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miércoles, 26 de abril de 2017

Lo más horrible

   El dolor corporal al momento de levantarse ya se había vuelto costumbre. Alicia había decidido no tomar medicamentos para todo y por eso ahora tenía que vivir con todos sus dolores y molestias, día y noche. Era peor en las mañanas, apenas se despertaba. No era solo la pereza de ponerse de pie como tal, sino el dolor de pies a cabeza que no la dejaba vivir en paz por algunos minutos. Tenía que respirar lentamente e ir reconociendo cada parte de su cuerpo, como si fuera nuevo.

 Esta técnica se la había enseñado el señor Páez, el sicólogo que había visitado durante un año después del incidente. Por supuesto, sus dolores no habían sido el punto de discusión de la mayoría de sus sesiones, pero había sido tratado porque él creía que todo lo que pasara con Alicia tenía algo que ver con lo que había ocurrido hacía ya cinco años, en esa casa de campo que Carlos había alquilado de repente, sin consultarle. Páez le atribuía todo a ese momento en su vida y ella no sabía si eso era lo correcto.

 En la casa de campo había vivido uno de los peores momentos que puede sufrir cualquier persona. No es fácil ver como la persona amada, la que es más cercana a uno, se quita la vida de un momento a otro, de una manera tan sencilla como si se tratara de tomar agua o de echarla mantequilla al pan. Pasó todo tan rápido que uno no pensaría que las consecuencias fueran tan grandes pero lo fueron porque Alicia terminó en un hospital siquiátrico y en visitas con el doctor.

 Ahora ya no iba. En parte porque se suponía que ya no lo necesitaba pero también porque no quería que de verdad su vida revoloteara alrededor de ese único hecho trágico en su vida. Era algo importante pero no podía convertirse en el punto focal de todo. Al fin y al cabo, Alicia había estado bastante bien por los últimos años. Había dejado de tener crisis nerviosas y ya no hablaba con paredes ni nada parecido. Era su mejor momento en años y no lo iba a dañar por tonterías.

 No que fuera una tontería el dolor de cuerpo tan horrible que siempre la invadía en las mañanas. Muy al contrario, ella pensaba que era lo único que de verdad la amarraba contra el pasado. Lo grave de verdad era cuando, ocasionalmente, tenía problemas con alguna visión al azar que ocurría cuando estaba en la casa arreglando cosas o sin mucho que pensar. Le pasaba que veía a Carlos de nuevo, parado frente a ella como si nada, solo que su cara se veía reventada por la explosión del disparo de un revolver. Alicia antes gritaba al ver esa imagen. Ahora solo se daba la vuelta y la ignoraba.

 No era algo frecuente pero había decidido no decírselo a nadie o medio mundo armaría un lío con ello. La verdad era que a ella le parecía muy normal verlo a él de vez en cuando, pues lo pensaba mucho y, muy dentro de sí misma, parecía seguirlo queriendo a pesar de todo. Por eso lo reconocía cuando aparecía pero si era con la herida de muerte, sabía que se trataba de una manera de torturarla a ella, de meter un tenedor en su herida abierta y girarlo, esperando que se retorciera en el piso.

 Pero eso no era algo propio de Alicia. Ella no era de las mujeres que se dejan atropellar por esas cosas de la vida. A pesar de su estadía en el hospital y de sus visitas al sicólogo, ella tenía una día a día normal con trabajo y todo lo demás. Veía a sus familiares con frecuencia pero no tanto como para que empezaran a preguntarle cosas que sabían muy bien que estaban fuera de los limites. Siempre tenían cuidado con decir las cosas correctas porque Alicia podía molestarse con facilidad.

 A veces podía suceder con ver la televisión, otras veces solo con escuchar alguna palabra en la calle. Debía controlarse durante la mayor cantidad de tiempo posible para poder llegar a casa, el único lugar en el que de verdad podía sentirse tranquila. Normalmente se servía un vaso de agua con hielo y lo tomaba en silencio para irse calmando lentamente. Era la única manera de calmarse y de poder controlar todo lo que tenía en la cabeza, que era bastante más de lo que había pensado nunca.

Era obvio que el doctor Páez se había equivocado de cabo a rabo. Alicia seguía tan mal como siempre pero había aprendido a decir las cosas correctas así como a manejarse a si misma de manera que nadie pudiese pensar que había algo malo con ella. Se había vuelto una experta en mentir, en el lenguaje corporal y autocontrol. De hecho, si el doctor hubiese sabido lo que ella hacía, lo más probable es que la hubiese aplaudido porque ni el más experto hubiese podido ver a través de su engaño.

 Pero eso era cosa del pasado. Ya no volvería a las consultas porque simplemente sabía que nada sería arreglado por ese medio. Nadie se recupera de un día para otro después de ver a la persona que más aman con una pistola apuntándoles al cráneo, para luego ver en una suerte de cámara lenta como el barril del arma gira y de pronto toda la cabeza de esa persona parece estallar por todas partes. El cuerpo parece seguir vivo unos momentos pero es una ilusión. Lo único que existe es el grito desgarrador de la mujer frente al hombre que amó.

 Cuando volvió al apartamento, quitó todas las fotos que había de él. No quería que cada imagen le recordara ese horrible momento. Evitaba mencionarlo en público y la gente respetó eso, así algunos no estuviesen de acuerdo. Por supuesto que no se lo decían de viva voz, pero creían que era más sano afrontar el tema y no fingir que una persona tan importante para su vida había desaparecido de pronto, casi como en un truco de magia. Parecía tener poco respecto por la memoria del muerto.

 Pero el respeto no era algo en lo que ella pensara muy a menudo. Su misión número uno era no tener que luchar cada segundo de su vida con ese momento, no ver una y otra vez esa horrible imagen frente a sus ojos, como si se tratase de una vieja película que se queda estancada en un punto determinado. Nunca iba a olvidar pero eso no quería decir que estuviese obligada a someterse a ese momento de su vida para siempre. Por eso eligió hacer lo que hizo y así tratar de encontrar paz.

 Apenas tomada la decisión fue cuando empezaron los dolores de cuerpo. Por ellos sí fue al médico, que le recetó un botiquín entero de medicamentos. Pero ella los tiró por el lavabo apenas llegó a casa, porque no quería vivir atrapada por las drogas, no quería vivir en un mundo donde no fuese ella la que tenía el control. Tenía mucho miedo de que al suprimir el dolor físico, el mental volviera con mucha más fuerza que antes. Por eso todos los días se aguantaba, lo mejor que pudiera.

 Al fin y al cabo era algo que ya tenía dominado. El resto de su vida era un trabajo fácil que le pagaba lo suficientemente bien para vivir y el hecho de tener que visitar a sus familiares con frecuencia, en parte porque solo los tenía a ellos y en parte porque seguramente querían saber si ella seguía bien, sin episodios violentos ni nada de eso. La visita semanal a casa de su madre era tan importante por esas razones y porque era otro lugar que la calmaba y la hacía sentirse tranquila.

 Pero aún así, al menos una vez por semana también, lo veía a él en algún lugar de la casa. A veces estaba en el comedor, a veces en la cocina o incluso en el baño. El pobre siempre mira al vacío, al suelo, y nunca a Alicia que solo lo observa unos segundos.


  Menos veces ocurre lo de aparecerse con su cuerpo después del disparo. Esas veces Alicia da la vuelta y se aleja lo que más puede. Prende el televisor, la radio y trata de reír para no gritar. Empuja hasta el fondo todo lo que no puede dejar salir, bajo ninguna circunstancia.

miércoles, 1 de marzo de 2017

La misión

   Al guardar las cosas en mi mochila, vi de nuevo su camiseta y decidí ponérmela para el gran día. Me quité la que tenía puesta, me puse la otra y doblé la que no iba a usar lo más rápido que pude. En la mochila solo me cabían unas cuatro camisetas, un par de pantalones, tres pares de medias, mis sandalias, cuatro pares de calzoncillos y otro par de objetos que tenía que llevar para todos lados. Usaba los mismos zapatos deportivos todos los días. Alguna vez tendría que lavarlos.

 Pero no sería ese día, no sería pronto. Tenía que mantenerme en movimiento si quería llegar algún día a mi destino. Me dirigí a la recepción del hotel, entregué la llave de mi habitación y dejé atrás el edificio, después de dejar todo en orden. Lo siguiente por hacer era conseguir transporte para la siguiente gran ciudad y para eso haría falta dinero. Así que antes que nada debía pasar por un cajero electrónico para sacar un poco de dinero, lo suficiente para sobrevivir unos días pero no demasiados.

 Caminé algunas calles hasta que llegué a un cajero que no quedaba sobre la calle sino que era de esos que quedan dentro de un cuarto aislado. Los prefería pues no quería que nadie me viera con una tarjeta que no era mía. Técnicamente no era robada pero tampoco era mía, así que lo mejor era evitar preguntas o momentos incomodos. Entré en el cajero e hice todo lo que había que hacer, lo que había hecho durante los últimos dos meses. Pero esta vez hubo un cambio: el retiro no se efectuó.

 En la pantalla apareció un aviso que pronto desapareció. No lo pude leer completo pero, al parecer, la tarjeta había sido bloqueada. Esperaba que algo así sucediera en algún momento pero ciertamente ese no era el mejor para que eso sucediera. En verdad no tenía nada de dinero, solo un billete que había reservado para comprar algo de comer, lo del día y nada más. Salí del cajero, pues había recordado las cámaras de seguridad, y empecé a caminar sin pensar mucho.

 No tenía dinero para el autobús que necesitaba abordar. Y no había una sola moneda en mi cuenta personal. Allí hacía mucho tiempo que no había un solo centavo, así que no era una opción. La cuenta de la tarjeta que utilizaba era la de Marco y sabía muy bien que solo una persona podía haberla bloqueado: su madre. Era lo obvio después de lo que había sucedido. Me arrepentí de no haber sacado todo el dinero antes de irme, para así no tener que preocuparme, pero él mismo me lo había desaconsejado. Porque todo esto era idea de él. Pero ya no estaba para solucionarme los problemas.

 Decidí concentrarme en lo urgente: pagar el billete de autobús. Decidí ir a la estación de buses y allí averiguar cuanto costaba el billete que necesitaba. Lo siguiente era ingeniármelas para conseguir el dinero, esperando que no fuese demasiado. Y no lo era, lo que había guardado para comer era una buena ayuda pero necesitaba el triple. Pregunté si no había boletos más económicos y me dijeron que no. Así que puse manos a la obra y me pasee por todo el terminal ofreciendo mis servicios en todos los comercios.

 Como vendedor, cocinero, limpiador de platos, barrendero,… Cualquier cosa con tal de ganar el dinero suficiente. En algunos lugares me ayudaron y otros me echaron. El caso es que estuve en ese terminal por dos semanas, yendo y viniendo por todas partes, casi mendigando por el dinero. De comer casi no había nada, solo el agua gratis de los lavabos del baño y algún pan duro que me daban por física lástima. De resto, había que aguantar lo más posible y me era fácil hacerlo.

 Cuando por fin tuve lo suficiente para el boleto, me lavé la cara lo mejor posible y fui a comprarlo. Me di cuenta que la vendedora me miraba mucho pues sabía quién era yo, el que pedía trabajo por todos lados, y seguramente pensaba de mí muchas cosas que yo ignoraba y que, francamente, me importaban un rábano. Por fin me dio un boleto. Estuve allí en la hora exacta y abordé el bendito bus de primero. Ese día de nuevo me puse su camiseta, para la buena suerte.

 El viaje era de varias horas, unas doce. El camino era largo y sinuoso. No había contado con marearme, así que cuando empecé a sentirme mal, hice un esfuerzo sobrehumano para quedarme dormido. Era lo mejor pues tener mareo sin nada en el estomago siempre parece doler el triple. Cuando me desperté era de noche y supe que íbamos por la mitad del recorrido. Allí, en mi destino, tendría otra misión asignada por alguien ya muerto. Por un momento, dude en seguir.

 Pero al llegar allí a la mañana siguiente, no había sombra de duda en mi mente. Como no tenía dinero para alojamiento o comida, lo primero que hice fue hacer lo que Marcos me había encomendado hacía mucho tiempo. Caminé como por una hora desde la estación de autobuses hasta que llegué a la playa. Era hermosa, con el mar de un azul casi irreal, las nubes blancas flotando en el cielo y la arena muy blanca y suave. Yo nunca antes había estado allí pero Marcos sí y por eso me había pedido viajar hasta ese lugar, hogar de uno de sus más queridos recuerdos.

 Sin demora, saqué la bolsita de plástico que llevaba en el bolsillo frontal de la mochila y me lo puse entre las manos. Quería sentirlo una última vez antes de dejarlo ir. Hacerlo era una tontería pero al fin y al cabo ese era Marcos o al menos había sido parte de él. De repente me acerqué más al agua, aproveché una ráfaga de viento y dejé ir en él todo el contenido de la bolsa. Una nube gris oscura flota frente a mi por varios segundo y, con cierta gracia, voló mar adentro, dispersándose sobre el agua.

 Me quedé con la bolsa en la mano durante varios minutos, lo que me demoré en procesar todo lo que había estado haciendo. Desde la muerte de Marcos todo había ido de mal en peor. Mejor dicho, todo había vuelto al estado anterior de las cosas, todo era malo y estaba vuelto mierda. Mi vida era un infierno de nuevo y esa misión que me había encomendado era el clavo final en mi vida. Para mí no había nada más allá, no había nada mejor ni peor. Nada de nada en mi futuro, porque no existía.

 Tiré la bolsa en un bote de la basura y caminé por el borde de la playa pensando en él. Recordé su sonrisa y el sonido que hacía cuando algo le gustaba. Tenía registrado en mi mente el olor de su cuello cuando despertaba y el de las salchichas que le gustaba cocinar. Recordé sus zapatos viejos, los que usaba para correr, y también el sabor de su boca que jamás podría olvidar, incluso si lo intentara. Por supuesto, también recordé la razón de porqué había tenido que ir hasta allí.

 Esa playa había sido el escenario del recuerdo más feliz de la infancia de Marcos. Me había contado una y otra vez como su madre y su padre estaban todavía juntos en ese entonces y como, para sorpresa de todos, ellos eran muy felices y cariñosos el uno con el otro. Había jugado correr, a hacer castillos de arena y muchas cosas más. Ese recuerdo tan simple era el que más lo acosaba, pues era el de algo que había durado muy poco. Antes de morir, me hizo prometer que haría lo que acababa de hacer.

 Me dolió no ser su mejor recuerdo y ahora me dolía más estar allí, solo y desamparado, sin saber que hacer. No tenía dinero ni posibilidad alguna de dormir en un lugar limpio esa noche. Tal vez lo mejor sería quedarme en la playa y luego caminar de vuelta, sin importar cuanto me tomara.


 Pero el problema era que en casa, o mejor dicho en mi ciudad, tampoco había nada que me esperara. Tampoco tenía nada que me moviera hacia delante, que me impulsara para seguir viviendo una vida que jamás había sido mucho. No estaba él.

miércoles, 10 de junio de 2015

Diez mil

   Sin oxigeno no podríamos vivir. Ese es un hecho innegable. Sin agua tampoco o sin los minerales y vitaminas que consumimos con cada alimento. Nuestras vidas, nuestra existencia como especie depende de muchos factores, muchas veces pequeños, que deben existir para nosotros existir también. Pero algo que también debe haber para seguir adelante son las ideas. Sin ideas, cualquier ser humano se estanca y comienza a repetirse, comienza a ser lo mismo que ha sido antes o lo mismo que otros han sido antes, que puede ser mucho peor. Sin imaginación, la única ventaja evolutiva del ser humano se muere y, sin darnos cuenta, nos vamos muriendo por culpa de la rutina, de hacer y decir lo mismo todo los días.

 Como el aire que necesitamos respirar, la imaginación es clave para que cada individuo puede sentir que tiene posibilidades. No importa de que. Sea de progreso o de reproducción o de ser el mejor, sin imaginación y las ideas que produce no podríamos nunca tener nada de lo que quisiéramos, sea algo “pequeño” o algo “grande”. El tamaño de esas ideas es algo relativo ya que no son lo mismo para cada persona pero son esenciales para ir impulsándolo por la vida. Sea aprender más de algo o conocer a alguien nuevo o de pronto lograr ese puesto deseado, todas son ideas, también llamadas ambiciones, que mueven el motor mental de cada ser humano y lo hacen ser inventivo para llegar a lo que quiere.

 Hay que hacer la diferencia: las ideas no son sueños ni anhelos. Estos casi nunca ocurren de verdad y tienen siempre un elemento que los hace imposible de realizar. Los sueños, aunque parezca que no, son cosas que uno quiere ya, sin mayor esfuerzo. Son ideas fantásticas pero no ideas prácticas o realistas. Ser presidente es un sueño, por ejemplo. No es que sea algo imposible pero no es realista en la gran mayoría de los casos. O por ejemplo tener un cuerpo definido e “ideal”. No es realista si la persona busca obtener ese cuerpo sin el menor esfuerzo posible.

 En cambio las ideas son casi siempre estructuradas, tienen un proceso y una razón por existir. Nadie tiene una idea sobre algo que saben en lo más profundo de su ser que es imposible. Un idea siempre parece factible para quién la propone y casi siempre lo es. Hay excepciones pero esto ocurre cuando las ideas se mezclan con los sueños y crean un híbrido que es fantástico pero parece ser algo que se puede alcanzar.

 Hay ideas buenas e ideas malas. Eso está claro. Pero nunca es malo tener una idea como tal porque eso quiere decir que estamos reflexionando, que estamos usando nuestra capacidad de inventiva y de creación que es lo que nos hace humanos. Por supuesto, nadie dice que todo ser humano debe ser un inventor empedernido ya que eso no sería realista. Pero sí sería bueno que todo ser humano se acercara a su vida diaria con una mirada más analítica y menos fatalista. Que busca resolver problemas y hacer cosas con ideas, estructurando lo que se debe hacer y haciéndolo. La gran mayoría de la gente no es así sino que hacen y hacen y hacen y esperan a ver cual es el resultado, esperando que las consecuencias estén a su favor sin habérselo propuesto tal cual.

 Obviamente la vida no puede ser tan cuadriculada de planear cada momento. Todos sabemos que incluso haciéndolo así, la vida siempre tiene sorpresas y ocurren cosas inesperadas que nos toman por sorpresa y nos hacen dar cuenta que son pruebas que buscan analizar como somos y que tipo de persona hay en nuestro interior. Hay momentos que sí es bueno dejarse llevar y ver que pasa, porque a veces la mejor idea es ceder y esperar o simplemente seguir adelante y ver que ocurre.

 Esto último fue lo que yo hice con mi blog. No fue algo que yo hubiese planeado desde hace tiempo, eso es verdad. Pero fue una idea que tuve a raíz de un momento difícil y fue la única respuesta que tuve para poder canalizar mi energía en algo más que no fuese aquello que me estaba agobiando. No le iba a entregar mi vida a los sentimientos, a las cosas sobre las que no tengo control alguno. No iba a quedarme mirando más y tomé la decisión de crear un blog. Está claro que no es una idea revolucionaria ni para mí ni para nadie pero era lo que necesitaba en ese momento. Y fue así que me puse a escribir las historias y fragmentos de opinión que tal vez alguien haya leído alguna vez. Eso, nunca lo sabré a ciencia cierta.

 Pero, de hecho, ese no es el punto. La idea, de nuevo, fue hacer algo por mi y debo decir que lo logré. Al ponerme una regla de escribir todos los días algo nuevo, me impuse a mi mismo un reto. No era una prueba de atletismo ni una prueba mental excesivamente difícil. Era solo escribir lo que se me viniera a la mente y subirlo a internet para ver que pasaba. Pero lo más importante era el hecho de escribir. Siempre se supuso que yo escribía pero yo no lo hacía casi nunca. Traté de escribir una novela y lo hice, tal vez mal o bien pero, de nuevo, no es lo importante.

 De hecho, debemos dejar de concentrarnos en si lo que hacemos estará bien o mal a los ojos de otros. A menos de que sea ilegal, deberíamos hacer o que nos plaza, lo que nos llene el corazón y nos haga felices o al menos no llene de esperanza y de imaginación. Porque eso es lo verdaderamente importante a la hora de hacer lo que sea que se quiera hacer. Si no se saca nada de ello para uno mismo, no tiene sentido. Incluso la gente que va y ayuda a los más necesitados, saca algo para si mismo. El placer de ayudar, de ver a otras personas felices o tal vez solo el hecho de sentir que se puede hacer algo por los demás. No importa cual sea la idea, que es lo que se haga, con tal de que sientas algo después de hacerlo, igual que en el sexo.

 Hoy me di cuenta de que mi blog ya tiene más de diez mil visitas. Para mi es un logro, no importa cuantas de esas visitas hayan terminado en la persona aburriéndose y prefiriendo ver algo en YouTube o en Facebook. Todos tenemos el derecho de que algo no nos guste. Ciertamente hay un montón de cosas que a mi no me gustan pero no por eso voy a dejar de sentirme contento porque tengo un logro más en mi bolsillo. He escrito hasta ahora doscientas ochenta y nueve ideas, sean cuentos o piezas de opinión. Todo escrito por mi, pensando casi siempre en el momento y tomando inspiración de lo que hay alrededor, de lo que soñé, de lo que he vivido y de lo que he visto en mi vida, que es corta para algunos y larga para otros.

 Sé, sin embargo, que esta idea es solo un escape temporal. Lamentablemente no puedo vivir de escribir un blog, al menos no uno como el mío, y debo cumplir ciertas reglas como ser humano. No son cosas que yo elija, o que quiera de hecho, pero son cosas que todos debemos hacer, como una obligación que tenemos con la humanidad. Una de esas es trabajar, algo que yo nunca he hecho en mi vida. Jamás me han pagado para nada. Y no es fácil, porque sin experiencia todos creen que laboralmente no vales nada. Yo daría lo que fuera para que esa dejara de ser mi mayor preocupación pero no va a dejar de serlo, ni para mi ni para nadie.

Esta idea me salvó cuando tuvo que hacerlo pero no puede seguir haciéndolo por el resto de mi vida. Seguiré escribiendo, por supuesto, y quiero llegar al año de publicar una historia por día, pero después de eso no sé que pueda pasar. Hago movimientos suaves, tengo ideas en mi mente que voy ejecutando despacio, pero el mundo va mucho más rápido, a un ritmo tan acelerado que a veces es difícil siquiera pensar en que es lo que está pasando y porque está pasando. Como dije antes, lo importante es tener ideas, no importa las que sean, para seguir adelante y vivir como se pueda.

 Los sueños son bonitos, están hechos de adornos y luz y color pero personalmente los detesto porque son ilusiones. Hoy en día tener sueños es muy popular porque se le ha vendido a la gente que es la única manera de conseguir lo que quieren. Básicamente es lanzar una moneda a una fuente pidiendo un deseo y esperar a ver que pasa. Es una estupidez. Los sueños son cosas que jamás van a ocurrir y que si ocurren es porque nunca fueron en verdad sueños sino esas ideas de las que tanto les hablo. Si se realiza, es porque la persona se esforzó e hizo lo necesario para que su idea rindiera frutos. Y creo que eso fue lo que ha ocurrido conmigo. No me interesa tener el blog más visitado pero que alguien lea, así sea una sola persona, uno de mis textos, es motivo de alegría sin duda alguna.

 Nada cae del cielo, nadie va a responder nunca a nuestros pedidos y esa es la realidad. Religioso o no, eso no tiene nada que ver. O tal vez sí, pero no es el punto. El punto es que no podemos sentarnos a esperar que lleguen las riquezas y las ventajas que queremos en nuestra vida. Y si lo hacemos, debemos estar conscientes de lo que esa decisión significa. A veces sentarse a esperar no es malo, si se sabe lo que se está haciendo. Como dije antes, ninguna idea es mala porque siempre las ideas serán ambiguas. Al fin y al cabo son creadas por seres humanos que están hechos de errores y recuerdos y dolores y alegrías. Una mezcla peligrosa pero muy fructífera.


 En todo caso, sea como sea, le doy las gracias a quienes hayan leído alguno de los cuentos que escritos alguna vez. Y, si me lo permiten, les pido que se queden conmigo en este viaje el mayor tiempo que puedan porque sé que todavía necesito la ayuda, ya que sigo perdido.