miércoles, 26 de noviembre de 2014

De piropos casuales

 - Tienes unos ojos muy lindos, sabías?

Solo eso bastó para que pensara en él todo ese día y a ratos durante los días siguientes. Isabela no era una mujer particularmente bella o atractiva. Vestía lo que más le gustaba, más para ella misma que para nadie, y de resto no ponía mucha atención en su cuidado personal, no más de lo obvio.

Rápidamente concluía que era solo un piropo tonto de un vendedor de joyería en la calle. No sabía porque le había dado tanta importancia. Pero luego pensaba que eso era obvio: no había nadie más que le dijera algo parecido y se sentía un poco tonta al pensar que necesitaba de ello.

Hacía un par de años que había tenido una relación seria con alguien y tuvo que terminarse. Ella se iba del país y el se quedaría solo. Lo hicieron de mutuo acuerdo, ya que no sabían cuando volvería ella o si el podría viajar en el corto plazo. Pensaron que lo mejor era terminar algo que podría verse aún más dañado si se separaban por largo tiempo.

Para Isabela las relaciones de distancia eran o para idiotas que querían una licencia para engañar al otro o para gente con un nivel de confianza tan grande que pocos lo entenderían. Casi siempre, la primera era la correcta.

Desde eso no había salido con nadie seriamente. Había tratado de conocer personas nuevas pero eso había probado ser un reto demasiado grande. No sabía si era porque era diferente o muy lenta o algo por el estilo, pero los hombres no parecían estar interesados en conversar o conocer de verdad a nadie. Era evidente que fingían interés o que buscaban solo sexo e Isabela no estaba interesada en eso.

Y no lo estaba porque, por algunos meses, ya lo había intentado. Se sentía vacía de cuerpo y alma después de hacerlo y se prometió a si misma darse un valor más cercano al real, evitando dar su cuerpo a cualquiera que quisiera hacer lo que parecía un presentación teatral y no una relación sexual normal.

Así que no era de extrañar que, en sus momentos libres, Isa pensara en el joven del mercado de pulgas que le había dicho el piropo. Ella había estado mirando anillos de colores y hermosas pulseras con dijes llamativos y fue entonces cuando el tipo se le acercó sin decir nada. Ella lo miró a los ojos, sonrió y siguió mirando y ahí vino el piropo.

Su respuesta pudo haber sido mejor y era algo que le daba rabia constantemente: solo había sonreído y se había ido de allí roja como un tomate. Porque no había respondido algo, así hubiera sido un simple "gracias". No, se tenía que quedar allí como una completa tonto. Y encima se había apenado, casi diciéndole al tipo "sí, no soy tan bonita y por eso me sonrojo".

En las noches este factor la perseguía y hundía la cabeza en la almohada con rabia por haber sido tan tonta. Además pensaba en la apariencia del vendedor y eso hubiera dado más razones para proporcionar una respuesta más inteligente que salir corriendo.

Lucía como uno de esos chicos artistas, que gustan de la música, comida exótica y mujeres alocadas. De pronto era juzgar muy pronto, pero esa era la imagen que le había dado con su sonrisa provocadora. Tenía bonita cara, era verdad. Tenía la tez bronceada y era delgado, aunque no muy alto. De hecho, podría haber sido más bajo que Isa. Pero eso daba igual, era un chico simpatico.

"La tuya no está nada mal". Esa era una mejor respuesta. Eso concluyó Isa tres días después de lo sucedido, mientras reflexionaba al respecto junto a la máquina de café de su lugar de trabajo.

Para el viernes, había decidido que ya estaba bueno lo de pensar en semejante tontería. Por culpa de ello había perdido el bus la mañana anterior, además que todo el mundo le preguntaba porque parecía que estuviera soñando. Hubiera muerto de vergüenza si la gente supiera la razón tan tonta por la que parecía estar en la Luna y no en su trabajo, su hogar o incluso acariciando a su gata Mimi. Incluso el animal la había arañado, tratando de llamar la atención de una Isabela pérdida en el espacio.

El sábado se reunió con su amigas para comer algo y, después de que ellas contaran historias muchos más interesantes de sus novios o pretendientes, ella se decidió por contarles de su "aventura" en el mercado de pulgas.

Aunque sus amigas eran excelentes personas, Isabela pensó que se burlarían de ella por tener una respuesta tan infantil ante algo de efímero como un piropo. Pero se equivoco por completo. Sus tres amigas, cada una a su estilo, le dijeron que era algo muy natural sentirse halagada por un cumplido de un desconocido. Más aún, si esto no era algo recurrente en la vida de la persona.

Le explicaron que no lo debía tomar como algo malo, porque eso parecía que estaba haciendo. Isabela lo había tomado como una afrenta a su manera de ser o algo por estilo cuando sus amigas le decían que era algo muy positivo: ese cumplido daba a entender que muchos hombres veían cosas en ella que ella misma pasaba por alto. Así fueran nimiedades como los ojos o la nariz, que alguien viera esos detalles era algo casi único.

Después de despedirse de sus amigas, Isabela reflexionó respecto a lo dicho y encontró que tenían razón, aunque seguía sintiéndose incomoda por su torpe reacción. Pero fue allí, en un bus camino a casa, que tuvo una idea.

Al día siguiente, exactamente una semana después de haber visitado el mercado de pulgas, regresó para caminar por los diferentes puestos y buscó el toldo bajo el que estaba el joven vendedor con su joyería.

Isabela se acercó en silencio, mirando los objetos que estaban en exhibición. Había muchas cosas bellas. Tomó una pulsera con dijes de animales y subió la mirada. El chico la estaba mirando desde antes.

 - Hola.
 - Hola... Ya habías venido, cierto?
 - Sí... Me dijiste un cumplido el domingo pasado.
 - En serio?
 - Sí. No recuerdas?

Ahora fue el chico el que se puso rojo.

 - Claro que sí. - Hizo una pausa y luego estiró la mano. - Vas a llevarla?
 - Sí, por favor. Es muy linda.
 - Como tus ojos.

Isabela río y el chico también. Hablaron por un rato largo de la joyería que él vendía y le dio una tarjeta a Isa para que pudiera ubicar la tienda que tenían en otro lugar. Ella prometió recomendarlo con sus amigas y él se lo agradeció.

Ese día Isa también empezó a imaginar muchas cosas pero había una diferencia clave: esta vez tenía un número de teléfono.

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