía por el color tan claro de sus ojos.

 Una de las bolsas de papel se rompió y todo su contenido cayó sobre la nieve. La mujer se apresuró a coger las cosas pero Él la ayudó, cosa que obviamente no esperaba. Cuando tuvieron todo en las manos, la mayoría en manos del hombre, él le pidió ayuda de nuevo. La mujer miró a todos lados y con una mirada le indicó que la siguiera. Ella empezó a caminar casi corriendo, lo que hacía que la niña se quejara por no poder caminar bien. Pero al parecer la mujer tenía prisa.

 Pronto estuvieron en el lado opuesto del pueblo. La mujer le dio las llaves a la niña y fue ella quien abrió la puerta de la casa. Hizo que primero pasara su invitado para poder dar una última mirada a los alrededores. Cerró la puerta con seguro y dejo los víveres sobre un mostrador de plástico. Las casas eran tan pequeñas como se veían por fueran. Esa estaba adornadas con varios dibujos y fotografías que hacían referencia a un esposo, obviamente ausente en ese momento.

 La mujer recibió los víveres que faltaban de manos del hombre y le explicó que ese no era un poblado regular sino temporal. Era un campamento para los trabajadores de una mina de diamantes muy próxima a las montañas que había atravesado el hombre. La mujer le explicó, mientras cocinaba algo rápidamente, que hacía poco habían venido agentes estatales a revisar el campamento y a establecer allí un centro de operaciones temporal para lo que ellos llamaban una “operación secreta”, que al parecer era de vital importancia para el país.

 Mientras servía una tortilla con pan tajado, la mujer explicó que los hombres nunca venían hasta la noche y que los visitantes inesperados habían sido ahuyentados por la presencia del Estado. Por eso la llegada un hombre desconocido le había causado tanta impresión. De hecho, sus manos temblaron al pasarle el plato con comida y un vaso de agua. Él solo le dio las gracias por la comida y empezó a consumir los alimentos. Todo tenía un sabor increíble, a pesar de ser una comida tan simple.

 Agradeció de nuevo a la mujer, quien se había acercado para mirar a su hija jugar sobre un sofá. Él le iba a preguntar la edad de la niña cuando la mujer le dijo que era obvio que su historia era mentira. Era algo que se veía en su cara, según ella. Apenas dijo eso, se dio la vuelta y entro en un cuarto lateral. Mientras tanto, la niña lo miraba fijamente. De la nada esbozó una sonrisa, lo que causo una también en su rostro. Sonreír era todavía algo muy extraño para él.

 Cuando la mujer volvió, su hija estaba muy cerca del hombre, mostrándole algunos de sus dibujos. La mujer traía un abrigo grueso, que según ella era parte de un uniforme viejo de su marido. Tenía también un camisa térmica que ella ya no usaba y pantalones jeans viejos. Lamentó no tener botas o zapatos que pudiese usar pero él dijo que ya era bastante con lo que tenía en los brazos. Además, lo siguiente era viajar a alguna ciudad cercana, si es que eso era posible.

 La mujer respondió con un suspiro. Sí había una ciudad relativamente cerca, a seis horas de viaje por carretera. El problema era que no había transporte directo desde allí sino desde el poblado más cercano y ese seguro estaría todavía más lleno de agentes del Estado que la propia mina. El hombre iba a decir algo pero ella le respondió que sabía que había cosas que era mejor no decir. Le indicó donde era el cuarto de baño y el hombre se cambió en pocos minutos.

 En las botas puso algo de papel higiénico, para ver si podría caminar un poco más. La mujer le indicó el camino hacia el pueblo, pasando un denso bosque que iba bajando hacia la hondonada donde habían construido todas las casas y demás edificaciones.


Se despidió con la mano de madre e hija. Apenas puso, apresuró el paso. Horas más tarde, el esposo de la mujer llegó. Ni ella ni su hija dijeron nada, y eso que el hombre vio en uno de los dibujos de su hija un hombre con gran abrigo y grandes botas, ambos con manchas de sangre. Lo atribuyó a la imaginación de la pequeña.