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lunes, 19 de febrero de 2018

Venganza


   El primer tiro atravesó la cabeza del hombre que estaba más lejos, el siguiente fue a parar en el pecho del segundo, a media distancia. El que estaba más cerca, un calvo alto de apariencia nórdica, reaccionó demasiado tarde después de ver como sus compañeros caían al suelo. Gabriel le apunto, entre los ojos. El tiro fue casi limpio, sin contar con el chorro de sangre que manchó la pared inmaculadamente blanca. Los cuerpos estaban completamente quietos, enfriándose con rapidez.

 Los tiros no habían sido escuchados por nadie. La construcción en la que se habían citado, en la que habían hecho con Gabriel lo que habían querido, estaba lejos de la ciudad y cerca de una planta de energía abandonada. Nadie se acercaba a la zona a menos que buscaran algo en particular. Y eso era lo que habían querido esos hombres al secuestrar a Gabriel en la mañana del día anterior. Pero él había anticipado sus movimientos y se había preparado de la mejor manera posible.

 Sabía desde hacía meses que lo perseguían. Al fin y al cabo, a ningún mafioso le gusta que lo traicionen de un momento a otro y menos aún que lo roben frente a sus narices. Gabriel había ido sacando dinero de las cuentas de uno de los hombres más sanguinarios y ricos del país y la había pasado a una cuenta en el extranjero, que nadie nunca podría encontrar a menos que supiera muy bien que pasos tomar o que fuese él mismo. Al fin y al cabo, había estudiado años todo lo que tenía que ver con las finanzas.

 Desde joven le había fascinado el dinero. Tanto así que desde los diecisiete años su meta en la vida había sido lograr ser el millonario más joven de la Historia. No lo consiguió pero sin terminar la universidad había ya trabajado con las firmas mas prestigiosas, ganando bastante dinero y manejando mucho más de lo que jamás hubiese pensado que existía en el mundo. Sus habilidad y sus ambición lo habían llevado de un lado a otro, hasta conocer a Rodrigo Soto, el matón de la Bahía.

 Así le llamaban sus hombres en privado. Nadie en el mundo de la farándula, al que le fascinaba pertenecer, le decía así. O mejor dicho, sabían que decirlo en voz alta era una garantía de amanecer muerto en algún rincón sucio del país. Por eso todos sonreían, lo saludaban y querían estar con él al menos por un momento. Algunos incluso habían aceptado su dinero para diversos negocios e incluso como donación para obras de beneficencia, cosa que a él le encantaba pues vivía en un mundo en el que él era el hombre más bueno del mundo y todos le debían por eso.

 Gabriel rápidamente supo que clase de persona era y muy tarde se dio cuenta de que ese mundo no era en el que quería trabajar. Se había dejado seducir por todo lo que le ofrecía el nuevo trabajo con soto: no solo dinero sino mujeres o hombres, o ambos. Viajes por el mundo y todo lo que se pudiese comprar,  que para Soto era todo lo que tocaran los rayos del sol. Era un hombre que no solo era ambicioso sino que sabía muy bien como manejar su poder y como usarlo para influenciar a otros.

 Como siempre, al comienzo todo era ideal. Gabriel manejaba mucho dinero, hacía cosas ilegales y legales, viajaba por el mundo y tenía lo mejor de lo mejor. Y cualquier cosa que quería podía ser suya, desde un reloj de plata incrustado con zafiros hasta la persona más bella del planeta. Lo tenía todo al alcance de la mano y fue entonces cuando sintió esa pequeña voz que algunos tienen en la cabeza. Su conciencia le decía que había algo que no cuadraba, que no todo estaba bien.

 Empezó a ver de verdad. A ver lo que hacía el dinero sucio, como gente desaparecía por todos lados por una orden de Soto. Sus hombres, sus perros como les decía Gabriel, eran hombres sin corazón ni alma, casi entes que hacían lo que él les pidiera. Y fue el día en el que mataron a una de las muchachas que el jefe había mandado traer, aquel en el que Gabriel se dio cuenta que se había metido de lleno en algo que jamás había pensado estar, algo peor que sus malos manejos de fondos.

 Fue entonces cuando se le ocurrió volverse en una especie de Robin Hood. Sabía que Soto era inteligente pero no lo suficiente para darse cuenta que su dinero iba desapareciendo, de a muy poco todos los días, No eran más que unos centavos a diario, de cada una de sus cuentas, pero desaparecían todos los días del año. Como Gabriel era el único que manejaba todo, sabía que nadie más se daría cuenta hasta muy tarde, cuando él estaría lejos de ellos y todo su asqueroso poder.

 Pero como lo hacen muchos, Gabriel subestimó el poder y el alcance de Soto. El hombre no se había convertido en el mayor matón del país siendo un idiota y por eso tenía gente que vigilaba a su gente, algo que hacía con todos los que tenían alguna conexión con sus negocios, familia y demás. Al comienzo, la mujer que seguía los pasos de Gabriel no notó nada raro. De hecho, le tomó dos años darse cuenta que algo estaba mal con las cifras que Gabriel reportaba. Eran cambios mínimos pero estaba claro que no todo estaba como debía de estar. Fue entonces que Gabriel desapareció.

 Él no sabía de la mujer pero la coincidencia hizo que Soto no dudara en mandar a gente por él. Sin embargo, en la mente retorcida del matón la muerte no era suficiente castigo. Y no era como otros de sus calaña que mandaban a amputar partes del cuerpo o torturaban a la familia del verdadero enemigo para quebrarlo antes de terminar con su vida. Sus ideas eran siempre diferentes, sobre todo cuando se trataba de terminar con sus enemigos más fuertes, y Gabriel se había convertido en uno de ellos.

 Fue así que los perros de Soto demoraron meses para poder dar con el paradero de Gabriel. Lo encontraron por fin en una ciudad alejada de todo. Fue en ese lugar donde acataron las ordenes de su jefe: secuestraron a Gabriel y lo llevaron a las ruinas de una fabrica de cemento que había quebrado hacía varios años. Hasta allí habían llevado varias herramientas pues el castigo las requería. Ellos no pensaban, solo hacían lo que les ordenaban hacer. Eran casi muertos vivientes, dispensables.

 Llamarlo una violación sería demasiado simple. Lo que le hicieron a Gabriel por varias horas fue algo mucho peor. Sería demasiado mórbido describirlo al detalle en este escrito. El caso es que el hombre no era la misma persona un día que al siguiente. Dentro de él surgió alguien que había estado oculto por mucho tiempo entre las sombras, un ser de odio y rencor que se había escondido allí o tal vez había sido creado por lo vivido. Fue él quien tomó posesión de Gabriel y mató a esos hombres con una de sus armas.

 Pero él se había preparado. Como Soto, Gabriel no era ningún idiota. Sabía que tarde o temprano lo alcanzarían y que seguramente harían cosas horribles con él, era el estilo de su antiguo jefe. Pero mientras esperaba ese momento, se entrenó como pudo y preparó el día que sabía sería el que cambiaría para siempre su vida. Había plantado un micrófono en una zona oculta de su ropa y había manejado la mente vacía de los perros a su antojo.

 Lo que le hicieron había sido innombrable pero él sabía bien que podía haber sido mucho peor. Desarmar a uno de los hombres había sido tan fácil como cuando lo había practicado y matarlos a los tres había sido aún más simple, incluso había sentido placer.

 Adolorido, parcialmente destruido y cambiado, Gabriel escapó del lugar para viajar lejos de nuevo. Depositaría la grabación de lo dicho por los perros, que siempre hablaban de más, en un oficina de correos, así como copias de la información que poseía sobre Soto. Luego desaparecería una vez más, ojalá de manera permanente.

miércoles, 29 de marzo de 2017

El mal estudiante

   La temporada de exámenes terminaba y así también lo hacía el año escolar. Era ya hora de descansar para retomar un par de mees después. Y no solamente era un descanso para los alumnos sino también para los profesores. Durante meses, habían corregido sinfín de trabajos y había tenido que mantener salones de clase enteros en orden. No era nada fácil cuando el número de alumnos era cercano a los treinta y siempre había alguno que era más difícil de manejar que los demás.

 En ese grupo estaba Carlos Martínez, hijo de uno de los hombres más ricos del país y con una personalidad que ninguno de los profesores podía soportar. Carlos no solo era del tipo de estudiante que interrumpe las clases con preguntas obvias o que se ríe por lo bajo y nunca confiesa porque lo hace, Carlos además era simplemente un pésimo estudiante. No estaba interesado en nada y se la pasaba con la cabeza en las nubes, cuando no estaba haciendo bromas pesadas.

 Sin embargo, los profesores no hacían nada respecto a su comportamiento y eso no era porque no quisieran sino porque no podían. El director del colegio protegía al niño Martínez como si fuera su propio hijo, incluso más. Eso era porque el padre del niño daba una gran cantidad de dinero al año para el mantenimiento de la escuela y la frecuente renovación de equipos y muchas otras cosas. No quería que nadie dañara esa relación económica tan importante, sin importar las consecuencias.

 Y la consecuencia directa era el hecho de no poder castigar a Carlos. Así literalmente se quedara dormido en clase, no podían hacer nada. Y el joven era tan descarado que incluso roncaba a veces, para mayor molestia de sus compañeros. Muchos de los otros padres de familia habían querido quejarse oficialmente, pero al saber quién era el niño, se frenaban y preferían no decir nada. No se trataba solo de miedo sino porque sabían bien lo del dinero que aportaba para todas las causas escolares.

 Cada año se celebrara un festival, donde los alumnos y los profesores participaban haciendo juegos y preparando comida. Así recaudaban dinero para una fundación infantil a la que apoyaban. Por alguna razón, el señor Martínez ayudaba al festival y no directamente a la fundación infantil, tenía que ver con algo de impuestos o algo por el estilo. El caso era que el festival siempre era un éxito rotundo gracias a su aporte económico: traía artistas reconocidos para que cantasen y los equipos para cocina y juegos eran de última tecnología, lo mejor de lo mejor.

 En cuanto a Carlos, a pesar de ser un fastidio para muchos de sus compañeros y profesores, tenía amigos que siempre estaban ahí para él. Muy pocos de verdad lo apreciaban a él como persona pero a él eso le daba igual. Desde que tenía noción de las cosas, sabía que la gente se comportaba rara alrededor de él a causa de su dinero. Muchos querían una parte y otros solo querían sentirse abrigados por una persona que tuviera todo ese poder económico. Se trataba de conveniencia.

 Todos los chicos querían que jugara en los equipos deportivos del colegio y todas las chicas vivían pendientes de fiestas y demás para poder invitarlo. O bueno, casi todos los chicos y las chicas, porque había algunos a los que simplemente no se les pasaba por la cabeza tener que estar pendientes de lo que hacía o no un niño mimado como Carlos. De hecho, algunas personas no ocultaban su desdén hacia él en lo más mínimo, lanzándole miradas matadoras en los pasillos.

 Pero los que querían estar con él eran siempre mayoría. Jugó en el equipo de futbol y el año siguiente en el de baloncesto y el siguiente en el de voleibol, hasta que un día se cansó de todo eso y decidió no volver a los deportes. Para su penúltimo año, el que acababa de terminar, no había estado con ningún equipo, ni siquiera los había ido a apoyar a los partidos. A Carlos todo eso ya no le importaba y estaba empezando a sentir que todos los aduladores eran un verdadero fastidio.

 Puede que fuera la edad o algo por el estilo, pero Carlos tuvo unas vacaciones que los cambiaron bastante. Como era la norma en su familia, las vacaciones eran él solo, a veces con sus abuelos, en algún hotel cinco estrellas de un país remoto. Lo bueno era que le había cogido el gusto a caminar y explorar y fue así como se dio cuenta de lo que quería para su vida. Quería vivir en paz consigo mismo, sin preocuparse de lo que unos u otros dijeran de él o hicieran por él.

 Fue un viaje largo, en el que nadó mucho, caminó aún más y se descubrió a si mismo. La realidad era que no era un flojo como él creía y apreciaba mucho cuando las personas eran más naturales con él. Además, descubrió que tenía un amor innato por lo manual, algo que quería seguir al convertirse en profesional en el futuro inmediato. Todas estas revelaciones se las quedó para sí mismo. Hablar con sus padres no era una solución a nada y no había nadie más con quien pudiese relajarse y hablar tranquilamente sin que la otra persona pensara en el dinero del señor Martínez.

 Cuando volvió al colegio, trató de que no se notara tanto que había cambiado. Pero desde el primer trimestre, sus notas y su comportamiento había tenido un cambio tan brusco, que era inevitable que la gente no se diera cuenta. Al comienzo fueron algunos de sus profesores y luego los compañeros que siempre lo habían tratado con resentimiento. Sin embargo, todo siguió igual porque la mejor manera para evitar problemas es no hacer escandalo con ningún cambio drástico.

 Así que todo siguió igual hasta el final de ese año escolar. Para entonces, Carlos ya no hablaba con nadie. La razón principal era que su cabeza estaba ya muy lejos, en un lugar donde su imaginación estaba activa y vibraba de felicidad. Sus notas fueron excelentes y algunos incluso lo felicitaron por la mejora. Pero nada más cambió, ni los que se habían mantenido al margen de su vida lo abrazaron por su cambio ni los aduladores dejaron de revolotear a su lado buscando dinero.

 Al terminar las clases, Carlos simplemente desapareció de las vidas de todos ellos. En casa, decidió hablar con sus padres a día siguiente de la graduación. Ellos no habían ido pues estaban de viaje pero apenas llegaron del aeropuerto, Carlos les pidió un momento para hablar. La solicitud era tan poco común, que su padre quiso saber de que se trataba al instante. No fue para él una sorpresa muy grata el sabor que su hijo quería ser carpintero y para eso estudiaría diseño industrial.

 No era la elección lo malo del asunto sino que Carlos era hijo único y sin él no habría nadie más que pudiese dirigir la empresa familiar, que poco o nada tenía que ver con hacer muebles, que era lo que Carlos quería hacer por el resto de sus días. La respuesta inmediata fue un no rotundo pero el chico aclaró que, después de sus estudios, pedía un año para ver si podía ser alguien en la vida con lo que había elegido. Si fallaba, estudiaría lo que su padre quisiera y tomaría su puesto en la empresa.

 Su padre lo pensó varios días hasta que le dijo que estaba de acuerdo. Le daba cuatros años para estudiar diseño y luego un año para ver si podía hacer su propio camino, a su manera y por sus propios medios. Carlos viajó a Europa a estudiar poco después.


 Sin embargo, cuando ya se cumplían los cuatro años de estudio, Carlos desapareció. Pero no sin antes dejar una nota en su apartamento, pagado por sus padres. Pedía perdón y decía que no tomaba nada de la familia, solo lo que tenía encima. Nunca supieron si fue exitoso o no, ni lo que fue de él.

domingo, 28 de febrero de 2016

Eras tú

   Estabas de espaldas y por eso no fue fácil reconocerte. La clave fue reconocer el suéter que tenías puesto, el que compraste ese día que fuimos juntos a comprar ropa. Ese día, tu no parabas de hablar y creo que era una manera de decirme que no querías hablar de lo otro, de nuestra inminente separación. No entendías, ni tratabas de hacerlo, que yo no me iba por decisión propia. Al fin y al cabo éramos niños todavía. Estábamos entrando a la adolescencia pero tu de eso no querías saber nada. Querías que me quedara y tu manera de decirlo fue hablar y hablar y hablar, pues si seguías sin parar yo no tendría oportunidad de escapar de ti. Eras joven y no entendías que eso no era amistad, era algo distinto.

 Ese día me pediste todo el día y te lo concedí. Me hablaste de tus planes a futuro, como si fueras un gran empresario, y me explicaste que el negocio del yogur helado era cada vez más rentable. No sé si te diste cuenta pero yo sonreí varias veces pero no porque me dieras ganar de reír sino porque te admiraba de verdad. Estabas convencido de todo lo que decías, lo anunciabas todo con tanto empeño y claridad, estabas seguro de tu futuro éxito y querías que todo el mundo supiera. Sin embargo, creo que no te dabas cuenta que también era obvio que te sentías solo, que tu casa no era el lugar donde te gustaba estar y que cuando me besaste al despedirnos sentí tus labios temblar.

 Eras un niño en esa época y hoy lo sigues siendo. Cuando me miras de frente, por fin, sé quién eres pero tu no te acuerdas de mi. En tus ojos no veo ninguna chispa, ningún asomo de asombro o de sorpresa. Están apagados pero tan brillantes y grandes como siempre. Los tienes un poco cansados, debe ser por el trabajo porque te convertiste en ese hombre de negocios que siempre quisiste ser. No me sorprende que hayas seguido tus sueños, pues siempre tuviste empuje, siempre quisiste más de todo. Tu ambición por ser mejor la reconocí en ese tiempo y ahora me haces ver que no me equivocaba.

 No me reconoces y lo entiendo. Sabes que me fui hace tanto tiempo y que lloraste y estuviste mal por muchos meses hasta que te diste cuenta que la situación no iba a cambiar por mucho que dejaras los ojos en la almohada. Éramos niños cuando nos conocimos pero creo que fuiste el primero en convertirse en hombre y lo hiciste cuando me dejaste en el pasado. Tu vida después, no me la sé muy bien. Sin embargo, nunca supiste que eras observado por ojos que sabían que habías sido mi mejor amigo y ellos me informaban, cada mucho, como estabas y que hacías. Si tu supieras todo esto de pronto te escandalizaría, te asustarías y saldrías corriendo de mi presencia. Y sin embargo me das la mano y me hablas de tu negocio y no parece que sepas quién soy.

 Tu no sabes que cuando cambié de ciudad, en ese entonces, también cambié de vida y de manera de ver el mundo. Tu lo pasabas bien, lo supe. Tuviste varias novias y eras un galán con todas las chicas del colegio. Te convertiste en un casanova y, en palabras de otros que no nombraré, en el chico más guapo de nuestra secundaria. No supe más de ti hasta la graduación. Salías sonriente, feliz, en la foto que te tomaron a la salida de la ceremonia. Nunca supiste que la mía fue un año después, ya que tuve que repetir un año escolar por bajo rendimiento. Fue así que dejaste de estar en mi vida, ya no eras alguien de quién quisiera saber nada pues estábamos ya muy lejos y muy adelante para alcanzarte, si es que de eso se trataba. Dolió mucho pero creo que tu, mejor que nadie, lo entenderías.

 Y ahora estás aquí. Me hablas de cómo quieres expandir tu marca por toda la ciudad. Ya tienes tres ubicaciones de tu famoso yogurt helado, con el que revolucionaste el comercio local y ahora quieres hacerlo más grande y mejor. Viniste a esta firma de publicidad y te encontraste conmigo pero no sabes quién soy y, ahora, viéndonos todos los días, no veo cambio en tus ojos y sé que simplemente esos tiempos quedaron en el pasado. Me pasas informes y propuestas y te explico que puede ir bien para tu producto y para el tipo de comercio que buscas tener. Me miras a los ojos y me hablas, con una pasión que me hace sentirme abrazado, del esfuerzo que te ha tomado construir tu pequeño imperio y de las grandes ambiciones que tienes para él. Me preguntas si es posible y te digo que todo lo es.

 El contrato de asesoría es por un año y se puede renovar si el cliente lo desea. Ya han pasado seis meses y tu no pareces querer renovarlo. Sí, también pienso que ya tienes suficiente y que podrías lanzarte a la aventura así nada más pero tienes que saber que me encantaría seguirte viendo dos veces a la semana. Me hablas y me hablas, como ese último día y no tienes ni idea. En tus ojos no hay indicio, ni en tu cuerpo ni en tu voz ni en ninguna parte. No sabes quién soy y duele mucho pues eres una visión de un tiempo más fácil, de una época más fresca y menos difícil. Eres casi como un espejismo que no quiere desaparecer.

 Otro mes se evapora y casi quisiera que rogaras por la renovación del contrato. Debes saber que se haría en un abrir y cerrar de ojos, de manera rápida y especial solo para ti. El otro día, no sé si te fijaste, me cogiste la mano para enseñarme como dibujar el logo de empresa. Si alguna vez has visto un rojo tan brillante en tu vida, dímelo.  Al parecer tampoco notaste mis palpitaciones y como mi mano empezó a sudar ligeramente.  Tenías un desastre ambulante en frente y no te diste cuenta. Hubieses podido decir algo justo entonces, hubieses podido sorprenderme con alguna revelación fantástica pero no hiciste nada. Solo me hiciste dibujar y luego te alejaste.

 Es difícil. Los días pasan tan rápidamente como si alguien los quemara en las hornillas de la vida y todos ellos se convierten en un polvo que nadie puede retener. Todo va tan rápido, todo se mueve tan deprisa que creo que incluso tu quisiera que el mundo se detuviese por un momento para poder respirar y ver el entorno. Incluso tu quisieras caminar descalzo por un prado, en la parte alta de una colina, y ver el campo desde allí. Incluso tu quisieras ver la calma de lo que alguna vez fue o lo que pudo haber sido. Lo último es menos probable, seguro eres menos susceptible al pasado que la mayoría, porque te ves fuerte, con una voluntad férrea que encanta y a la vez intimida un poco. Sabes que eres cautivador, es fácil darse cuenta de ello. Te queda mucho todavía de aquel joven casanova.

 Solo falta un mes y el contrato se termina. Los últimos días se ponen lentos, como si el tiempo mismo quisiera torturar a las almas perdidas, a aquellos que no saben si arriba es arriba o abajo es abajo. Ese cambio de ritmo casi duele en los huesos y es entonces que por fin aparece una señal en tus ojos. Pero no es la que se buscaba. Es un brillo de tristeza, de miedo. Uno de esos días, de los últimos, me confiesas que temes que todo fracase, me confiesas que tu miedo es por tu empresa, por los años que has trabajado por todo lo que tienes y que tal vez pueda desaparecer en cualquier momento. Dices estar feliz con lo logrado pero también que no quieres perder ninguna parte de la esencia de lo que eres al crecer, al expandir lo que requiere más espacio para crecer.

 Sientes una de mis manos sobre tu hombro y escuchas, con calma, como  tu empresa va a ser un éxito en el mercado. En apenas una semana se acaba nuestro contrato y escuchas como los planes que hemos estado elaborando ya están dando sus primeros frutos. Todo está listo para que crezcas, para que sepas lo que es ser un empresario envidiado, exitoso de verdad. Escuchas, sonriendo, los ánimos y buenos deseos que la compañía tiene para ti, pero no escuchas nada que venga de mi porque eso no importa. Sientes que la mano se retira y la conexión se rompe. Aunque no lo del todo, pues en ese preciso momento me miras y sabes quién soy. Lo sabes todo y puede que lo hayas sabido desde siempre. Tus ojos se ven como cuando éramos jóvenes y por un momento eres ese niño con una idea y con una ambición más grande que el cuerpo.

 El contrato termina. Cada uno por su lado. Tu te vas a tus cosas, a tu empresa y a tus planes de comerte el mundo. No lo sabes pero serás un gran personaje, uno de esos pocos que la gente de verdad admira y respeta. Ya eres una persona querida pero lo serás mucho más. Y no sabes que una de esas personas que te quiere estuvo tan cerca de ti todo este tiempo.


 Pero a decir verdad, yo a ti no te quiero. Porque creo que siempre te he amado.

jueves, 7 de mayo de 2015

La isla maldita

   Una de las flechas pasó volando por el lado de la oreja izquierda de Tomás, quién se lanzó al suelo apenas comenzaron los disparos. Los demás corrían a protegerse al lado de un árbol o solo corrían hasta que sintieran que todo estaba atrás. Pero era una ilusión pues la fechas siempre los alcanzaban. No se podía ver quien era el atacante pero la idea principal era simplemente sobrevivir y no ser atravesado por alguna de esas flechas, que parecían venir en grandes cantidades y que cada vez eran más certeras.

 Después de un par de horas de iniciado el ataque, ya habían caído cinco de las doce personas que estaban intentando escapar de la isla. Casi la mitad yacían muertos y de los demás casi todos estaban heridos de una u otra manera. Como ganarle a alguien que no veían? Además no tenían muchas opciones de escape y la mente les funcionaba con lentitud, no veían nada con claridad, ni el camino frente a ellos ni las ideas en su mente. El fracaso de su intento de fuga era inminente y Tomás estaba seguro de ello.

 Al fin y al cabo, era él el que había alentado a los otros a escapar. Su propio desespero y miedo le habían hecho hacer promesas vacías y carentes de todo sentido. Desde su captura, había estado temblando y la única idea que había tenido, la del escape, era la única que veía con claridad en su mente. Los había llevado a todos a través del bosque no porque estuviese seguro de poder salvarlos sino porque no podía pensar en nada más. Y los demás, habiendo estado más tiempo allí, no tenían voluntad alguna. Era como si obedecer fuese lo único que podían hacer. Y ahora cinco de ellos…

 Seis. El arquero, quien fuese que fuera, le había atravesado el pecho a una de las pocas mujeres que había huido con ellos. La pobre mujer cayó con fuerza al suelo seco detrás de algunos pisos agrupados de forma extraña, obviamente plantados allí por alguien. Las seis personas restantes estaban todas temblando, sus cuerpos ya casi incapaces de sostenerse por sí solos. No lo pensaban, pero hubiesen podido intentar rendirse. Tal vez eso podría funcionar.

 Todos vestían sus largas túnicas blancas, ahora manchadas de sangre y tierra. Iban descalzos, como los animales, por lo que correr se hacía cada vez más difícil. Todos estaban terriblemente delgados, desnutridos y tan dañados mentalmente que no tenían como luchar contra nada. Que hubiesen encontrado la voluntad de rebelarse y de tratar de escapar, había sido una sorpresa más que placentera. Pero la verdad, como dicho con anterioridad, era que no era rebeldía ni ganas de vivir. No se trataba de una necesidad. Era solo que ya no podían rehusarse a nada. Ya no tenían voluntad y nunca más volverían a tenerla.

 Si uno se pone a pensarlo bien, no había una razón real para que escapasen. Que ganaban con ello cuando ya no servían para nada, cuando la pasión por la vida se les había escapado lentamente, con cada día que pasaban en ese lugar, en ese edificio sin esquinas en esa isla maldita. Ninguno de ellos iba a ser capaz, si es que escapaba, de reconstruirse una vida propia, de volver a ser quienes eran o incluso de ser alguien más. De los seis que permanecían con vida, había un par que llevaban más de un año allí y nadie en el mundo podía devolverles lo que habían perdido en ese tiempo.

 Siete. Ocho. No, no era una opción rendirse. Aunque ellos no recordaban, habían sido pareja hacía mucho tiempo. Tal vez por eso se habían escondido juntos, de la mano, detrás de unos arbustos espesos y altos. Pero eso no les había servido de nada, también tenían flechas en el cuerpo y su sangre manchaba la tierra que ya había visto sangre humana en el pasado. Hacía tiempo, solo meses de hecho, ellos se habían casado y habían querido empezar una familia. Pero como los demás, tomaron una mala decisión y ahora estaban muertos.

 Los cuatro que quedaban eran Tomás, Gabriela, Marcos y H. La última era una mujer negra, con cicatrices en el rostro, que ni la gente del lugar sabía como llamar. Como no hablaba, tal vez por traumas relacionados con su larga estadía en el centro, la llamaron H, por aquello de que esa letra es muda. Era extraño pero el nombre era cómico y era algo así como un toque de color en un mundo gris y oscuro. Nadie se daba cuenta de ese toque de color pero era algo extraño que estuviese allí, como burlándose de todo.

 Tomás era quién había llegado hacía más poco. Tenía todo más fresco en su mente y, aunque en ocasiones se sentía alcanzado por todo lo que había visto y sentido en ese lugar, seguía teniendo algo de la esperanza y de la fuerza que había tenido afuera de ese horrible lugar. Al fin y al cabo, eso le había servido para convencerlos a todos de seguirlo a él, hacia la libertad. Pero eso, se podía decir ya, había sido un fracaso completo. Estando escondido entre las ramas de un árbol enorme, metros encima del suelo, se daba cuenta de que había llevado a un montón de gente directo a sus tumbas. Y lo peor era que él estaba perdiendo lo poco que tenía en su mente, lo sentía irse y esto lo hacía llorar en silencio.

 Gabriela había sido madre. Tal vez por eso se había refugiado en una gran madriguera, entre las raíces de otro de esos árboles gigantes que había por aquí y por allá. No quería saber que animal había hecho semejante hueco y la verdad era que no le importaba. Como le iba a importar si ya no había más en ella sino instinto de supervivencia, ganas de seguir adelante pero vacías, sin sentido alguno. De pronto era su instinto de madre, ya inútil, que seguía mandándola hacia delante, sin tener ni la más mínima idea si allí adelante había algo que valiese la pena.

 Marcos era un hombre viejo o al menos lo parecía. La verdad era que no era físicamente tan viejo pero su corta estadía había sido suficiente para ahogarlo y sacar de él lo poco de bueno que había. A diferencia de los demás, Marcos no era lo que uno pudiese llamar “una buena persona”. Había matado gente y en sus mejores días había sido el brazo fuerte de uno de los criminales más buscados de su país. Y la verdad era que le había encantado matar, no tenía ningún problema con ello y jamás había sentido ni un poco de arrepentimiento. Pero allí estaba, media cabeza calva y sus músculos desaparecidos entre la locura y el hambre.

 Todos estaban allí por una razón pero ninguno la recordaba. Todos, por diferente razones, habían querido tener dinero fácil involucrándose en pruebas mentales y físicas en lo que se suponía era un centro de ayuda para pacientes clínicamente dependientes. O al menos eso decía el aviso que prometía pagar grandes cantidades por hacer pruebas inofensivas y resolver encuestas tediosas. Pero eso no era lo que había sucedido.

 Todos habían ido porque querían dinero faci﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽fue queras tediosas. Pero eso no era lo que habe, ya ine pero vacimportar si ya no habro era algo extraño que estuviesácil y, hay que decirlo, ninguno sabía la clase de maniático que dirigía el centro. Sobra decir que todo era una farsa. En esa clínica no había nadie que en verdad necesitase estar allí. Todos los pacientes eran idiotas que habían venido detrás de una paga rápida y fácil, creyendo que el mundo era así de amable y generoso. Creían que las cosas caían del cielo y que no había que ganarse la vida como todos los demás, que no había que luchar contra los otros como animales en ese entorno horrible y voraz que llaman una vida.

 Pues bien, la clínica los usó para sus experimentos. Los desapareció del mundo con excusas varias como accidentes y muertes particulares y así usaron sus cuerpos y sobretodo sus cerebros para hacer con ellos lo que mejor les pareciera.

 Y ahora corrían como gatos asustados por entre el bosque que formaba la parte más grande de la isla donde estaba la clínica a la que le habían entregado sus vidas. Nueve. Gabriela había sido acorralada en la madriguera, sin manera de salir. El arquero la había encontrado dormida y con una sonrisa en la cara. Esto lo hizo dudar por un segundo, por lo inusual que era expresión pero de todas maneras la flecha voló derecha hacia la frente de la mujer, dejándola descansar para siempre.

 Siguió entonces Marcos, que había estado caminando como un tonto hacia uno de los acantilados de la isla. La flecha le atravesó el cuello y lo hizo caer de frente, al mar. Obviamente no era lo mejor pero ya recogerían el cuerpo al otro día. Se estaba haciendo de noche y cazar sin luz no tenía mucho sentido, menos aún cuando las presas iban a estar allí todavía en la mañana.

 Al otro día cayó Tomás, llorando. El arquero, por un error inconcebible, le clavó una de sus flechas en una pierna por lo que Tomás sufrió más de lo debido y, por un momento, volvió a ser quién había sido hacía tanto tiempo. Esa revelación fue cruel pero la otra flecha lo solucionó todo.

 De H nunca supieron nada. Porque la mujer sin voz y con una historia más grande que la de esa maldita clínica, no era una mujer cualquiera. Esas cicatrices eran las de una luchadora, entrenada y brillante. Escapó, nadie supo nunca como, y fue la única persona salida de ese maldito sitio que pudo reconstruir su vida como alguien más.


 Pero fue la excepción. Pues de ese lugar nadie salía vivo ni muerto. Nadie salía y punto.