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miércoles, 26 de septiembre de 2018

Apocalipsis


    Todo el mundo lo vio por televisión. El cohete salió de un silo militar, en algún lugar que nadie nunca conocería. El objeto era enorme, más grande que cualquiera de los misiles que los militares usaban con más frecuencia. Estuvo un momento sobre la compuerta por la que había salido a la superficie y luego su parte trasera se encendió y empezó a impulsarlo con dificultad por los aires. Era obvio que el cohete era muy pesado, pero no era de sorprender puesto que llevaba varias cabezas nucleares.

 El cohete surcó los cielos por varios minutos. Algunas personas pudieron verlo a simple vista, como un tubo gigante que cruzaba el cielo dejando una estela blanca tras de sí. Todo el que lo veía, por donde fuera, aguantaba la respiración. Pasados otros minutos, se confirmó que el cohete ya salía de la Tierra y se encaminaba vertiginosamente hacia su destino. Ya no se le podía grabar, así que los canales de televisión decidieron repetir una y otra vez el plan que habían trazado los gobiernos ricos del mundo.

 Ellos habían dictaminado que solo una bomba magnifica, mayor que ninguna creada antes, podría ser la salvación de la humanidad. Tan solo cuatro meses antes, se había descubierto la existencia de un asteroide que pasaría demasiado cerca de la Tierra. Tan cerca, que cuando pasara por su lado se vería atraído por la gravedad y terminaría estrellándose contra el mar de forma estrepitosa. Eso causaría un maremoto de proporciones bíblicas y millones de muertes alrededor del globo. Pero no terminaría allí.

El choque causaría también terremotos y una desestabilización general de todo el planeta, lo que afectaría a todo el mundo. Quienes no sucumbieran por el maremoto, lo harían cuando la tierra debajo de sus pies empezara a cambiar de forma y lugar. En pocas palabras, se había descubierto que la humanidad tendría sus días contados, así como todas las demás especies en existencia sobre el planeta azul. Por eso se habían apurado a buscar una solución al problema y esa era el cohete y sus cabezas nucleares.

 Muchos no estuvieron de acuerdo, pues se corría el riesgo de que la bomba fallara y terminara estrellándose contra el suelo y matando miles o millones de un solo golpe. Pero como el asteroide ya amenazaba con hacer lo mismo o algo peor, se ignoró por completo a quienes se quejaban y se construyó el cohete en el mayor grado de secreto. Solo se le informó a la gente sobre el asteroide un mes antes de su eventual colisión con la Tierra, pocos días antes del lanzamiento del cohete que debería ser la llama de esperanza para toda la humanidad. La gente esperaba casi sin respirar.

 Entonces, en algún lugar del hemisferio sur, la gente reportó una luz brillante que impedía mirar hacia el cielo. Era casi como una nube, que se expandía hacia todas partes. Hubo grandes zonas de territorio cubiertas por esa masiva luz y luego bañadas por una lluvia sucia y gruesa, con un olor muy particular. Era lo que más temían los gobiernos ricos y el desenlace más temido por los científicos que habían aconsejado a los gobiernos. Era precisamente lo que nunca debía de pasar.

 El cohete había estallado antes de chocar con el asteroide. Había estado lo suficientemente cerca como para arrancarle un buen pedazo, pero su trayectoria había hecho que el asteroide cambiara su curso a uno aún más directo que el anterior. Esto lo supieron al instante los ciudadanos, pues los científicos dejaron de apoyar a sus gobiernos. En esos días, el caos reinó por completo. Hubo asesinatos, robos, protestas y suicidios masivos. De nuevo, no sorprendía a nadie, pues la muerte venía por todos.

 El mundo ahora sabía que vivía sus últimas horas. Las personas se volvían locas, al mismo tiempo que se daban cuenta de que ya nada importaba. Muchos se dedicaron a rendirse a sus placeres más oscuros y otros hicieron cosas que nunca hubiesen hecho en la vida sin aquella nueva libertad. Los gobiernos no cayeron pero se silenciaron, inútiles ya ante semejante tragedia.  Ya nadie los escuchaba y ellos habían aprendido que nadie nunca los volvería a oír o creería jamás en ellos. Por fin les había llegado la hora.

 La mayoría de personas se entregó a esa nueva libertad y, hay que decirlo, fueron las semanas de mayor paz en el mundo. Después de la histeria de los primeros días, la gente dejó la violencia de lado y simplemente se dedicaron a lo que siempre debieron haber hecho: vivir y dejar vivir. Hubo escenas de pasión y de amor por todas partes, así como de heroísmo y respeto. El mundo parecía estar convirtiéndose en lo que todos siempre quisieron que fuese, pero ya era demasiado tarde. El asteroide se veía a simple vista.

 Los científicos decidieron hacer su parte y aconsejaron a la gente varios sitios alrededor del mundo en los que tal vez podrían estar a salvo. Ellos filtraron todos los detalles del asteroide, que los gobiernos ricos querían mantener secreto, e incluso ayudaron a filtrar otros secretos que escandalizaron a más de uno, pues se daban cuenta de que la democracia sí que era una forma débil de gobierno. Era la menos peor pero ciertamente con tantos puntos oscuros como todas las demás. A una semana del choque, los gobiernos dejaron de existir por completo, instaurando por fin la libertad.

En esos últimos días, la gente quiso organizar el último día de la Tierra. Algunos planearon fiestas en donde se celebraría todo y a todos. Otros preferían pasarlo en familia y otros en solitario. Algunos quisieron acercarse más a sus dioses y otros simplemente querían llegar al último día habiendo cumplido varios de sus más profundos deseos. La idea era que en ese último segundo de sus vidas, de la vida como tal, pudiesen sentirse sin remordimientos ni angustias. Querían sentirse en verdadera paz.

 Correr ya no era algo que la gente hiciese. Robar era completamente obsoleto y el dinero se había convertido en lo que de verdad era: papel con tinta de colores encima. Para los artistas, ese tiempo se vivió como uno de esplendor incomparable, pues surgieron de la nada los verdaderos artistas, aquellos que no copiaban ni repetían sino que de verdad creaban de su mente y maravillaban a sus amigos y familiares con sus creaciones. Los velos se habían removido y todos ellos mismos y no nadie más.

El día antes del último, se empezaron a sentir cosas extrañas por todo el planeta. El clima cambiaba de forma abrupta y los animales exhibían conductas completamente erráticas. Para muchos fue una lástima verlos sufrir así, sin saber qué era lo que en realidad iba a pasar. Aunque otros pensaban que los animales de hecho sí sabían lo que pasaba y que tan solo sabían expresar mejor que los seres humanos sus sentimientos al respecto. Fue un día muy confuso, lleno de idas y venidas.

 El último día, la gente hizo lo que quiso y esperó en los lugares que habían escogido varios días antes. Aquellos cerca del océano, pudieron ver con claridad como la roca gigante caía como un hielo en un vaso y empujaba el aire y el agua para todos lados. No fue como en las películas, donde todo es más suave y estilizado. Fue un golpe sordo y contundente. Tras él, aquellos en las costas solo vivieron por unos cinco a diez minutos más. Luego, fueron consumidos por el agua embravecida.

 Los terremotos más violentos ocurrieron casi en el mismo instante del impacto. Varias zonas fueron afectadas de golpe, destruidas por completo. Los muertos en un primer instante fueron contados por millones y los desastres que se sucedían tomarían la vida de todo el resto.

 Una semana después, seguía habiendo vida en la Tierra. Pero con la obstrucción del cielo por una nube de tierra permanente, nada viviría demasiado. Aquellos valientes que habían sobrevivido, ahora morirían ahogados y de hambre. No había salida alguna al desastre total.

jueves, 29 de octubre de 2015

Observatorio

   Javier y Marina habían sido siempre mejores amigos. Se habían conocido el primer semestre de la carrera y desde ese momento habían estado juntos, aprendiendo y tratando de alcanzar lo mejor en su campo. Habían estudiado física pura en la universidad y habían hecho, juntos, un máster en ciencias espaciales en Estados Unidos. Después, se habían separado un poco pero no demasiado, trabajando un poco por todas partes hasta que a Marina le ofrecieron un puesto en un observatorio y vio que había lugar para una persona más. Propuso a Javier y la entrevista fue tan bien que lo asignaron al mismo departamento que ella. De hecho, los dos tenía que quedarse tres noches a la semana para revisar los datos procesados y revisar los eventos en vivo que pudieran ocurrir.

 El observatorio, ubicado en la parte más alta de una seca y solitaria montaña, era el espacio perfecto para explorar los astros pues no había contaminación de ningún tipo. Incluso a simple vista se podían observar muchas estrellas, por lo que aficionados a veces se instalaban en las cercanías para hacer sus propias observaciones. Marina siempre recordaba a un hombre y su hijo que vivían en un pueblo cercano y con frecuencia venían a indagar sobre hechos que habían observado con su telescopio o que habían leído en internet. Siempre había alguien que les respondía con amabilidad y básicamente les daba una respuesta genérica para que se retiraran ya que en teoría, las personas extrañas al observatorio no podían entrar sin autorización.

 Una de esas noches que tenían que quedarse a hacer observaciones y verificaciones, Javier trajo hamburguesas con papas y refrescos y Marina trajo un litro de helado para compartir entre los dos. Lo metió en una nevera pequeña que había en el salón de empleados y se pusieron a trabajar al ritmo que se esperaba de ellos: ni muy lento, ni muy rápido. Eran las diez de la noche, así que nadie esperaba que ellos procesaran todo de una vez. Igual, había datos que todavía no se podían revisar correctamente ya que seguían siendo recolectados, bien sea por científicos o por sondas espaciales que necesitaban más tiempo para poder enviar a la Tierra sus descubrimientos, fuesen los que fuesen.

 Entre mordiscos a las hamburguesas, chistes y anécdotas de la farándula, Miranda y Javier se pasaban la noche de maravilla. Eran amigos, así que conocían todo del otro por lo que no había momentos incomodos o silencios largos y tediosos. Siempre había alguna risa y si se trataba de trabajo hacían lo mejor para ayudarse mutuamente y solucionar cualquier problema juntos. Esa noche lo hicieron varias veces, rectificando cifras y buscando en el historial del observatorio las observaciones pasadas y complementado datos recién ingresados. Pintaba como una típica noche en el observatorio, en las que nunca pasaba nada.

 De repente una de las luces empezó a brillar, una de esas luces que no parpadeaba nunca. Marina buscó en un manual lo que significaba y descubrió que era la señal de un evento en progreso. Apuntó el telescopio al lugar del evento, captado por otros observatorios y aparatos especiales, tecleando a una velocidad impresionante. Cuando terminó, el gigantesco aparato que estaba sobre ellos empezó a moverse lentamente, sin hacer casi ruido. Terminó su recorrido y entonces empezaron a trabajar a toda máquina para saber que era lo que había hecho parpadear aquella lucecita. Tras varios clics y movimientos bruscos, Javier se dio cuenta de lo que tenían en frente antes de que Marina pudiese certificarlo con los datos: era un asteroide, uno bastante grande.

 No era anormal que eso sucediera pero de todas maneras el shock no era menor. La ciencia estaba limitada por sus avances y no era imposible que un objeto tan grande se les hubiese es escapado a millones de científicos escudriñando el cielo. Además, según las observaciones, el objeto se había “cubierto” de forma que su trayectoria no lo delataba de manera evidente ante la tecnología humana. Con la boca algo abierta, Javier respiró, tecleó algo a velocidad extrema y esperó. Tomó una papa de las que tenía todavía junto a un pedazo de la hamburguesa y vio como la computadora hacía cálculos millones de veces más rápido que él. Marina hacía lo propio, buscando saber la naturaleza del objeto.

 No era sorpresa para nadie que el asteroide estuviese lleno de agua. Eso sí, estaba en forma de vapor y, más que todo, como hielo. Por su trayectoria, lo más probable es que el objeto viniese del cinturón de asteroides pero eso era una conclusión personal y tendría que probarla para ponerla en el informe que debían entregar apenas llegaran los demás en la mañana. Javier seguía esperando y llenaba su boca de papas pero casi ni masticaba, solo miraba la pantalla como si su vida dependiese de ello. Marina sabía lo que hacía y prefería no pensarlo mucho. Era toda una sorpresa que algo así hubiese pasado pues nunca descubrían nada que el publico pudiera ver y menos algo de ese impacto.

 Javier se sobresaltó al oír a lo lejos el timbre del observatorio. El sonido no había sido fuerte pero obviamente estaba tan absorto que cualquier cosa lo hubiese sacado de su trance. Marina se levantó y fue a mirar quién era, sin pensar mucho en lo extraño que era que alguien llamara ala puerta a semejante hora y en este lugar. Cuando abrió, su sorpresa fue reemplazada por fastidio. Y no era que padre e hijo fuesen tan molestos, pero la verdad no tenía ganas de hablar con ellos ahora. Sus nombres eran Tomás (el niño) y Fernando (el padre). Según se apresuraron a decir, habían venido corriendo al descubrir algo grande que querían compartir.

 Marina fue algo cruel pero práctica al decirles sin contemplaciones que sabía del asteroide y que lo estaban revisando en el momento. Padre e hijo, lejos de sentirse decepcionados, casi saltan en donde estaban de la dicha de haber acertado. Le preguntaron a Marina montones de cosas en un lapso tan corto de tiempo que el cerebro de la científica mandó todo directamente al bote de la basura. La verdad no era el momento y, cuando estaba a punto de echarlos de la manera más decente posible,  Javier pegó un gritó tan horrible que a Marina no le importó que la pareja la siguiera hasta su puesto de trabajo. Uno de los refrescos había caído al piso, mojándolo todo y esparciéndose como si fuese algo vivo. Pero Javier solo miraba la pantalla, lívido.

 Marina iba a reprenderlo por lo del refresco pero cuando miró la pantalla se tapó la boca y sus colores también se fueron. El padre le pidió al hijo que buscara algo con que limpiar mientras él ayudaba a los científicos. El niño, feliz de estaba aventura en la noche, corrió hacia el salón de empleados. El hombre trataba de preguntarles que pasaba pero lo único que pudo lograr fue que Javier y Marina despertasen de su trance y se pusieran a trabajar. Tecleaban como locos, escribiendo operaciones complejas, enviando correo electrónicos, haciendo simulaciones y demás. El padre y su hijo limpiaron el refresco y se sentaron en dos sillas rígidas detrás de los científicos, como para darles espacio sin tener que irse.

 Estuvieron calladas casi una hora, apenas susurrando algo o mirando por todos lados. Habían estado allí antes pero solo una vez cuando habían venido a una excursión autorizada. Cuando venían con noticias o algo muy de ellos, solo los dejaban pasar al recibidor y nunca más allá. Padre e hijo estaban felices y eso contrastaba de una manera brutal con los científicos, que no parecían tener tiempo ni para pensar en como se sentían. Finalmente dejaron de teclear y de moverse de un lado para otro. Se sentaron y se miraron el uno al otro, como si haciendo esto se estuviesen confirmado lo que ambos sabían, lo que ambos no podían refutar. De pronto los interrumpió un sonido que todos conocían.

 Era una video llamada y todos escucharon el saludo del profesor Allen, una famoso físico que trabajaba en uno de los mejores observatorios en las islas Canarias. El profesor llamaba para confirmar el descubrimiento de Marina y de Javier. Tomás y Fernando se acercaron un poco, sin saber si Allen los podía ver o no. En su laboratorio, que era más avanzado, había hecho los mismos cálculos y proyecciones y no había duda de que el asteroide viajaba en una ruta casi directa con la Tierra. No podían predecir un desastre pero entraba en las posibilidad con un porcentaje demasiado alto para los gustos de cualquiera. Allen les recomendó llamar a todo el mundo.


 Fernando abrazó a su hijo, quién había dejado a un lado su ánimo. Era obvio que ahora estaba asustado porque cualquiera podía entender las palabras de Allen. Javier y Marina no se molestaron en echarlos, padre e hijo se fueron por su cuenta, dejándolos para elaborar el informe y alertar a todos los observatorios posibles para que cada uno hiciese sus estimaciones. Para las seis de la mañana, su jefe lo sabía todo y los alabó por su labor y por sus esfuerzo y rapidez. Les dijo que fueran a descansar y volvieran en la noche. Los dos amigos compartían un vehículo pero no se dijeron nada en todo el recorrido hasta la casa de Javier. Allí, Marina lo abrazó fuerte pensando inevitablemente en lo que podría pasar. Y Javier le correspondió, suspirando una vez más.