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miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mi sangre

   La sangre empezó a caer como si hubiera tenido un grifo en la cara. Había pasado de la nada. Momentos antes, solo había estado pensando en mi vida, en cosas varias como uno hace seguido en los buses. El chorro de liquido en mi mano y mi entrepierna me alertó de que algo pasaba. Si mi sangre hubiese sido más sutil, creo que no me hubiese dado cuenta hasta más tarde. El caso es que todavía estaba a unos diez minutos de mi casa, caminando. Esperé como pude, tapándome la nariz, cubriéndome con una hoja de mi curriculum.

 Mi hoja de vida, de trabajo o como se le quiera llamar era lo único que tenía a mano y, para ser sincero conmigo mismo, nunca había sido más que un montón de garabatos escritos en un papel duro y sin gracia. La hoja se consumió rápidamente, como si mi sangre fuese el fuego de una hoguera que carcome todo lo que se encuentra a su paso. Mis pies se movían, la sangre en mis piernas y manos chorreaba al suelo y la gente ya empezaba a mirarme más de lo que resulta cómodo.

 Apenas vi mi parada, timbré unas cinco veces y me bajé golpeándome el hombre contra la puerta del bus. Alguien dijo algo detrás de mí pero no le puse cuidado porque seguro era algo que no me interesaba oír. Con la mochila casi vacía en mi espalda y el papel sangriento en mi cara, caminé los pocos metros que me separaban de mi casa. Tenía que cruzar un parque para llegar, el mismo parque donde no hacía mucho habíamos jugado con una mascota que ahora ya era parte de la Tierra.

 No sé si fue pensar en esa bella criatura o si fue causa del chorro de sangre que salía por mi nariz. El caso es que di un traspiés bastante brusco y caí de frente. No me golpee la nariz pero el papel untado de rojo salió volando. La agitación hizo que sangrara más y fue entonces cuando de verdad me sentí mal. La fuerza de mis brazos no estaba ya y empecé a ver todo como si hubiese un vidrio sucio frente a mi cara. Lo último que vi fue una sombra que me asustó, luego ruidos ininteligibles y luego nada.

 Tuve un sueño muy raro, en el que estaba sentado sobre una silla en la mitad de un campo enorme, muy verde. El cielo estaba casi completamente despejado, con solo apenas algunas nubes blancas y gorditas surcando el espacio sobre mi cabeza. Miraba a un lado y al otro del campo verde y no había nada ni nadie más aparte de la silla y de mi. Quise ponerme de pie pero no podía. Ni siquiera lograba moverme. Era como si mi cuerpo no quisiera hacer lo que el cerebro le decía. Me sentí atrapado. Quise gritar pero tampoco pude. No había sonido.

 Cuando desperté, la cabeza me daba miles de vueltas. El mareo fue tal que, aunque no veía nada, mi instinto me dijo que girara la cabeza a la derecha para vomitar. Al parecer hice lo correcto, pues una sombra pasó corriendo por el lado, como si fuese a buscar a otra persona. Sabía que debía estar en mi casa o en algún lugar por el estilo. No tuve mucho tiempo para adivinarlo pues me desmayé a los pocos segundos. Mi fuerza estaba ausente, completamente drenada.

 Abrí lo ojos de nuevo mucho después. Era de noche, eso sí que lo podía percibir. Mi vista estaba un poco mejor pero todo seguía pareciendo una de las peores pesadillas de mi vida. Los sonidos se aclaraban poco a poco, a veces escuchándose más fuertes y a veces más suaves. Agradecí que alguien, tal vez una enfermera, había cerrado la puerta. No quería saber mucho de lo que pasaba afuera de esa habitación. Ya había adivinado que era un hospital y no mi casa.

 Oí pasos y fingí dormir. La puerta se abrió y se cerró y una forma humana se acercó a mi. No sabía como era su rostro pero sabía que lo tenía muy cerca al mío. Estuvo haciendo algo allí, luego me tomó la muñeca izquierda, se quedó quieto y luego se fue. Por el tamaño de los dedos pude deducir que era un hombre y era muy probable que fuese mi doctor. Tuve ganas de abrir los ojos y la boca y preguntarle que era lo que estaba pasando pero supe que no tendría la capacidad de hacer ninguna de esas cosas.

 Resolví dormir de nuevo y eso me sirvió un poco, a pesar de que la pesadilla de la silla volvió a mi mente. Lo único diferente era que esta vez todo ocurría de noche y era mucho más terrorífico que antes. Podía sentir muchas presencias a mi alrededor, murmullos y sombras que se movían de un lado y del otro. De nuevo, no me podía mover de la silla y sí que quería hacerlo, quería salir corriendo de allí y refugiarme en algún lugar familiar. Pero dentro de mí sabía que eso no era posible.

 Cuando me desperté de la pesadilla, el doctor estaba al lado mío. Creo que se asustó porque se retiró de golpe y su bolígrafo cayó al suelo. No supe que hacer en el momento, empezando porque mi sentido del oído había vuelto por completo y el de la vista estaba en camino de estar como antes. El hombre me revisó en silencio y no dijo nada durante todo el rato. Yo quise decirle algo pero no pude. No solo porque las palabras no estaban a la mano, sino porque mi garganta se sentía como llena de pelusa, como si muchos gatos la hubiera utilizado como resbaladilla.

 Estuve en el hospital una semana y luego otra más. Casi un mes completo allí cuando, por fin, me dieron de alta. Tuve que ir a un consultorio para que me dijeran los resultados de todos los exámenes que me habían estado haciendo. Mis padres estaban allí porque alguien tenía que pagar la cuenta del hospital. De resto, se suponía que yo era un adulto responsable de si mismo. Me dio rabia estar allí en ese momento, sintiéndome aún pero de lo que ya me había sentido.

 En resumen, el médico declaró que tenía un problema serio de la sangre y que no tenían claro que era lo que sucedía. Al parecer no era cáncer ni ninguna enfermedad de transmisión sexual. Casi me rio cuando mencionó ese detalle pues hacía casi un año que yo no había tocado otro cuerpo humano. Dijo muchas cosas que no entendí y otro montó que la verdad no quise escuchar. Los médicos hablan demasiado a veces y se les olvida que atienden seres humanos.

 Salimos de allí después de pagar y volvimos a casa. Mis padres me miraban como si tuviera la peste o algo peor. Como si les fuese a saltar al cuello en cualquier momento. Yo no hice nada más sino ir a mi habitación y encerrarme allí. Se suponía que tenía que seguir una dieta estricta y ciertas reglas en mi vida, como no agitarme ni nada parecido. Se me habían prohibido las actividades extenuantes, así que por fin era útil ser un desempleado más de un país en el olvido.

 Estuve varios días en mi habitación, viendo películas y comiendo y no haciendo nada. Se suponía que también tenía que ejercitarme pero simplemente no lo hice. Mi cuerpo dolía demasiado por todo lo que me habían hecho y simplemente no tenía el humor de ponerme a torturar mi cuerpo. Era algo muy idiota pensar que alguien en mi estado se iba a poner a esforzarse tanto de la noche a la mañana y sin más, sin una charla de verdad, sin consejos ni confidencias y nada que me hiciera sentir seguro.

 Pasadas dos semanas, mi nariz empezó a sangrar de nuevo, mientras estaba en el portátil. La sangre empezó a meterse por entre las teclas, manchando mis dedos y dañando internamente el aparato. Y yo solo miraba absorto el liquido medio espeso.


 Quise saber cuanto era necesario para empezar a marearme de nuevo. Quería ver cuanto faltaba para sentirme tan mal como antes. Fue entonces que me di cuenta: yo mismo me había hecho sangrar. No sabía como pero sí sabía porqué. No dije nada, ni llamé a nadie mientras mi cama se iba manchando por mi fuego interno.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Primeras veces

   Toda vez que fuese la primera, me ponía nervioso. Era algo que me pasaba desde que era pequeño y tenía que ir a la escuela, de nuevo, cada año. El primer día de clases era una tortura pues muchas veces era en un lugar nuevo, con personas nuevas. Y cuando no lo era, no estaba seguro de si quedaría con mis amigos o con otros con lo que no simpatizaba mucho que digamos. Era una tortura tener que vivir esa incertidumbre una y otra vez. Esto no era nada diferente.

 Me había mirado la cara varias veces antes de salir, en el espejo del baño y en el que había en el recibidor. Tenía la sensación de que no iba bien vestido pero tampoco sabía como solucionar el problema. Me había puesto ropa formal pero no nada muy exagerado tampoco. No quería que creyeran que estaba teniendo alucinaciones, creyendo que me iban a contratar como el ejecutivo del año en la empresa o algo por el estilo. Solo quería dar a entender que era responsable y ordenado.

 Decidí salir con tiempo por dos razones: eso me daba la posibilidad de tomar el bus que iba directo y era más barato que un taxi pero también me daba la oportunidad de relajarme un poco y no estar tan tenso. Esa era la idea al menos porque la verdad no me calmé en los más mínimo durante todo el recorrido y eso que fue de casi una hora. El efecto había sido el contrario: esperar y esperar aumentaban mi tensión y podía sentir dentro de mi como me circulaba la sangre, haciendo mucha presión.

 El autobús lo tuve que esperar algunos minutos, cosa que no redujo mucho aquella tensión. Iba con tiempo y se suponía que nada de eso me tenía que poner tenso y, sin embargo, estaba moviendo los pies sin descanso y daba vueltas en la parada como si fuera un tigre esperando que lo alimenten. Las personas que estaban en el lugar me miraban bastante pero no parecían interesados de verdad sino solamente curiosos. Al fin y al cabo, para ellos todo el asunto no era nada nuevo.

 Ya en el bus, tuve un momento de indecisión para  elegir la silla en la que iba a sentarme. Tanto me demoré en decidir que las sillas se ocuparon y tuve que mantenerme de pie, con la mano firmemente agarrada a uno de los tubos que pasan por encima de las cabezas de los pasajeros. Mi mano parecía querer pulverizar el tubo y varias veces tuve que recordarme a mi mismo que tenía que respirar y relajarme, no podía seguir así como estaba o simplemente moriría de un infarto. Cerrar los ojos y respirar lentamente fue la clave para no morir allí mismo.

 El viaje en el autobús se sintió mucho más largo de lo que había esperado. Eso sí, me tomó una hora ir de un punto a otro pero como estaba tan desesperado, había vivido el recorrido como si la distancia hubiese sido el triple. Lo peor fue cuando, en un momento dado, sentí que estaba sudando: una gota resbaló desde la línea de mi cabello, por todo el lado de mi cara, hasta el mentón. Allí se había quedado y luego caído al suelo del bus. Obviamente sentía que todos me miraban, pero nadie lo hacía.

 Cuando el autobús paró para recoger pasajeros, aproveché para limpiarme la cara. No estaba tan sudoroso como pensaba pero de todas maneras me limpié y traté de mantener la calma. Tratando de no ser muy evidente, me revisé debajo de las axilas muy sutilmente para saber si había manchado la camisa recién planchada que tenía puesta. Sí se sentía un poco húmedo pero no tanto como yo pensaba. Traté en serio de respirar pero no me sentía muy bien. Sentía que me ahogaba.

 Traté de no hacer escandalo. Respiré como pude por la nariz y apreté el tubo al que estaba garrado con mucha fuerza. Creo que una lágrima me resbaló por la cara pero no lo hice mucho caso. Solo traté de poder respirar un poco más. Cuando sentí que el oxigeno fluía de nuevo, tomé un gran respiro y me limpié la cara. Fue entonces que, como por arte de magia, me di cuenta que por fin había llegado adonde quería estar. Casi destruyo el botón de parada del bus con el dedo.

 Apenas bajé, sentí como si el mundo por fin estuviese lleno de aire para respirar. Estaba temblando un poco y me di cuenta de que casi había tenido una crisis nerviosa. Ya de nada servía seguirme diciendo que me relajara y que no tenía razones para preocuparme. Todo eso no servía para nada puesto que yo siempre vivía las cosas de la misma manera, nada puede cambiar el hecho de que me den nervios al estar tan cerca de algo que me pone en una tensión increíble. Así soy.

 Tenía que caminar un poco para llegar adonde necesitaba. Tenía aún unos cuarenta y cinco minutos para respirar el aire de la ciudad, relajarme cruzando por andenes y un parque pequeño, hasta llegar a un conjunto de torres de oficinas que parecían haber sido construidas hacía muy poco tiempo. Automáticamente, saqué mi celular para revisar la dirección, a pesar de haberla buscado un sinfín de veces antes de salir. Solo quería asegurarme de que todo estuviese bien. Me detuve un momento para tomar aire y entonces me dirigí a uno de los edificios.

  Me revisó un guarda de seguridad y luego pasé a la recepción para decir que venía por una entrevista de trabajo. Se suponía que era una formalidad, pero yo nunca me he creído eso de que las cosas estén ya tan seguras antes de hacerlas. No creo que nada sea seguro hasta que hay contratos o hechos de por medio que lo garanticen. Por eso estaba nervioso y por eso siempre lo estoy cundo se trata de cosas que pueden irse para un lado o para el otro. Nada es cien por ciento seguro, ese es mi punto.

 La joven recepcionista me dijo que tomara el ascensor al séptimo piso. Me dio también una tarjeta para poder pasar por los torniquetes de acceso al edificio. Fue un momento divertido pues era como entrar a una estación de tren pero sin viajar a ningún lado, a menos que se cuente el corto trayecto en ascensor como un viaje. Apenas entré en el aparato, dos personas más lo hicieron conmigo pero se bajaron bastante pronto. Solo estaba yo para ir al séptimo piso. El ascensor no hacía ruido.

 Cuando se abrieron las puertas, tuve que tomar otra bocanada de aire. Me sentí muy nervioso de repente y tuve que caminar despacio hasta una nueva recepción, donde otra joven mujer me miró un poco preocupada pero pareció olvidar su preocupación cuando le dije a lo que venía. Marcó un número en un teléfono, habló por unos pocos segundos y entonces me dijo que esperara sentado a que vinieran por mi. Frente a ella había algunas sillas donde se suponía que debía esperar.

 Pero elegí no sentarme, ya había estado mucho tiempo sentado en el bus. Quería estirar un poco la espalda puesto que el retorno a casa iba a ser del mismo modo. Con la mirada recorrí el lugar y detallé que no había cuadros de ningún tipo en el lugar, ni siquiera afiches o algo por el estilo. Todo era gris, casi tan lúgubre como el espacio de trabajo de un dentista. No había nadie más en la sala de espera. Solo estábamos yo y la señorita recepcionista que parecía estar leyendo una revista.

 El ascensor se abrió en un momento dado y salieron algunas personas, todas evitando mirarme a los ojos. Me pareció algo muy raro, aunque no del todo extraño. Volvían al trabajo de comer y seguro tendrían sueño en unos minutos. Era la parte más difícil del día.


 Por fin, la persona que había venido a ver vino por mi. Sentí que era mis piernas las que me hacían mover y no yo. Nos dirigimos a su oficina y fue muy amable. Tan amable de hecho que su primera pregunta fue: “¿Cuando puedes empezar?”

martes, 30 de junio de 2015

Accidente al desnudo

   Sentí tan vergüenza, que salí corriendo a la sala y dejé la caja que le había venido a dejar sobre el sofá. Bajé las escaleras rápidamente y caminé hasta la parada del autobús como si no hubiera pasado nada. Pero la verdad era que no podía pensar en nadie más. Con Nicolás nos conocíamos hace mucho tiempo. Habíamos ido al colegio juntos, desde los doce años más o menos. Nunca habíamos sido amigos y él ni siquiera terminó sus estudios en ese mismo colegio, como sí lo hice yo. El se fue a otro país y no lo vería yo sino hasta mucho después, cuando me lo crucé por pura casualidad en el trabajo que había conseguido. Era muy raro encontrarme a un compañero del colegio así y todo se acababa de poner más raro entre nosotros hacía apenas unos minutos.

 Todo el camino a mi casa, pensé que debo tratar de cambiar mi manera de hacer las cosas. Como estaba apurado, usé la llave que el mismo me había dado para entrar a su casa y dejarle el paquete que tanto había estado esperando. Lo que yo sabía era que eran documentos muy importantes que él debía tener en casa y no en la oficina y que apenas llegasen se los debía llevar a su casa tan pronto como fuese posible. Y así lo hice, aprovechando para tomarme la tarde libre. Ahora me arrepentía de tener horas libres porque sabía que iba a seguir pensando en lo ocurrido y no era un pensamiento muy alegre en el momento. Bueno, no es que lo que pasó fuese algo tan trágico o fatal pero de todas maneras no es algo que yo hubiese pensado hacer un miércoles en la tarde.

 El caso es que, con llaves en mano, entré al lugar y me di cuenta que había música y pensé que seguramente él estaba allí y podía darle el paquete en persona. Era lo mejor porque así podría ver que era yo el que se lo había traído y podría notar mi dedicación al trabajo. Se sentía un poco raro, sobre todo por aquel asunto de haber ido al colegio juntos. Ahora él estaba sobre mi en cuanto a rangos y no debía decir nada al respecto. Pero en la escuela no era tan igual, tal vez porque éramos tan pequeños. Todavía no había nada popular o socialmente mejor que nadie. Creo que hablamos un par de veces e incluso se rió de algo que dije pero la verdad es que no lo recuerdo todo con claridad.

 Cuando entré, seguí a la habitación, siguiendo el sonido de la música. Me di cuenta que estaba en la ducha pero decidí no tocar porque seguramente lo hubiese asustado aún más al golpear la puerta. Decidí dar una vuelta por su habitación, esperando a terminara. Iba a hablar cuando cortara el flujo del agua pero no lo hice porque me distraje viendo las fotos que tenía en su habitación. Cuando me di cuenta, salió totalmente desnudo del baño, agua chorreando por todo su cuerpo y, por unos segundos, totalmente ignorante de que yo estaba allí. Luego él gritó, yo igual, dejé el paquete tirado en el sofá y eso fue todo lo que pasó.

 Al día siguiente, pensé que era posible que Nicolás no me hubiese reconocido. Tal vez ni siquiera sabía quien era yo y menos aún con el susto que se había pegado. Apenas nos volvimos a ver casi no me reconoció y fui yo quien le tuve que recordar quien era y de donde nos conocíamos. La verdad ese momento fue algo incomodo porque había gente oyendo y parecía como si yo estuviese desesperado por establecer una conexión con alguno de los que estaba a cargo. En ese momento el fingió recordar, porque yo sabía que en verdad no había recordado nada y lo habíamos dejado allí. Así que no hubiese sido para nada extraño si Nicolás no me hubiese reconocido en su casa y simplemente no fuera a decirme nada porque no sabía quien era.

 Al parecer tenía razón porque en todo el día siguiente no me llegué ningún mensaje ni me solicitaron en la oficina del jefe. Nada de nada. Así era mejor y no tenía sentido que pasase algo diferente. Seguramente ni se acordaba de mi y era mejor dejarlo así. De vuelta a casa esa tarde, me vi pensando en su cuerpo desnudo de nuevo y me di cuenta de que mi jefe era un hombre bastante guapo. Ahora que ya no había peligro de que supiera que había sido yo el imprudente que había estado parado en su cuarto como una lámpara, podía recordar el momento como uno en el que vi a un hombre desnudo y nada más. Así era mejor, dejarlo como una anécdota chistosa, dejando por fuera el detalle de que ese era mi jefe.

 Él siempre había sido muy blanco, como la leche. Yo recordaba que cuando pequeño algo había mencionado de que uno de sus padres era de Europa del Este. Sin embargo, tenía un cuerpo bastante bien cuidado pero no marcado ni nada de esas tontería que ahora se consideraban atractivas. Era el cuerpo como de un modelo de aquellos que usaban en la antigüedad. Algo por estilo… Ahora me doy cuenta que pienso en él como si fuera una figura de mármol y me da risa, un David moderno. La verdad es que el David es más corpulento y Nicolás no lo es para nada. De hecho es un poco flacucho pero lo suficientemente atractivo para seguir en mi mente. Porque no dejaba de pensar en lo mismo?

 Bueno, y de sus partes intimas prefiero no hablar. Pero lo vi todo y debo decir que cumplen con la normativa. Es decir, todo es del tamaño reglamentario. No es un actor porno o algo por el estilo pero tampoco es un fenómeno de la naturaleza por lo contrario. Creo que algo así es lo que quiero decir… En todo caso, vi todo por tan solo unos segundos antes de que saliera corriendo, casi tumbándolo a él porque bloqueaba la puerta de salida de la habitación. Llegando a mi casa ese jueves todavía pensaba en él y creo que lo hice incluso antes de quedarme dormido. Era lo más emocionante que me había pasado en días recientes.

 El viernes en la mañana hubo reunión de todo los departamentos en el trabajo y tuve que asistir porque era uno de los encargados de uno de los pequeños proyectos que tenía la firma. Fue la primera vez que veía a Nicolás desde lo sucedido. Como lo imaginé y supuse, él no me miró ni una sola vez y parecía tan calmado como siempre. Esa era la prueba que necesitaba para darme cuenta de que él no me reconocía y que todo podía seguir adelante sin novedades. Tomé las notas pertinentes en la reunión y apenas salimos incluso me atreví a saludarlo y él hizo lo mismo con total candidez y naturalidad. Me fui a mi puesto de trabajo decidido a dejar el incidente atrás y solo preocuparme por lo que necesitaba de mi atención en ese momento.

 Ya casi a la hora de salir, Nicolás pidió verme.  Debo admitir que el corazón me dio un vuelco pero su secretaria agregó que era para aclarar uno de los puntos del trabajo asignado a mi en la reunión, así que me relajé una vez más y marché a su oficina con celeridad. Allí, hablamos como siempre lo hacíamos en el trabajo e incluso nos reímos de alguna anotación graciosa que hice. Cuando terminamos, me di cuenta que la mayoría de la gente ya se había ido y él se disculpó por hacerme quedar más tiempo. Le dije que no había problema y que el bus siempre pasaba a lo que él respondió que podía llevarme a mi casa si yo quisiera. Lo pensé un segundo pero luego un trueno en el exterior me hizo decir que sí.

 En el auto de Nicolás, que era negro y nuevo, me sentía un poco incomodo pero más porque era extraño que un jefe llevara a un empleado a su casa. Pero había aceptado porque no quería una gripe justo antes de la temporada de vacaciones. Charlamos un poco en el camino pero no mucho y fue solo cuando faltaron unas calles para llegar a mi casa que me di cuenta que en el asiento trasero del coche había una caja, la misma que yo le había dejado a él en el sofá el día que lo había visto desnudo. Fingí que no había visto nada y lo dirigí para dejarme en mi casa. Cuando se detuvo le agradecí pero entonces Nicolás preguntó si había sido yo el que había llevado el paquete a su casa.

 Parece que sí me vio mirar la caja. Así que le respondí que sí y antes de nada más me disculpé eternamente por haber entrado así y por haberlo visto desnudo y por salir corriendo. Sentía mucha vergüenza y solamente podía pedirle disculpas y decirle que pensaba que no me había reconocido. Para mi sorpresa, Nicolás rió y casi no pudo parar. Cuando lo hizo, me dijo que sabía muy bien como era yo y que todo el tiempo supo que había sido yo el que había ido a su casa pero había decidido no decir nada pero ahora el tema había salido a la luz y que mejor que discutirlo como dos hombres adultos. Yo solo asentí, sin más.

  Entonces Nicolás me empezó a contar de un día que, después de educación física, todos nos habíamos bañado en las duchas del colegio. Era de las pocas veces que se usaban y todas tenían puerta y demás. Entonces él confesó que había salido de último del campo de juego y no sabía que ducha estaba vacía y abrió una y estaba ocupada pero la cerró antes de que la persona se diera cuenta. Según él, esa persona había sido yo. Quedé con la boca abierta y le pregunté que si la historia era real y el solo se encogió de hombros y sonrió. Yo me reí.


 Desde entonces hablamos más seguido y nos hicimos buenos amigos. Pero lo que pasó después, es cosa de otro relato.