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viernes, 5 de octubre de 2018

La ceremonia de Manuk


   El hombre tenía la piel azul, como el color del cielo. Era un poco inquietante, sobre todo porque la mitad de su cara estaba cubierta de pintura negra. Esto era simplemente un maquillaje ceremonial que debían usar todos los hombres de cierta edad. Dejaban atrás los años de la juventud y entraban a los de la adultez, con todas las responsabilidades y deberes que eso conllevaba. Y el primer paso para pasar a esa nueva etapa era ejecutar una de las ceremonias más antiguas de ese pueblo, pasada por generaciones de padres a hijos.

 Las mujeres tenían el suyo propio pero era diferente y los hombres nunca habían sabido de que se trataba. Para ser claros, los hombres no se interesaban por eso ya que en aquella comunidad nadie se metía en los asuntos de los demás, a menos que esos otros lo pidieran de manera expresa. Así que las ceremonias eran casi secretas, aún más cuando se desarrollaban casi en completa soledad. Solo asistían el involucrado y un chamán que, guiado por las estrellas y los animales, llegaba adónde fuera necesitado.

 El joven que cruzaba la selva en ese momento se hacía llamar Manuk, y desde ese momento sabía que se convertiría en el más importante y notable cazador de toda su tribu. Había practicado en secreto, cosa que estaba prohibida, y tenía claro que no había otro futuro para él. Incluso ya tenía sus armas favoritas e incluso había aprendido de las matronas algunas recetas y técnicas para cocinar los animales. No era suficiente para él dar el siguiente paso natural en su vida. Tenía que hacerlo mejor que los demás.

 Como todos los de su tipo, Manuk se había adentrado a la selva con la intención de buscar el lugar donde tendría lugar la ceremonia. Ningún hombre sabía nunca como sería todo el asunto, ni siquiera el lugar o el chamán que estaría presente. Casi todo era un misterio, excepto el hecho de que debían pasar por ese acontecimiento para en verdad ser considerado hombres con una profesión clara. Algunos decían que los dioses eran los que susurraban todos los detalles al oído, pero Manuk de eso no sabía nada.

 Las gruesas y grandes hojas amarillas y purpuras de los árboles bajos se cruzaban por el camino, pero Manuk sabía por donde iba. A diferencia de otros de su tribu, él ya había estado en aquellos parajes. Se escapa en las noches y cazabas serpientes de diez metros y gruesas como un árbol, así como los increíbles conejos, que eran capaces de usar sus orejas para volar lejos de quienes quisieran comerlos. Lo que lo diferenciaba a él de otros era que de verdad le tenía respeto a aquellas criaturas, le fauna original y salvaje de su mundo, los cuidadores originales de su tierra.

 Tuvo que caminar dos días enteros por la selva, sintiendo y escuchando con cuidado todo lo que ocurría alrededor. Recordaba los cuentos de las matronas, en los que varios de los hombres que habían partido a su ceremonia jamás regresaban. Hay que decir que era normal partir luego y empezar una familia lejos de la comunidad central, pero también era una posibilidad la de desaparecer por completo sin dejar rastro. Había algunos que simplemente no estaban hecho para la tarea.

 Manuk sintió, de un momento a otro, un vacío increíble en su interior. Era una sensación preocupante, que lo hacía pensar en mil cosas a la vez. Era como si su cerebro se volviera loco y empezara a mostrarle todos sus recuerdos al mismo tiempo, casi impidiendo el uso de sus ojos o de sus piernas. Cuando se dio cuenta, estaba tirado en la tierra, siendo observado por criaturas peludas desde lo más alto de los árboles.  Los hubiera cazado de la rabia, pero sabía que era necesario seguir.

 Esa extraña sensación había causado en él un efecto bastante extraño: sentía que podía detectar el movimiento de todo lo que lo rodeaba. No se trataba nada más de los animales y el viento, sino del planeta mismo. Era como si ese dolor, esa agonía inexplicable, lo hubiese conectado de manera increíblemente profunda con todo lo que existía a su alrededor. Se sentía raro pero Manuk supo que ese era el punto de todo el viaje. Debía confiar en lo que sucediera, así como en sus más básicos instintos.

 La nueva sensación le hizo ver que había estado caminado en el sentido contrario al que debía dirigirse. Sin tomar descanso, casi corrió por horas, compensando una distancia increíble que había desperdiciado durante los últimos días. No paraba. No le daban ganas de detenerse a descansar, ni tenía hambre ni sed. Solo miraba hacia delante y seguía y seguía, puesto que la meta para él estaba demasiado cercana y no tenía sentido alguno bajar la guardia faltando tan poco y con semejante nueva herramienta a la mano.

 Al siguiente amanecer, Manuk surgió de la selva y fue a dar a una inmensa playa. Él jamás había visto tanta agua junta y sobre todo tan clara y hermosa. La arena del lugar era del negro más profundo y los pies del joven se marcaban con suavidad a cada paso que daba. A lo lejos, pudo divisar unas rocas enormes, tal vez tres veces más grandes que el propio Manuk. Supo que era hacia allí que debía dirigirse, que ese era su destino final y que su vida cambiaría en cuestión de momentos. Su corazón latía muy deprisa, pero no sabía si era por la emoción o por no parar desde hacia horas.

 Cuando llegó a las rocas, se detuvo en seco. El sentimiento extraño que le había llegado en la selva, desapareció sin dejar rastro. La ausencia causó algo de mareó en el pobre Manuk, que cayó de rodillas sobre la arena, a poca distancia del agua. Tuvo ganas de vomitar, pero no tenía nada en el estomago para vomitar. Todo su cuerpo estuvo en pánico y dolor por un momento, esperando que pudiese retomar la misión que había comenzado. Alzó como pudo la cabeza y miró hacia un lado, hacia la piedra más grande.

 De pie, justo al lado de la roca, estaba un hombre muy delgado. El color azul de su piel se había vuelto más intenso, cosa normal en los adultos mayores de la especie. Tenía rayas dibujadas por todo su cuerpo con una tinta amarilla intensa: eso significaba que era el chamán para la ceremonia. No dio ni una sola palabra mientras Manuk se puso de pie como pudo, se acercó al hombre, y agachó su cabeza frente a él en señal de respeto. El hombre, como previsto, puso una mano sobre la cabeza de Manuk y rezó en voz baja.

 Según la tradición, la ceremonia debía tener lugar en el mismo sitio donde se encontraran el chamán y el joven. Así que esa playa de arena oscura y la enorme roca harían de templo por un día. Manuk se arrodilló, como intuyó que debía hacer, y el chamán entonces empezó a invocar a las fuerzas de la naturaleza, pero sobre todo al mar mismo. No siempre se elige el mismo elemento pero estando en la playa era obvio que el mar debía de ser una parte importante de la ceremonia del chico.

 El agua empezó entonces a moverse, a retorcerse casi, estirándose desde la playa hasta acercarse a los dos personajes. Lentamente y como una serpiente, el agua empezó a apretar a Manuk hasta tenerlo por completo en una burbuja a la que le rezaba el chamán. El hombre no parecía impresionado por lo sucedido. Solo seguía con sus oraciones y hacía algunos movimientos extraños, como dirigiendo al agua pero ella ya no se movía. La burbuja envolvía a Manuk y, dentro de ella, él abrió los ojos y la boca.

 Pero no se ahogó. Respiró como el más común de los peces. Irguió bien la cabeza y pareció feliz, como si algo de verdad importante hubiese cambiado en su interior. Su expresión era casi eufórica. Se levantó y la burbuja creció, ajustándose a su talla ahora que miraba de frente al chamán.

 Hubo más rezos y Manuk respondía, en un idioma que ya nadie usaba. Poco después, el agua empezó a retirarse y pronto el joven descubrió que ya no era un niño sino un hombre. El chamán lo bendijo una última vez y se despidió con una sonrisa. Manuk hizo lo mismo, todo el tiempo, de regreso a casa.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Siempre estás conmigo


   Nunca creí poder verte a los ojos. Toco tu cara y me fascino al sentir el calor proveniente de tu interior. Me gusta como no sonríes y actúas como si fuera algo a lo que estás acostumbrado, cuando sé muy bien que no es así. Me gusta poner toda la palma de mi mano sobre una de tus mejillas y tan solo sentirte allí conmigo. Resistes cuanto puedes pero terminas siempre por cerrar los ojos o solo moverte un poco. Eso me indica que existes, que de verdad estás allí conmigo y que no te he imaginado como sí lo hice antes.

 Cuando era pequeño, tan solo un niño, supe muy bien que me gustaban los chicos. Me gustaba jugar con ellos, fuese un deporte o a los videojuegos. Me gustaba escucharlos hablar y reír. Creo que fue en ese momento cuando supe que la sonrisa de un hombre era para mí una cura para el alma. Sí, era solo un niño pequeño que no sabía nada de la vida, y sin embargo entendí muchas cosas de mi mismo sin en verdad enfrentarlas. Porque a esa edad no todo es un problema ni causa un drama existencial irreparable.

 Mi curiosidad sexual también se despertó y creo que hice lo que muchos hicimos en ese tiempo: orinar con otros amigos y compararnos unos con otros, como si estuviésemos hablando de carritos de juguete o algo así. No le poníamos mucha atención a nada y creo que por eso todos olvidamos todo tan rápido, sobre todo cuando ha pasado tanto tiempo. Juzgamos duro a los más jóvenes porque olvidamos lo que hacíamos cuando lo éramos. Y eso, estoy seguro, lo hacemos a propósito la mayoría de las veces.

 Ya cuando la pubertad entró a mi vida como un tornado, empecé a soñarte. Es verdad que no siempre tuviste el mismo aspecto pero creo que fue a los doce años cuando supe que quería tenerte en mi vida. En ese momento todo era muy romántico, pues yo solo sabía del amor por las películas y los personajes de los dibujos animados. Lo que yo imaginaba era básicamente un príncipe azul que era perfecto, tal vez con la cara de alguno de mis actores favoritos de la época, que venía y me rescataba de mi triste vida solitaria.

 Ser homosexual es difícil, sobre todo cuando sé es niño o adolescente. De pronto hoy en día las personas sean más comprensivas o abiertas a las cosas pero en mi época no era así y tuve que callar muchas cosas. No podía estar contándoles a mis compañeros y amigos y amigas y demás personas, sobre lo que pasaba por mi cabeza. No podía explicarles que cuando me tocaba por las noches no veía mujeres hermosas o modelos de calendarios sino a hombres que veía todas las tardes en la televisión. Ni siquiera comprendía mucho del sexo y sin embargo los imaginaba allí conmigo.

Mi primera relación sexual fue años después y no fue ni lo más increíble de mi vida ni tampoco decepcionante. Fue solo algo que debía de pasar, no le puse más atención de la que debía pero sí pensé que si hubiese sido contigo, las cosas hubiesen sido muy distintas. Seguro me habría emocionado más verte allí, y mis labios habrían sabido besar de una manera más hábil y segura. Creo que te habría abrazado y jamás te hubiese dejado ir, sin importar las palabras de nadie ni lo que pudiese estar pasando en el mundo.

 Sin embargo, seguías sin aparecer y ya para cuando tuve mi primer novio real, estuve casi seguro de que simplemente no ibas a aparecer jamás. Al terminar esa relación de manera tonta y adolescente, me sentí tonto al creer que el amor era esta cosa que parecía salir de una ridícula película romántica. Decidí dejar de ser el idiota que piensa en el príncipe azul y me dediqué a pensar en mi mismo, decidí ser solo yo y tratar de mejorar lo que eso era, porque todavía no tenía muy claro cual era mi rol en este mundo.

 Y me tomó tiempo. No puedo dejar de pensar lo diferente que hubiese sido todo si hubieses estado allí conmigo. Veía a unos y a otros juntarse y separarse y tengo que admitir que me daba envidia. Es increíble lo rápido que las personajes aceptan a otros pero no se enteran por un solo segundo lo que es vivir bajo su piel. Seguía con los mismos secretos de antes, teniendo que embotellar todo lo que pensaba en mi mente, sin poder ser sincero con nadie excepto con pocas personas, por cortos periodos de tiempo.

 Sí, hubo gente que pasó por mi vida, pero no te he mentido cuando te he dicho que nada significaron pues en un momento clave, cuando alguien decidió que la mentira era la mejor opción, decidí que iba a dejar de buscar el amor a propósito. Decidí que el amor tenía que ganarme a mi como si yo fuese el premio y no el amor en sí. Me dediqué entonces a dejarme llevar y a crecer como persona y ese crecimiento vino con una rica vida sexual de la que ahora tu eres el receptor de sus beneficios.

 Hice de todo con muchos y, como bien sabes, no voy a pedir perdón por nada de lo que he hecho. Sería una tontería pues en cada momento disfruté de lo que hacía, lo hice feliz y sin remordimientos y sin lastimar a nadie. Muy al contrario, hacía a otros igual de felices que a mi. Dejé de pensar en el príncipe azul y te dejé a ti casi en el olvido, en un pequeño rincón de mi cerebro que se fue llenando con polvo y telarañas. El tiempo pasa y no perdona jamás. Te fui dejando a un lado porque simplemente eras una de las ilusiones de un niño solitario y no podía seguir siendo él toda mi vida.

 Sin embargo, soy de aquellos que creen que jamás dejamos de ser nosotros mismos. Podemos ir y venir, hacer y deshacer, y siempre seguimos siendo exactamente los mismo en lo más profundo de nuestro ser. La gente dice que cambia y que aprende y que evoluciona y la verdad no sé que tanta verdad haya en eso. De pronto es verdad pero sí creo que en nuestro corazón somos la misma persona desde el momento en el que nacemos hasta que nuestro cuerpo deja de funcionar y alimenta de nuevo a la Tierra.

 El caso es que me concentré en otras partes de mi vida y el amor, o como se llame ese sentimiento, dejó de existir para mí o al menos su importancia fue tan insignificante para mí, que simplemente parecía no tener ni siquiera validez. Me dediqué a ser una persona en otros aspectos, a trabajar y a aprender e incluso quise tratar de establecer relaciones con otras personas, relaciones basadas en la amistad, en gustos similares y en trabajo. Lo intenté por un buen tiempo, con la mejor actitud que me fuese posible.

 Pero mi mejor actitud no fue suficiente. Me di cuenta de que soy una de esas personas que a nadie le interesa conocer. Creo que esa realización ya la había tenido pero la diferencia entonces fue que acepté lo que quería decir. De pronto a los quince años me habría sentido mal y hubiese incluso querido acabar con mi vida, pero ya mayor, con más de treinta años de edad, decidí que eso no importaba. Si no soy interesante, ni llamo la atención y a nadie le interesa conocerme, debo y quiero entenderlo como problema de ellos y no mío.

 Algunos me acosarán de negativo y de culpar a otros por mis problemas pero así es como me siento y jamás me voy a disculpar por ser yo mismo. No tendría sentido alguno serlo. Y creo que fue en ese momento, cuando por fin me di cuenta quien era y lo que quería en mi vida, que pude correr las cortinas que nublaban mi vista para por fin ver tu rostro detrás de ellas. Tengo que decir, y ya lo sabes, que creí que eras una ilusión. Eres más hermoso de lo que nunca te imaginé, y eso me hizo sonreír, como en esa primera vez que nos conocimos.

 Supe desde el comienzo que eras diferente y por eso insistí en conocerte mejor. Entendí tu actitud y por eso tuve paciencia y ahora sabemos que todo funcionó, como yo siempre pensé que lo haría. Cuando hicimos el amor por primera vez, entendí que todo estaba pasando tal y como debía pasar, ni más ni menos.

 Y ahora toco tu cara y tu tocas la mía, te abrazo y tu me besas. Estamos solos tu y yo y creo que las cosas nunca podrían ser mejores. Tengo miedo pero al mismo tiempo me siento irremediablemente feliz. Por fin sé lo que eso se siente y te lo debo todo a ti y a nunca haberte dejado de soñar.

lunes, 4 de junio de 2018

Solo yo...


   Cuando estuvo frente a mi, lo único que pude hacer fue llorar. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos sin control alguno, rodando como cascadas por mis mejillas. Mis ojos se sintieron hinchados y pronto no pude ver mucho delante de mí, por lo que tuve que limpiarlos con la manga de la camisa, sin importar la cantidad de sangre que tenía por todas partes. Me acerqué un poco más y pude sentir el calor del cuerpo que estaba viendo. Era una escena que jamás había pensado ver de esa manera, algo muy extraño.

 Estaba presenciando mi primera relación sexual. Se sentía como si estuviese rodeado por una burbuja, una especie de capa delgada de plástico que me estuviese protegiendo de algún mal desconocido. Me había visto entrando por una puerta y besar a un chico que no había visto en muchos años. Ahora que lo veía, me parecía gracioso el hecho de que lo hubiese elegido precisamente a él como la primera persona con la que tendría sexo. Claro que en ese entonces creía que era “hacer el amor”, pero eso es lo de menos.

 Estuve mirándome un buen rato, mientras mi versión más joven parecía tener más brazos de lo normal. Se abrazaba con el otro chico y lo tocaba de una manera muy graciosa, algo inocente. No parecía estar presenciando una escena entre dos jóvenes a punto de hacer algo que yo conocía ya muy bien sino que parecía algo más extraño y menos familiar. Además se me hacía incluso gracioso y no podía dejar de sonreír. Era una situación demasiado extraña. Estar allí y al mismo tiempo no estar, era algo que no podía dejar pasar.

 Me limpié las manos tanto como pude en la ropa, mientras ellos hacían lo que yo sabía que habían hecho. Caí en cuenta entonces que estaba presenciando dos menores de edad en una situación comprometedora. ¿No era eso algo ilegal o peor que eso? Sin embargo, uno de ellos era yo y sabía muy bien como había terminado todo y no me refería solo a esa oscura tarde. Las cosas que habían pasado después habían definido, en buena parte, el tipo de persona que sería después, que soy ahora. Todo pasó rápidamente, ahora que lo pienso.

 Ellos se levantaron de golpe y se tomaron de la mano. De nuevo, todo se veía completamente inocente. Me di cuenta que, cuando empezaron a caminar hacia una de las habitaciones, la luz del lugar pareció seguirlos a ellos. No tenía otra cosa que hacer sino seguirlos de cerca y entrar a la habitación con ellos. Tan pronto entramos, siguieron besándose. Recuerdo bien que él mismo me había dicho que tenía que aprender como besar y eso era lo que estaba intentando hacer, me decía cómo debía de hacerlo para disfrutar más del momento y de la otra persona con la que estaba. En parte, tenía razón o eso creí entonces.

 Solté una carcajada cuando tomaron un caramelo y se besaron con el en la boca, y se lo pasaron de un lado a otro. Había olvidado por completo que eso era lo que habíamos hecho esa tarde. Después vino algo más asqueroso, que fue tomar un sorbo de champú para luego hacer lo mismo con él. Era como ponerle algo asqueroso a un momento precioso y a un sabor que ya estaba bastante bien. Los chicos jóvenes pueden ser muy asquerosos, eso lo sé muy bien ahora que he conocido mi buena parte de hombres en esta vida.

 Entonces, él me fue empujando sobre su cama y se inclinó encima mío. Mis nervios se notaban. Incluso entonces, debo decirlo, mi yo más joven se veía como un niño pequeño que no sabe lo que está pasando. Se besaron más y fue entonces cuando algo me desconcentró. Dejé de escucharlos por primera vez desde que había ingresado en ese estado extraño, puesto que algo de mi lado hizo un ruido extraño. Parecía un grito pero no supe bien que era porque no se repitió. Mientras tanto, el otro chico se había quitado la camiseta.

 Los volví a mirar pero mi interés se había visto corrompido por el breve grito que había escuchado. Había rasgado lo más profundo de mi mente y me había hecho pensar, por primera vez, que era posible que el estado en el que me encontraba podía ser resultado de algo que no debía alargarse demasiado. Tal vez era todo un truco, ver uno de mis recuerdos para distraerme y así seguir destruyendo lo que más quería del otro lado. Y ese otro lado es el presente, desde el que les escribo ahora. ¿Eso es bueno, no?

 Traté de mirarlos, como me quitaba mi ropa y la de él, como nos metíamos bajo las cobijas y nos tocábamos y besábamos y reíamos, como niños. Me di cuenta que, en ese entonces, yo era muy maduro de unas maneras y muy inmaduro de muchas otras. El sexo y todo lo que tenía que ver con la relación con mi cuerpo, estaba mucho más avanzado que en otros chicos de mi misma edad. Pero no tenía ni idea de las verdaderas consecuencias de mis actos, no sabía como las decisiones que tomaba me encaminaban a mi presente actual.

 De repente, cuando escuché el primer gemido del otro chico, un nuevo grito ahogó casi de inmediato ese sonido de placer. Esta vez se oía mucho más claro y era evidente que provenía de mi lado, de mi presente. Sentía que había algo que había olvidado, algo que había dejado de lado en el momento en el que había entrado en esta nube extraña que me había llevado al pasado, a un momento en el que no había pensado en mucho tiempo. ¿Porqué me había llevado esa cosa a ese recuerdo y no a otro? ¿Porqué quería hacerme ver algo que ya ni recordaba bien? ¿Cual era el punto de todo?

 Otra vez un nuevo grito. Esta vez el que gemía en la cama era yo y sabía muy bien porqué pero ya no me interesaba lo que pasaba allí. Me di cuenta, o mejor dicho, recordé la sangre que manchaba mi ropa, mi cara y mis manos. Y recordé también de donde había salido. Y el que gritó entonces fui yo y el grito que venía de afuera de esa burbuja temporal, también había sido mío. Porque seguía en ese campo de batalla, con el cielo rojo y mi mente colapsando.

 Varios morían cerca y lejos y supe bien que yo había sido responsable de muchas muertes en ese lugar. Sé que luchaba por algo más grande que mi mismo, que mi vida o que mi muerta. Estaba luchando para que todos pudiéramos tener una vida decente, una vida de verdad. Había dejado de lado la pistola y en mi cinto sentí un cuchillo bien afilado que no había visto ni sentido antes. Miré bien a mi alrededor y no vi a nadie cerca, solo voces lejanas y gritos y muchas explosiones. El olor a muerte se estaba expandiendo.

 No sé qué había causado mi regreso al pasado, no sé quién o que me había enviado allí para mantenerme distraído. Era obvio que algo sabían acerca de mi y habían creído que un recuerdo me detendría. Pero yo mismo pude sacarme de allí adentro, porque nadie más podría nunca ayudarme. Desde el comienzo había sabido que todo lo que había que hacer, tenía que hacerlo yo mismo, con mis propias manos. Había gente que creía en lo mismo que yo, pero para ir más lejos solo podría confiar en mi mismo. Nadie más podría hacerlo.

 Entonces se acercaron algunos enemigos y en menos de un minuto estuvieron en el suelo, cogiendo con ambas manos su cuello, tratando de respirar después de que les había hecho un corte profundo que solo significaba la muerte. No podía haber dudas y por eso solo yo podría avanzar lo suficiente. Solo yo podía caminar por ese campo como lo hice, solo yo podía usar mi cuerpo y mi mente para destruirlos, como también lo hice. Cuando llegué al otro lado, al lugar desde el que nos atacaban, la decisión fue sencilla.

 Mis acciones mataron a miles y me encarcelaron por ello. Había salvado a millones pero la ley era la ley y tenían que juzgarme. Muchos me acusaron de ser un genocida, un asesino sin compasión que había destruido sus amorosos hogares llenos de odio y desdén por todos los demás.

 Acepté mi destino, lo que dijo la ley, y por eso les escribo desde la cárcel. Creo que es una buena manera de hacer terapia, de reflexionar sobre lo que hice de joven y de adulto. No pienso, ni pretendo, que nadie me perdone. Solo espero que alguien alguna vez piense en mí y sepa todo lo que soy y fui.

lunes, 18 de julio de 2016

Edad de oro

   El primer día que los escuchó hablar, doña Clotilde no supo determinar de donde venían las voces. Lo primero que pensó, sin embargo, era que se había vuelto loca. No le dijo a nadie de las voces que escuchaba todas las noches al acostarse a dormir, en las que pensaba durante todo el día siguiente. Todos pensarían que por fin había perdido toda conexión a la realidad y eso no sería nada bueno, en especial en el hogar para adultos mayores en el que vivía. Un rumor de ese tipo entre el personal y la enviaban directo al edificio de tratamiento especial.

 Ella no quería ir allí pues sabía muy bien que a los que enviaban allí no los trataban igual. Eran los que vivían hundidos en una silla de ruedas, todo el día babeando y siendo movidos de un lado al otro, buscando el calor del sol o el abrigo de la sombra. Las enfermeras los cuidaban bien, dándoles la comida hecha puré y le hacían masajes para que no tuviesen la piel lastimada. Clotilde no había llegado a ese punto de su vejez.

 Y sin embargo, seguía escuchando las voces. Incluso, había veces que las escuchaba por la mañana y eso la hacía levantarse más rápido y salir disparada a la ducha, pues el sonido del agua golpeando el suelo de plástico era tan fuerte que no dejaba pasar ningún otro y la hacía sentirse más tranquila. Allí respiraba una vez más y trataba de olvidar aquellos rumores de otro mundo que escuchaba. Eso sí, estaba convencido que lo que oía eran voces de muertos.

 No le contó nada a su familia en el siguiente día de visita y la verdad fue su preocupación la distraía tanto que no les puso mucha atención cuando vinieron. Ni a los niños que buscaban mostrarle sus hazañas y lo que eran capaces de haces, ni a los adultos que la bombardeaban con preguntas acerca del sitio y de sus salud. Si hijo incluso pidió hablar con el doctor del lugar y a ella eso normalmente la hubiese avergonzado pero ese día solo se retiró a su habitación y no dijo más nada.

 Las voces a veces se hacían más claras y otras veces era imposible saber de que era lo que hablaban. No importa cual de los dos fuera el caso, la verdad era que ella no entendía que era lo que decían, incluso siendo en español. Es como si fueran gente de hace mucho… O tal vez eran del futuro,  tal vez tenía algún tipo de conexión con hechos que jamás habían sucedido.

 El asunto de las voces la volvía loca. Tanto así que tuvo una pelea con su vecina de cuarto, doña Clara. Tenía una de esas máquinas para humedecer el aire pero estaba vieja y hacía un ruido horrible que dañaba la conexión de Clotilde con los muertos o quienes fueran. Era gracioso, pero había cambiado de huirles a querer entender porque se contactaban con ella, si lo que querían era transmitir un mensaje.

 Con la primera persona que habló del tema, fue con su sicóloga. Era una mujer joven que movía algunos días de la semana y que se encargaba del bienestar mental de los ancianos. Por supuesto, no era ella quien trataba a los que babeaban. Ellos tenía su propio loquero para ayudarlos. Pero la doctora García no era uno de esos sino una profesional de verdad o al menos eso era lo que parecía ante Clotilde siempre que entraba a su despacho. Era un chica muy inteligente y paciente.

 La primera vez que hablaron de las voces, la doctora propuso escuchar de verdad a las voces, tratar de ver que era lo que querían y así saber como podrían desaparecer de la habitación de Clotilde. También le explicaba a su paciente que, era probable, que las voces en verdad eran una ficción creada por su cerebro para darle un poco de movimiento a su vida, tal vez con alguna cosa que había olvidado hace mucho y que su inconsciente quería recordarle.

 Clotilde hizo la tarea y trató, por horas, de escuchar las voces. Pero su oído, como el de la mayoría de los pacientes, no era muy bueno que digamos así que lo que podía escuchar era muy limitado. Escuchaba nombres que no conocía y parecían hablar de cantidades o algo por el estilo. Era difícil entender pues entre su oído y otros sonidos que contaminaban lo que se escuchaba en su cama, era muy complicado y más para alguien que no confiaba para nada en sus orejas.

 Lo poco que entendió se lo contó a la doctora y ella empezó a trabajar desde ahí. Le explicó a Clotilde que las cifras que escuchaba probablemente hacían parte de un estado muy profundo en su mente en el que tenía almacenados miles y miles de números: todas las facturas que había pagado en su vida, cada préstamo y cada deuda. Tal vez eran todos los números de su vida reunidos de manera confusa para que ella se diera cuenta de todo lo que había hecho en la vida.

 Pero la explicación de la doctora o el gustó a Clotilde porque ella sentía mucho miedo cuando oía las voces. No tenía ningún sentido tener miedo de sí misma, estar atemorizada de su voz y de su pasado. Si era como la doctora decía, sería fácil terminar con ello y volver a tener noches de paz y tranquilidad en su cama pero eso no podía hacerlo pues ya lo había intentado varias veces.

 No, la doctora podía saber mucho de otras cosas, pero de sueños y demás no sabía nada. Por eso decidió no contarle a nadie más y mejor tratar de escuchar lo que decían las sombras. Anotaba en una libreta las palabras que oía y al otro día trataba de analizar que querrían decir.

 La verdad era que tanta investigación la había convertido en alguien más activo, mucho más dispuesta a participar en las actividades que había en el hogar para todas las personajes mayores. Se metió en todo porque pensaba que estando cansado, lo más seguro es que dormiría como un bebé. Y eso era lo que quería seguido porque muchas veces no quería escuchar nada de nada y lo único que deseaba era viajar al a tierra de los sueños sin tener que estar pensando en palabras sin sentido.

 Luego, por un tiempo, ya no hubo más voces y doña Clotilde volvió a su rutina normal en la que no había nada de especial. Se sentaba en la sala de juegos y le gustaba tomar algún libro y leer mientras los demás jugaban alguno de esos muy viejos juegos de mesa o veían programas de televisión que habían sido rodados hace más de diez años. Al fin y al cabo, esos eran los que recordaban años después. Lo muy moderno los distanciaba un poco de todo.

 Alegre de no oír más voces, se lo contó a la doctor García y ella le explicó que eso se debía, seguramente, a que ya había encontrado la raíz del asunto y que no necesitaba más acoso de su mente pues había solucionado el principal problema que tenía. Empezó incluso a socializar un poco con los demás inquilinos del hogar de ancianos y se dio una buena sorpresa al ver que mucho de ellos eran gente amable, que tenían familias como la de ella o que incluso venían menos.

 Y entonces, conversando con más y más personas, un viejito llamado Roberto y una anciana de nombre Ruth, le contaron que durante muchos meses ellos también habían escuchado voces en la cama. Pero el viejito argumentaba que no podía ser nada del cerebro pues eso no lo pueden compartir dos personas así como así. Si fuera algo mental, no se podría escuchar sino dentro de solo uno de los cráneos.

 Lo más sorprendente era que ellos dos eran sus vecinos de habitación y jamás los había visto. A Roberto seguramente era porque se despertaba tan temprano y se acostaba tan a las ocho en punto, que era complicado verlo por ahí. Y Ruth era una de las pocas en el asilo que debía usar silla de ruedas todo el tiempo, a aceptación de la zona “especial” y por eso solo salía poco de su habitación pues no les gustaba la silla.


 Los ancianos se hicieron amigos y hablaron largo y tendido de los sonidos, las voces que habían oído. Jamás se hubiesen imaginado que se trataba de los enfermeros, en el piso de abajo, que negociaban drogas con un tipo que se las compraba sin pedir explicaciones. Las voces subían por la ventilación y creaban el efecto. Pero eso ya era el pasado. Ahora había cosas mucho más importantes para los inquilinos del asilo.