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miércoles, 13 de julio de 2016

Azul

   El último toque de la pintura siempre era el más difícil. O eso creía Teresa, que llevaba muchos años levantándose muy temprano para pintar, una y otra vez, diferentes paisajes de la pequeña y hermosa isla en la que vivía. Para ella, como para muchos de sus visitantes, el sitio era un pedacito del paraíso en la tierra. Tenía el tamaño perfecto, ni muy grande ni muy pequeña. Había playas de arena blanca del costado del mar y playas de arena negra del lado de la laguna. La isla tenía forma de luna crecimiento y eso también era algo que Teresa incluía en su trabajo con frecuencia.

 La mayoría de trabajos que hacía, en formatos pequeños, eran para vender en el mercadito de la isla todos los fines de semana. Desde que se acordaba, tenía un lugar entre el vendedor de objetos de bronce y el que vendía esponjas de mar recién pescadas. Como en todo negocio, había días buenos y días malos. Como podía estar vendiendo dos cuadros cada hora, había días en los que no vendía nada.

 Eso sí, los turistas siempre se detenían a ver las imágenes. Como en todas partes, les gustaba las imágenes realistas que Teresa había ilustrado en sus cuadros. Todo parecía tan real, tan autentico, que era difícil para los visitantes no pararse a mirar lo que su puesto tenía para ofrecer. A veces trababa conversación con algunos de ellos. Había algunos que le preguntaban sobre el tiempo que llevaba pintando y cosas así y había otros que trataban de probarla preguntando cosas de arte universal.

 Ella estaba acostumbrada a que la gente fuera un poco cretina. Ya tenía experiencia con todo tipo de clientes y por eso, lo que primero tomaba en cuenta, era que debía escuchar y no decir mucho hasta que la persona lo quisiera. Si empezaba a elaborar demasiado, empezaban esas discusiones que a nadie le interesaban y que podían durar fácilmente más de una hora y eso le hacía perder mucho tiempo para ganar dinero con otros clientes. Debía ser más materialista.

 La parte que menos le gustaba a Teresa de su trabajo era que cada cierto tiempo debía viajar en ferri a la ciudad, donde compraba todos los utensilios que necesitaba para pintar sus cuadros. A veces les mentía a los clientes diciendo que los colores eran pigmentos naturales recuperado en diferentes puntos de la isla pero eso era algo que había inventado para parecer más interesante.

 La verdad era que compraba sus pinturas a un hombre bastante viejo en una pequeña tienda del centro de la gran ciudad. Tenía que bajar del barco y tomar un autobús que se demoraba lo que permitiese el horrible tráfico de la ciudad. A veces podía pasarse el día entero comprando sus suplementos de pintura.

 Su peor momento fue cuando el viejo le dijo que no le había llegado el color azul. Teresa casi se ahoga con solo escucharlo decir esas palabras pues el color azul era el más importante en sus cuadros. Con él pintaba el cielo, el mar y las hermosas casitas de la isla que era, casi todas, de techo azul y paredes blancas. Hizo que el hombre buscara por todos lados, por cada caja y rincón de su tienda hasta que se dio cuenta que en verdad no había pintura azul.

 Ese día caminó por todo el centro, buscando más tiendas de arte en las que pudiese encontrar su pintura azul. Pero en todos lados estaba agotada o ni siquiera vendían del tipo de pintura que ella usaba. Se le hizo tarde yendo de un lado para otro, por lo que tuvo que quedarse en la ciudad, cosa que siempre le había dado físico asco. Por suerte tenía dinero y pudo quedarse en un hotel regular pero aguantable. Casi no pudo dormir, pensando en el color azul.

 Al otro día siguió buscando. Incluso tuvo que ir a tiendas donde vendían productos de menor calidad y usar cualquier azul que tuviesen disponible. Pero el problema persistía pues no había ningún tipo de color azul en toda la ciudad. Ni cian, ni azul eléctrico, ni azul rey, ni celeste, ni oscuro, ni claro, ni nada que le pudiese servir para sus cuadros. Al final, tuvo que volver a la isla sin el color azul, preocupada por su destino.

 Si no podía pintar correctamente, seguramente los turistas ya no comprarían sus obras. Su trabajado perdería la credibilidad que siempre la había caracterizado. El azul era esencial a la isla y la isla era la fuente de vida para Teresa. Sin una manera de representar correctamente el mundo que tenía adelante, no había como seguir viviendo de ello. Ella no tenía más ingresos y ya era muy mayor para ponerse a aprender otra cosas para ganarse la vida, si es que tenía éxito.

 Al siguiente fin de semana, vendió la mitad de los cuadros que tenía guardados en su casa. Era como si el destino la odiara, o eso pensó ella antes de darse cuenta que esa situación era una bendición del cielo. Todo porque un gigantesco crucero estaba en la región y la gente podía elegir que isla visitar. Por sus playas, la isla en forma de luna era la preferida de muchos para pasar un buen día.

 Después de esos días de buenas ventas, le quedaron solo dos cuadros con color azul. Uno era pequeñito, como para poner en la cocina o algo por el estilo. Otro era grande, uno de los más grandes que jamás hubiese pintado. Ese lienzo no lo había podido vender nunca y parecía que jamás lo haría  pues no era apto para las manos llenas de quienes venían a comprar.

 El lunes siguiente, Teresa se levantó temprano, alistó todas sus pinturas y miró el primer lienzo que tenía enfrente. Tenía por lo menos veinte ya listos, que había hecho con algo de rabia el viernes anterior y le habían quedado sorprendentemente bien hechos. La mujer miraba el blanco de la tela y parecía sumergirse en ella, buscando una manera de superar su problema. Pero resultaba imposible pues su marca, su sello personal, era ese estilo realista en el que las imágenes que pintaba eran casi fotografías del mundo real.

 Eso ya no podría ser. Sin el color azul, era imposible. El domingo, después del mercado, recorrió la isla hasta anochecer buscando algún pigmento natural azul pero no encontró nada por el estilo. Ni flores ni animales ni nada que le sirviera para crear el maldito color que era la base de toda su obra. Era uno de los pilares en los que había basado su vida y hasta ahora se estaba dando cuenta.

 Frustrada y llena de rabia, decidió empezar a pintar utilizando ese sentimiento. No iban a ser cuadros para vender sino para desahogarse. Tenía mucha tela y madera para más lienzos, ya habría tiempo para volver a la realidad. En ese momento necesitaba volver a sus raíces y utilizar la pintura como un medio de liberación, para volver a sentirse esa joven mujer que había decidido que ese era el camino que quería recorrer. Pintó por varios horas y no se detuvo hasta que la luna verdadera salió, siempre brillante.

 Cuando se fue a la cama, todavía manchada de pintura de casi todos los colores excepto el azul, se sintió mejor que antes pero igual preocupada por lo que iba ser de ella. Pensó en dejar su puesto en el mercado, cederlo a alguien más. Consideró empezar a cocinar para ganar dinero de otra manera, o tal vez haciendo retratos a mano en las playas o algo por el estilo. El carboncillo solo podía ser una gran herramienta de vida.

 Pero no hubo necesidad. El resto de la semana siguiente pintando del alma. Había decidido que no le importaba nada, ni su futro ni como comería en los días a venir. Había ahorrado y ya vería que hacer. Al puesto del mercado asistió el fin de semana siguiente con sus dos últimos cuadros azules sobre la mesa y, en una caja, trajo su nueva obra porque no sabía que hacer con todo eso.

 La respuesta le llegó con el gritito de una mujer que le exigió ver esos cuadros. Le confesó a Teresa que la mezcla de colores le había atraído de golpe y necesitaba ver de que se trataba. No eran paisajes sino golpes de color que parecían controlados pero también salvajes y ordinarios. Había algo hermoso en todo el caos.


 La mujer compró dos lienzos grandes. Su marido compró otro más y así vinieron unos y otros y Teresa quedó solo con el lienzo grande y azul que nunca había podido vender. La isla le había proporcionado con que vivir pero la vida le había dado las herramientas para seguir luchando y entender que no hay un solo camino para llegar a un mismo sitio.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Planeta Azul

Bianca metió un recipiente en el extraño liquido fucsia. Tenía una consistencia parecida a la gelatina pero algo más liquida. Dejó el recipiente sobre una roca cubierta de musgo azul y espero. No parecía suceder nada.

 - El liquido es seguro.

Dijo dentro de su casco. Se incorporó como pudo y miró hacia atrás. Sus dos compañeros estaban tomando fotografías del lugar. Era algo difícil hacer cualquier cosa con los trajes puestos pero era mejor que arriesgarse a contaminar el lugar o a morir por falta de oxigeno.

 - Niveles de oxigeno? - pregunta Clark, uno de sus compañeros.
 - Muy bajos.

Eso ya lo sabían, pero seguro era una pregunta rutinaria y ella no iba a ponerse a pelear por algo tan tonto. Estaba muy ocupada siendo asombrada por el sitio en el que estaban: de un lado, en una pequeña colina, crecía musgo azul por todos lados y sobresalían del piso plantas parecidas a nuestras flores pero con colores más opacos. Por un lado de la colina pasaba el riachuelo de "gelatina" fucsia que iba a dar a una planicie seca a apenas unos 200 metros de la colina. Parecía ser una pequeña isla de vida.

 - Gama, que dice el espectrómetro?

Gama era la nave, orbitando sobre sus cabezas, donde estaba el resto de la tripulación de este primer viaje al planeta Cronos.

Se le había llamado así porque los científicos habían estado de acuerdo que solo era cuestión de tiempo para descubrir un planeta con potencial para ser habitado. Y siendo Cronos la representación clásica del tiempo, era apenas apropiado.

 - Detectamos islas de vida un poco por todos lados. Parece que el proceso es reciente.

Bianca no podía evitar sonreír. Parecía que habían encontrado lo que por tanto tiempo habían buscado.

Cronos no era el primer exoplaneta descubierto. Muchos habían sido hallados un poco por todos lados hacía casi un siglo. Lo que era especial en este lugar era el enorme potencial que parecía mostrar para sostener la vida. Más concretamente, para que en un futuro pudiésemos llamarlo "hogar".

 - Gama, estamos listos para volver.
 - Entendido. Estaremos al tanto.

Bianca se acercó entonces a sus compañeros, Alynna y Marcos, y tras una discusión corta, empezaron a caminar los pasos que los separaban de una pequeña nave que parecía un antiguo planeador. Esa pequeña nave, hecha de un material resistente pero ligero, los llevaría de vuelta a Gama.

Mientras tomaban altura, Bianca no podía evitar mirar por la ventana la pequeña isla de vida que habían encontrado. Con ella llevaba el cuenco de "agua" extraterrestre para ser analizada en Gama.

Había trabajado tanto por este logro que parecía estar viviendo un sueño. En el pasado la gente no entendía la importancia del ecosistema, de tener un planeta seguro y habitable. Esto había causado que la contaminación, la sobrepoblación y la sobreexplotación acabaran por empujarnos al borde de la extinción.
Ya habían habido varias hambrunas, graves desastres naturales y las guerras, como era de esperar, seguían apareciendo, incluso en aquellos lugares que alguna vez se habían vanagloriado de sus logros democráticos.

Afortunadamente, se habían tomado medidas para buscar otro sitio, otro planeta al que la Humanidad pudiera migrar para evitar su desaparición. Obviamente, no todos podrían emigrar. La idea no era dejar la Tierra sino crear una red de "hogares", cada uno con vida sustentable.

Guardando el recipiente en el laboratorio y luego quitándose su traje espacial, Bianca recordaba como había sido elegida por ser joven y talentosa y sin dudar había tomado la decisión de hacer este viaje de años para dar una esperanza a los millones que esperaban en casa.

 - Exploradores, los esperamos en la sala de reuniones. - dijo la voz del capitán por los altavoces.

Se reunieron los siete miembros de la tripulación alrededor de una gran mesa redonda, en un cuarto igual de circular con excelente iluminación. Todos llevaban ropa más cómoda ya y se sentaban en sus lugares, esperando al capitán.

El hombre ya tenía unos 60 años y muchos decían que había tomado el trabajo porque le había tomado un odio especial a la Tierra. Se decía que sufría varios problemas de salud y el espacio haría que sus últimos años fueran menos insoportables. Y sí, él planeaba morir allá afuera.

 - Amigos, es hora de la reunión del día. Doctora Fellini, por favor.

Bianca se puso de pie y empezó a hacer un pequeño resumen de lo encontrado: el "agua" gelatinosa, el musgo azul y las islas de vida que formaban.

 - Vida animal?
 - No pudimos apreciar ninguna aunque no la descartaría.

El capitán asentía. Parecía serio.

 - Señor Tempelhof, que nos dice del planeta en sí.
 - Niveles de oxigeno bajos. Topografía abrupta en algunas regiones. No encontré toxicidad extrema aunque sí hay bolsas de metano en cierta áreas.

Otra vez asentía, sin mirar a su interlocutor.

 - Señora White, estado de Gea.
 - Estamos haciendo los últimos ajustes para tenerla a punto en unas horas. Estoy segura que trabajará a toda potencia si la dejamos hacer su trabajo.

Esta vez, el capitán sí miró a la señora White.

 - Cree que es factible la terraformación del planeta?
 - Es un proceso largo. Y la máquina no podrá hacerlo todo. Habrá que construir granjas e ir poco a poco.
 - Pero es factible?
 - Sí, señor.

El silencio era absoluto. El capitán lucía preocupado. Todos esperaban verlo algo alegre por haber llegado a destino a salvo.

 - Tengo una mala noticia, queridos amigos.

Todos se removieron en sus asientos, nerviosos.

 - Recibí un mensaje encriptado de la Tierra. Nos piden volver de inmediato.

La noticia cayó como un balde de agua fría. Todos empezaron a discutir y pelear pero el capitán los calló con un golpe a la mesa.

 - Señores! Eso no es todo... La razón es que ha habido un ataque nuclear y ya hay movilizaciones de tropas. No parece que haya salida.

Nadie decía nada. Todos pensaban en sus seres queridos, en lo que habrían de estar viviendo. También pensaban que no tenía sentido volver a una zona de guerra, aún menos siendo un viaje de años.

Todos estaban sumidos en sus pensamientos cuando la alarma de la computadora empezó a retumbar por todas partes. El capitán se puso de pie de golpe y se acercó a una consola cercana. En la pantalla aparecía una zona del planeta en rojo, titilando.

 - Dejaron algo abajo?
 - No, señor.
 - Entonces que es eso.

Algunos se acercaron a la consola pero Bianca prefirió ver por una de las ventanillas. Lo que vio la asustó terriblemente y no se desmayó de milagro.

Una mancha oscura parecía crecer sobre la superficie del planeta. No era rápida pero se notaba su crecimiento con facilidad. No, no era color negro. Era azul.

 - Según las instrumentos, es... es vegetal.

Una simple bacteria, en un traje mal esterilizado, había hecho que el musgo azul creciera de un modo casi violento, abarcando más territorio del que tenía antes.

 - Señor... - dijo un hombre de baja estatura, con orejas puntiagudas.

El capitán se le acercó.

 - Que pasa Perkins?

El hombre pasó saliva y se aclaró la garganta.

- La sonda detecta una subida en los niveles de oxigeno.

El capitán no lo podía creer. Ninguno lo podía creer.

- Y señor,...
- Que?
- Se detectan formas de vida. Parecen salir del interior del planeta.